La opinión de Marina Castaño
Cine y libertad
Las películas extranjeras pueden ofrecer visiones alternativamente esperanzadoras o críticas de la vida y la forma de gobernar, lo que representa un desafío directo a la propaganda estatal de Corea del Norte
La reciente noticia sobre la draconiana normativa en Corea del Norte en relación con el consumo y distribución de contenido multimedia extranjero resalta la extrema naturaleza de la censura en este país. La prohibición de ver o distribuir películas y otros materiales que no hayan pasado por los filtros censoriales de Pyongyang ilustra el férreo control que el régimen ejerce sobre la información y la cultura. En un contexto donde la libertad de expresión es inexistente, esta medida no solo busca restringir el acceso a influencias externas, sino también mantener un monopolio sobre la narrativa nacional. La severidad del castigo, que incluye la pena de muerte, es un reflejo del miedo que el gobierno tiene a cualquier forma de pensamiento crítico o a la exposición a ideas que puedan cuestionar el sistema establecido. Este tipo de medidas extremas tiende a consolidar la lealtad hacia el régimen, al tiempo que suprime la curiosidad natural del ser humano por conocer otras realidades.
Las películas extranjeras, en muchas ocasiones, pueden ofrecer visiones alternativamente esperanzadoras o críticas de la vida y la forma de gobernar, lo que representa un desafío directo a la propaganda estatal. Además, esta situación pone de relieve la lucha por la identidad cultural. En un mundo cada vez más globalizado, donde el intercambio de ideas y el acceso a la información son fundamentales para la evolución social, Corea del Norte se aísla aún más, creando un entorno donde la cultura se estanca. Es preocupante pensar en las generaciones que crecen sin tener la oportunidad de explorar diferentes perspectivas, lo que limita su capacidad de soñar, crear y, eventualmente, cuestionar el status quo. Y no hablemos ya de la condena a muerte por ver o distribuir contenido extranjero, que no solo es una violación grave de derechos humanos, sino que también refleja la desesperación del gobierno norcoreano por mantener el control absoluto sobre su población. La comunidad internacional debe seguir denunciando tales prácticas, porque, francamente, abogar por un cambio en la política represiva de Corea del Norte, promoviendo así la libertad de expresión y el acceso a información diversa y enriquecedora me parece, de momento, una tarea imposible.