Opinión

David Lafoz, campesino

David era un altruista que decidió quedarse en su pueblo y dedicarse al campo

Paloma Pedrero
Paloma Pedrerolarazon

“No aguanto más inspecciones de Hacienda o Trabajo. No aguanto trabajar 18 horas para no vivir.”, escribió David. Y se suicidó. Hace falta estar desesperado para quitarte la vida con veintisiete añitos. Y es que apenas hablamos de los trabajadores del campo, del sufrimiento que padecen agricultores y ganaderos en una sociedad que, aunque nos martillea con que comamos sano, desprecia hasta el olvido a los campesinos, aquellos que hacen posible que nuestros alimentos saludables existan y sean de buena calidad. Nuestros agrarios llevan años sufriendo los males del progreso dañino; el cambio climático, por ejemplo, que altera la tierra, el aire y el agua con la que estas gentes trabajan para que vivamos, ellos y nosotros. No siendo esto suficiente, su situación lleva años siendo grave en pérdidas, viéndose abocados a pedir préstamos o hacer frente a despidos, hasta el punto de que muchos de ellos tienen que vender sus propias granjas para pagarlas. David era un altruista que decidió quedarse en su pueblo y dedicarse al campo. Era también un luchador por los derechos del sector agrario. Y se convirtió en un símbolo cuando, con su tractor, frente a la puerta del Parlamento zaragozano, grito: “Salvemos el campo! ¿Y qué seríamos sin campo, admirado, David? También agarró su tractor y se fue a trabajar como voluntario por los dañados de la Dana en Valencia. ¡Gracias, chico! ¡Qué gran consuelo el que haya gente como tú por el mundo! Pero, qué mala vida es esa de trabajar dieciocho horas diarias. Qué desastre de instituciones tenemos que, en vez de luchar verdaderamente por un mundo más ecológico y justo, llenan a los mejores de burocracias desalmadas, inspecciones fiscales y multas. ¿Dónde están los políticos que no insultan ni roban y pugnan por la gente que sostiene la vida? No te tenías que haber ido, David. Necesitamos imprescindibles como tú. Pero no será en vano tu partida. Muchas voces calladas gritaremos ahora. “Salvemos el campo”. Tu consigna. Que la tierra que tanto amaste te envuelva en un manto de caricias.