Paloma Pedrero
Desbarrar
Es lo que hacemos todos asombrosamente a menudo. Yo, que no soy mala escuchadora, flipo en colores con los desatinos que se dicen en las reuniones. Y como nos pasamos el día reunidos, nos pasamos el día disparatando. Es curioso lo que nos gusta oírnos. Es decir, no oír al resto. Continuamente se repite lo mismo. Cierto es que cada uno lo explica a su modo; pero la idea, el trasfondo, incluso la resolución es exactamente la misma que propuso el anterior. ¿Por qué entonces pidió este la palabra? A veces, lo que dijo el anterior fue, además, una solemne tontería, ¿por qué le convenció? ¿O resulta que ya lo tenía pensado y no soportaba renunciar a su turno? Yo a veces me parto de risa, disimuladamente claro, que a nadie le gusta que los demás no aprecien su discurso. Pero, queridos, desbarramos tanto... Opinamos de todo sin tener la más remota idea. Levantamos la voz sin pudor. Hablamos con el de al lado sin hacer ni caso al que tiene la palabra. Peleamos como tigres por asuntos vanos. En bastantes ocasiones, los dislates llegan a alterar los biorritmos humanos hasta situaciones insospechadas, como si nos jugáramos la vida por tener razón. Especialmente desconcertantes son las reuniones laborales o asambleas que superan cierto número de horas. En estos casos el caos cerebral es imparable, y los reunidos, desbordados por el cansancio y la desconcentración, comienzan a manifestar su lado oscuro. La personalidad se transforma y la exaltación acaba en bronca mayúscula. Porque sí. Porque queremos tener razón. Trabajar, lo que se dice trabajar no nos estimula tanto, pero presumir de hacerlo y dejar constancia nos alienta. Hasta el desbarre. Y sin autocritica ni arrepentimiento. Así nos va.
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