Violencia de género
Desintoxicarse del maltrato
«Las víctimas requieren una rehabilitación integral. No tienen temor, sino terror. No son obedientes, están sometidas y son dependientes». De ahí la importancia de los centros de rehabilitación integral. En España sólo hay uno, a pesar de que en 2015, 60 mujeres fueron asesinadas. LA RAZON accede al centro
«Las víctimas requieren una rehabilitación integral. No tienen temor, sino terror. No son obedientes, están sometidas y son dependientes». De ahí la importancia de los centros de rehabilitación integral. En España sólo hay uno, a pesar de que en 2015, 60 mujeres fueron asesinadas. LA RAZON accede al centro
Hace unos años llegó una mujer, prácticamente a rastras, al Centro de Recuperación Integral de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas. Su marido le había pegado tal paliza que le tuvieron que quitar el páncreas. Su error: avisarle de que se iba, de que le dejaba. Fue entonces cuando fue a por ella, se abalanzó, la violó y la golpeó hasta que le hizo perder el conocimiento. Al día siguiente, cuando recuperó la consciencia, llamó y pidió una ambulancia. Estaba retorcida de dolor, tenía el páncreas desecho y no paraba de repetir «me ha violado, me ha violado», lo cual se demostró con la prueba ginecológica que le practicaron. Ni una sola mención al dolor que debía sentir por los golpes, recuerda Ana María Pérez del Campo, presidenta de la federación y creadora del centro. Tras salir del hospital fue a verla. Necesitaba ayuda. El centro era y es el único que hay en España que acoge a mujeres –y a sus hijos– víctimas de la violencia de género. El único en todo el país, a pesar de que en 2015 fallecieron 60 mujeres y de que en lo que va de año han muerto asesinadas a manos de sus maridos, parejas o ex parejas al menos 27 mujeres (hay seis casos en investigación). «Lo demás son únicamente casas de acogida. Y el problema no es la casa, sino que estén seguras», puntualiza Pérez del Campo. Pero cuando una mujer sufre maltrato físico o psicológico, si no ambos, no sólo necesita un lugar para dormir, precisa rehabilitarse, aprender lo que es vivir. Y no lo que le dijo una trabajadora social a esta víctima: «Sólo puedes estar dos meses, así que ponte a trabajar porque tienes que sacar adelante a tus hijos», relata Del Campo.
Queremos saber cómo es vivir en el centro. Su objetivo: conseguir no sólo que salgan recuperadas, sino evitar que puedan recaer en otra relación similar. «Sin el tratamiento adecuado es posible acabar con otro maltratador. Tienen una dependencia psicológica, como un drogadicto es dependiente a la heroína. Esa dependencia hace que las mujeres pongan la denuncia y la retiren. Tienen una dependencia mutua. Si una persona está constantemente diciéndote que eres una inútil, incapaz, no sirves para nada, vivir contigo es un martirio, lo lógico –en ambos casos– sería coger la maleta, irse y brindar con champagne, pero no sucede, y él la perseguirá si hace falta por mar, tierra o aire».
Pero antes de nada lo más importante es que las mujeres maltradas lleguen al centro. Por eso, tras entrevistarse con ellas en las oficinas y analizar su caso, se les pide que no digan lo que van a hacer. De hecho, la mayoría de los casos de violencia de género las víctimas han puesto en conocimiento de su agresor que le van a dejar. Y no es hasta una vez dentro, cuando la mujer y sus hijos, en caso de tenerlos, están a salvo, cuando interponen la denuncia. «Exigir a las mujeres que denuncien antes de estar seguras con el riesgo que tienen es una barbaridad», puntualiza Del Campo.
Nada más entrar firmamos una cláusula de confidencialidad. Es importante omitir cualquier detalle que pueda dar pistas de su ubicación para evitar poner en riesgo la vida de estas mujeres y la de sus pequeños. Este año es su 25 aniversario y por él ya han pasado 798 mujeres y 947 menores.
Una vez en el centro, lo primero que ven las víctimas que se han puesto en contacto con la federación (914418555/60, teléfono en caso de urgencia) es un jardín; lo llaman el «claustro de mujeres», porque allí sólo pueden acceder las mujeres, no entran niños, ni pedagogos, para que puedan ser lo que son, mujeres. Si necesitan llorar o contar lo vivido a otra víctima lo hacen, sin temor a que sus hijos puedan oírlas. Juani Aguilar, la trabajadora social del centro, explica que «cómo vendrán algunas mujeres que, a pesar de ser lo primero que ven, no se dan ni cuenta de que está».
Gimnasios para defenserse
El centro parece una residencia de estudiantes, aunque tiene guarderías, parques, gimnasio, sala de teatro, una biblioteca... y todo adaptado con rampas y ascensores. Las habitaciones son «individuales» para cada familia, no comparten habitación con otra mujer, pero sí con sus hijos por cuestión de privacidad.
Cuando vamos hay 19 mujeres y 21 menores acogidos. No están todos. Algunas han salido a trabajar, otras al médico... Pueden salir y entrar, pero por seguridad han de avisar a dónde van y cuánto tiempo estiman que podrían tardar. No es por controlar, sino por si llegan tarde poder dar la voz de alerta. Pero eso es una vez que ha transcurrido cierto tiempo, ya que al principio dado su nivel de dependencia existe el riesgo de que quieran volver a ver a su agresor.
Pasan de media 18 meses. Ahora bien, el tiempo no está establecido, ha habido casos de mujeres que han salido recuperadas a los ocho meses y una que estuvo 22 meses, aunque realmente ya estaba rehabilitada, pero había que esperar a que le pusieran rejas en su piso.
Durante este tiempo son atendidas por tres psicólogas, dos educadoras, una trabajadora social, una abogada y dos gobernantas. Asisten a terapia y una vez a la semana les toca «aprendiendo a pensar», un programa que les enseña a cuestionar patrones estereotipados, que les abre los ojos porque muchas llegan pensando que es normal que su pareja les coja del cuello.
También les enseñan defensa personal en el gimnasio, entre otras actividades, y eso sí, tienen que ayudar una hora y 30 minutos cada día en las labores de limpieza de las zonas comunales.
La evolución es notoria, nos asegura no sólo el personal especializado en violencia de género, sino también Esther, que en agosto hará 14 años que trabaja aquí como cocinera. Así que toca empezar por la base, poner unos buenos cimientos. Algo que comienza con la obligación de levantarse, vestirse y bajar a desayunar, así como dedicar una hora y 30 minutos a ayudar en las labores comunes. Al principio muchas no quieren hablar, y no es hasta transcurrido un tiempo cuando se dan cuenta de que la mujer de al lado ha pasado por lo mismo que ella, que tiene sus mismos temores, sus dudas.
Algo más importante de lo que a priori pudiera parecer, ya que habitualmente el maltratador le hace romper lazos con sus amigos, familiares con un único objetivo hasta que «sólo sea de él». Este aislamiento se rompe en el centro, que cuenta con muchas zonas comunes para restablecer vínculos porque en demasiadas ocasiones las mujeres vienen con relaciones personales muy dañadas. Una unión que no se deshace cuando salen del centro porque tienen un grupo de WhatsApp al que se va sumando cada mujer que pasa por allí. Con los pequeños los lazos que se crean también son importantes. En una ocasión, «a uno de los niños le dijeron en clase que dibujara su familia y nos llamaron porque había dibujado a toda su familia, 20 hermanos», recuerda Susana Enciso, una de las tres psicólogas.
Las mujeres no sólo se enfrentan a lo vivido, tienen que aprender a reconocer las señales para evitar recaer, «algo que deberían enseñar en el colegio. Señales como que te digan que eres tan maravillosa que te va a hacer daño todo el mundo menos él o que a todos les gustas, etc.», precisa Enciso.
Se trata de abrirles los ojos, algo que también debería hacer la sociedad, encerrada en un laberinto de mitos, como que sólo las mujeres con pocos ingresos y con bajo nivel cultural son las que sufren el maltrato. Por este centro han pasado mujeres sin ingresos, sin estudios, pero también catedráticas, abogadas, periodistas, profesoras, etc. De hecho, aunque durante el primer mes de estancia no suelen trabajar, en el centro se encargan de llamar a la empresa y explicarles la situación, luego sí lo hacen. Además, les ayudan a encontrar trabajo mediante los convenios que el centro suscribe con las empresas.
Las falsas denuncias
Otro mensaje que ha calado en demasía son las falsas denuncias, y es que según el último informe del Consejo General del Poder Judicial, «sólo el 0,01% de las denuncias son falsas», recuerda Del Campo. Todo ello lo aprenden en este centro, el único de todo el país, por eso Del Campo pide que «se cree una red de centros, al menos por comunidad autónoma, con un mismo programa recogido por la organización de mujeres expertísimas en la violencia de género». Y es que llama la atención que haya tanta campaña, tanta manifestación, pero a la hora de la verdad todo o casi todo sean únicamente palabras.
Porque las mujeres maltratadas, como afirma Del Campo, «no tienen temor, sino terror, no son obedientes, sino que están sometidas». La psicóloga Marta Ramos concluye: «Cuando llegan aquí están enfadadas con el mundo y con ellas mismas. No odian a los hombres, los temen».
Niños, aptos sólo hasta los 12
Cuando vamos al patio hay 10 niños jugando. No tendrán más de 9 años. Por muy felices que se les vea congela la sangre ver esta realidad. Una sensación que se repite cuando nos explican que «las niñas son aptas a cualquier edad, pero los niños sólo hasta los 12». «El de 13 ya no quiere venir, y la mayoría son maltratadores, aunque hay excepciones». Una mujer que fue maltratada entra en la conversación. «Aunque defienden a la madre delante del padre, cuando él no está repiten patrones». Enciso nos explica que no se pueden permitir algo así. «Imagínate, con que uno de 13 años pegue un grito agresivo, las mujeres entrarían en crisis. Recuerdo que una vez se quedó una mujer encerrada en el ascensor y al ver al técnico se puso a gritar de miedo. Veía en él la cara de su maltratador».
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