Violencia de género
El palo tras la puerta
La tercera edad de la violencia de género. Es lo que le esperaba a Rosario, de 73 años, en su casa. Sufrió la ira de su marido durante cuatro décadas. Cada vez más mujeres de 60 años en adelante son víctimas de los insultos y de las palizas. Les da miedo empezar a vivir
Es lo que le esperaba a Rosario, de 73 años, en su casa. Sufrió la ira de su marido durante cuatro décadas. Cada vez más mujeres de 60 años en adelante son víctimas de los insultos y de las palizas. Les da miedo empezar a vivir
Dentro de la violencia de género hay un tramo que apenas se visibiliza. Es el de la tercera edad. En 2014, 939 mujeres de 60 años en adelante fueron víctimas de malos tratos; es decir, 47 más que en 2013, según los datos publicados esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Se trata de uno de los colectivos a los que hay que prestar especial atención, son víctimas silenciosas, que han aguantado durante décadas los malos tratos porque lo han interiorizado como algo normal. En muchos casos dependen económicamente de su maltratador y, en otros, temen el qué dirían sus amigos o familiares, pero sobre todo tienen miedo de romper su silencio y empezar una nueva vida. Rosario lo sabe bien. Tras más de 40 años sufriendo maltrato psicológico y físico del que fuera su marido, despertó.
Su voz alegre y juvenil contrasta con su edad (el 27 de este mes cumplirá 74 años), pero sobre todo, con la pesadilla que vivió durante décadas. Rosario se casó a los 22 años con Ramón, con quien tuvo cinco hijos. Entonces no podía ni imaginar en lo que tiempo después se iba a convertir su vida. Las quejas, los insultos, las amenazas fueron a más, sobre todo después de que la droguería que tenían se quemase. «Entonces tenía cuatro hijos. Al principio cuando los niños eran pequeños no había muchos problemas, aunque reconozco que el último fue una violación, pero ¿qué podía hacer? Él guardaba un palo detrás de la puerta de nuestro dormitorio, yo no quería acostarme con él, pero si no mis hijos se iban a despertar con los gritos».
Tras el maltrato psicológico inicial, empezaron los maltratos físicos, «aunque han sido pocas las veces», afirma Rosario. Con que alguien levante la mano ya son demasiadas, y, a tenor de lo que relata, no fueron ni una ni dos las ocasiones en las que el miedo se apoderó de ella. De hecho, Rosario reconoce que: «le denuncié unas cuantas veces, pero luego reconozco que se las quitaba porque qué hacía yo en aquellos tiempos con cinco hijos, a dónde iba a ir. Hoy sí lo hubiera hecho al instante, pero entonces no era lo mismo».
Han transcurrido 15 años desde que se separó de su marido, pero Rosario recuerda como si fuera ayer las «lindezas» que su ex marido le decía. «Si yo tenía la comida puesta, a todos les gustaba y él me decía que era una porquería. No sé cuántas veces me dijo que no valía para nada... Me acuerdo que cuando le comenté que me quería sacar el carné de conducir me dijo que era una analfabeta, que es cierto que lo era, y que no me lo podía sacar». Rosario, por cierto, se lo sacó, «lo hice a escondidas», relata. Después se lo dijo y lo más bonito que le contestó fue «te lo habrán regalado en unos grandes almacenes, porque tú eres una analfabeta...», le insistía.
Después empezaron los malos tratos físicos. «En una ocasión me tiró un ladrillo a la cabeza. En otra, mi marido se fue con mi hijo pequeño y llegó a las 02:30 de la madrugada. Le dije que él podía hacer lo que quisiera, pero que al niño no se lo llevaba más. Entonces me cogió por el cuello para ahogarme. Mi dos hijos mayores se levantaron para ayudarme. Y el mayor le dijo ‘‘cabrón a mi madre no le pegas’’».
Así pasaron los años, con frases como «si me denuncias vas a la carretera de Palomares (donde hay un cementerio)» y cuando los hijos crecieron, «tenía celos de ellos. De cómo les hablaba. Soy muy expresiva. Cuando el mayor se fue a trabajar fuera, me acuerdo que le dije por teléfono: ‘‘Mi alma qué ganas de verte, no te voy a dejar ni un rincón sin darte besos’’. Eso le molestó, pero yo a él no le descuidé, de verdad que no lo hice...». Y en cambio lo que él hizo fue «ir echando a mis hijos de casa, diciéndoles que cuando tuvieran 18 años, fuera. Mi hijo pequeño vivía un infierno y decidió irse a Madrid. En otra ocasión echó a un hijo mío cuando yo no estaba en casa».
Al final, Rosario consiguió despertar de esta pesadilla. «Decidí separarme y lo estoy oficialmente desde 2004. Aguanté 40 años. Siempre le decía que cuando se fueran los niños yo me iba. Y así hice. Cuando el pequeño se fue de casa, decidí partir la vivienda por la mitad hasta que se pudiera vender. Él estuvo conforme. Después de divorciarme, estuve tres años conviviendo con él, los malos tratos no cesaron. Me quitó el cerrojo de la habitación en la que yo dormía, así que puse una escalera para evitar que entrara cuando yo estaba y, por si acaso, por las noches dormía con un cuchillo bajo la almohada».
«Yo cosía y me cortaba la luz para que no pudiera ver y daba con un palo a la puerta del dormitorio. Le tengo grabado gritándome, amenazándome, dando porrazos a la puerta. En otra ocasión prendió fuego al coche. Le denuncié».
Pero aun así Rosario seguía compartiendo techo con él, hasta que «un día me harté. Estaba en la cocina y Ramón me empezó a dar en el hombro. Yo ya no tenía nada que perder. No estaban ya mis hijos en casa, así que cogí unas tijeras y le dije: ‘‘déjame o te las clavo’’». En la actualidad, Rosario vive en un piso de protección oficial con su nieto, al que cuida como si fuera su propio hijo. No han logrado vender la casa, y no será porque no hayan tenido ofertas. Ramón se niega. Y la jueza ha dictaminado que vivan en ella seis meses él y seis meses ella. Ramón le llegó a sugerir a la jueza que Rosario fuera a vivir con él a casa, a lo que ella se niega.
Rosario, reconoce «ser muy positiva, aunque tengo mis días, me paso mucho tiempo sola, y ahora no quiero ni salir de casa. Aunque mis hijos me llaman todas las noches». Lo que quiere es «poder volver a casa. Llevo 11 años sin poder vivir allí, mientras que él lo hace».
Romper el silencio
Rosario consiguió salir de esta pesadilla. Pero necesitaba un apoyo, que encontró en la Fundación Ana Bella. «Rosario tiene las denuncias puestas. Contactó con nosotras tras separarse. Necesitaba apoyo para empezar de nuevo», explica Gracia Prada, coordinadora. «Tenemos mujeres de todas las edades. Una vez nos llegó una mujer de 80 años a la que trajo su hija. Nunca es tarde para empezar a vivir», añade.
El consejo desde la fundación es que «rompan el silencio, que tienen la fuerza y el valor necesarios para empezar una vida en positivo. Nunca es tarde para ser feliz. Existen muchas entidades, ONG, administraciones que pueden ayudarles. Y si tienen miedo, que no lo tengan, más miedo da dormir con un maltratador», afirma Ana Bella Estévez, presidenta de la Fundación Ana Bella.
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