Afganistán
La amenaza de la droga
Un repaso por los países productores de drogas, los gigantescos ingresos de las mafias y el dinero que mueven en todo el mundo para, al fin, dejar tras de sí un rastro de muerte.
El dato es demoledor y plasma la realidad de un problema que crece día a día: Cada año mueren en el mundo 190.900 personas por consumo de estupefacientes, según las estimaciones más conservadoras presentadas por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por su sigla en inglés), en su Informe Mundial sobre Drogas 2017. Hasta aquí el frío dato de los expertos y las instituciones. Tras de ellos, están los dramas humanos y de sociedades enteras que ven en las drogas el arma letal que acabará con su existencia. O con su forma de vida, como sucedió en el pasado –y aún sigue ocurriendo– en Colombia o amplias zonas de Hispanoamérica, donde los campesinos dejaron de lado sus cultivos tradicionales por otros ilegales pero más lucrativos. O en Afganistán o Laos, donde el cultivo de esas plantas crece sin freno. La producción de opio en Afganistán creció un 87 % durante 2017 hasta alcanzar un volumen estimado de 9.000 toneladas, una cifra récord que se vio acompañada por un incremento del 63% de la superficie dedicada al cultivo de adormidera. Y todo ello tiene una razón económica. La droga no solo destruye la sociedad y mata a millones de jóvenes cada año en todo el mundo, sino que es la tercera actividad más rentable del mundo tras el trafico de armas y de personas. La droga genera unos beneficios tan jugosos y tentadores que nadie se ha resistido a ellos, desde grupos terroristas como las FARC, Al Qaeda, Estado Islámico o los propios talibanes en Afganistán, al igual que grupos mafiosos rusos, mexicanos o albaneses. A ellos se incorporan, cada año, nuevos clanes delictivos. Para todos la droga es un bien refugio con una seguridad comparable al oro. En definitiva, es dinero. Todo para pervertir y corromper a los ciudadanos, ya que se calcula que 1 de cada 20 adultos, es decir, alrededor de 250 millones de personas de entre 15 y 64 años, consumieron por lo menos una droga en 2014. Frente a ellos, el combate ha de ser multidisciplinar: en los lugares de producción o las mafias de la distribución; en la «cercanía» a los posibles clientes y en las políticas educativas con menores. Un combate que absorberá recursos y esfuerzos y ante el que no debemos desfallecer. Es vital.
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