Guardia Civil
La matrícula capicúa delató al ladrón de la gabardina
Durante casi ocho semanas,la Guardia Civil vigiló al atracador de bancos hasta que le pilló «in fraganti» cuando iba a asaltar otra entidad más pistola en mano
Durante casi ocho semanas, la Guardia Civil vigiló al atracador de bancos hasta que le pilló «in fraganti» cuando iba a asaltar otra entidad más pistola en mano
El director de una sucursal bancaria del norte de España salió de casa con puntualidad británica, como cada mañana, a las 8.00, ni un minuto antes ni uno después. Abrió la puerta del coche y en ese momento escuchó una voz que llamaba su atención. Se giró por curiosidad, en un gesto automático: “Vi a un hombre que se me acercaba apuntándome con una pistola de color plata. Llevaba gafas de sol, pasamontañas, peluca con rizos dorados y una gabardina grande. Quedé paralizado. ‘¡Quieto que te mato! ¡Haz lo que te diga! ¡No quiero tonterías o te dejo seco!’, me amenazó”. Las pulsaciones se le dispararon y el aire pareció evaporarse a su alrededor. Nadie se levanta de la cama pensando en que al salir de casa puede morir o que será amenazado con un arma y recibirá un balazo en el centro del pecho si no obedece. Como si de un robot patoso se tratara, nervioso por la angustia, trató de evitar que la presión de aquel individuo sobre el gatillo aumentase. “Obedecí. ‘Sube al coche y conduce’, me ordenó mientras él se sentaba en los asientos de atrás. Me pidió que girase el espejo retrovisor para no verle y me advirtió que no le mirase a la cara. ‘Ahora, vamos al banco, por dónde siempre sueles ir. Como si no ocurriera nada’, me indicó”, recuerda en director a cuyo testimonio ha tenido acceso LA RAZÓN. “En el trayecto no se dirigió a mí. Sólo le escuché murmurar algo en vasco. Cuando llegamos me dijo: ‘Ahora bájate y a toda hostia a abrir’. Él me siguió con la pistola en la mano”.
De los seis robos a entidades bancarias que se le imputan, cuatro los cometió abordando a sus víctimas cuando salían de casa. En las restantes esperaba cerca de la sucursal a que el director abriese la puerta de la oficina para echársele encima. Una vez dentro del recinto, en todos los casos, se comportaba siguiendo una misma rutina. Así cuenta el director su experiencia: “Entré en la oficina y me ordenó que desactivase la alarma y que encendiese la luz. Lo hice. ‘Ahora quita el retardo de la caja fuerte y del cajero’, me exigió. También obedecí”. La operación puede demorarse entre diez minutos y media hora aproximadamente. La espera siempre angustia, pero para que la situación no se le fuera de las manos con alguna reacción imprevista, el atracador introducía al director en su despacho y le pedía que trabajase con normalidad. Así esperaban hasta que el silencio se llenaba del pitido de los retardos indicando que las puertas estaban abiertas. Ya sólo había que coger el dinero. “Me llevó hasta el cajero y luego a la caja fuerte. Me entregó un maletín tipo ordenador y me pidió que lo llenase con los fajos de billetes. ‘Monedas ni una’, me advirtió. Cuando lo tuvo todo me ató y me amordazó. ‘Dame quince minutos para que me largue. Sólo necesito ese tiempo’, me dijo”.
En cuanto salió de la sucursal, el director trató de zafarse de las ligaduras. Lo logró pocos minutos después. “Es que no me ató muy fuerte”, reconoce. “Avisé inmediatamente a la Guardia Civil y salí de la oficina a esperarlos para no alterar las pruebas”.
El 1 de febrero de 2013 se produjo el primer atraco de los seis. El último, el 26 de agosto de 2015. Durante todo este tiempo, la UCO (Unidad Central Operativa) de la Guardia Civil y sus compañeros de Policía Judicial de Cantabria han estado trabajando sin descanso con las pocas pistas que el atracador fue dejando a su paso ya que, como iba disfrazado, resultó imposible identificarlo a través de su imagen. Se hicieron decenas de comprobaciones, se analizaron imágenes, se tomaron cientos de declaraciones (sin exagerar), hasta que se dio con la tecla adecuada. Cada vez que atracaba una entidad los agentes se desplegaban por la localidad como si de un enjambre de abejas se tratara y durante días, hablaban con todos los vecinos que podían. Si la camarera del bar decía que un desconocido había tomado café en la última semana, se apuntaba su descripción, y se le buscaba hasta dar con su identidad. Luego se comprobaba si tenía coartada para el resto de atracos y si existía se le descartaba. Sobre el papel son pocas líneas, pero sobre el terreno el esfuerzo fue hercúleo. Con este sistema de trabajo, un agente, tras un asalto, habló con un paisano del lugar, que nada sabía del atraco porque vive alejado. Durante la conversación informal aportó un dato al que no dio casi trascendencia: “Ese día, cerca de casa, me fije en un coche con matrícula capicúa. Me llamó la atención, por eso me acuerdo. No me pregunte ni las letras, ni el color, ni el modelo porque no me fije, pero no creo que tenga nada que ver con lo ocurrido”, advirtió al tiempo que le daba los números. Hay veces que no se sabe bien porqué, quizá los años de experiencia, quizá la pasión por el trabajo, pero a los responsables de la investigación, el detalle les despertó el instinto, el olfato que dicen ellos. Se cribaron las bases de Tráfico y se fue investigando a cada titular poseedor de un automóvil con esa numeración en la matrícula. Entre ellos estaba el atracador. Cuando le tocó su turno, los agentes comprobaron que el coche estaba a nombre de una empresa y que él se dedicaba a tareas de representación. Todo dentro de la lógica. Cabía la posibilidad de que el hombre hubiese ido a trabajar aquel día a la localidad y nada tuviese que ver con el atraco, pero el zumbido de la mosca tras la oreja, aunque atenuado, se mantenía. Se revisaron imágenes de cámaras de seguridad del resto de pueblos que había sufrido asaltos y “¡voilá!”. Al coche se le ve un día antes circulando próximo a dos sucursales que fueron asaltadas veinticuatro horas después. ¿Aquello era demasiada casualidad? Se comprobaron registros de hoteles y el representante siempre estaba alojado en la localidad del atraco o en una cercana.
Después de casi dos años en los que había traído de cabeza a los investigadores, los miembros de la investigación creían poder cerrar la operación Gabardina, que es como se le bautizó por el atuendo del atracador, pero había que comprobar todo sobre el terreno. Un equipo de 20 guardias, al que se unieron miembros de la UEI (Unidad Especial de Intervención), vigilaron durante cada segundo del día al sospechoso con una máxima en la cabeza. No se lanzarían sobre él hasta que se hubiera disfrazado y fuese a abordar al director de turno. Había que pillarle in fragantti para tener pruebas que lo encerrasen en la cárcel una buena temporada, pero ni demasiado pronto, sin estar disfrazado, ni demasiado tarde, con el atraco consumado y un posible rehén. El espacio de actuación era escaso y la pericia debía ser máxima. La única tranquilidad es que la pistola parecía simulada. Lo vigilaron y le grabaron. Comprobaron que se trataba de un profesional. Vigilaba la casa del director de la entidad, apuntaba horarios de salidas y entradas, rutinas, trayectos hasta el trabajo, horarios de apertura y cierre, número de personas que trabajaban, dibujaba mapas del edificio, de posibles vías de escape... Por anotar hasta escribió, en dos cuadernos que le intervinieron los investigadores, las órdenes exactas que debía dar a los responsables de los bancos.
Durante casi ocho semanas le observaron sin ser detectados, en tensión, con la mano sobre la culata de la pistola, sin perderle de vista un segundo, dispuestos a saltar sobre él. Al ser un solo individuo, los planes estaban en su cabeza y no los compartía con nadie. El director de la entidad que iba a ser asaltada en San Miguel de Meruelo, Cantabria, ni se enteró de la peligrosa vigilancia ni de los ángeles vestidos de verde que le protegían. El día 22 de diciembre, tampoco se percató de que cuando él salía del coche, un individuo con una gabardina que rellenaba con un cojín para parecer más gordo, con peluca falsa, barba postiza y un arma en la mano se intentó aproximar a él. Como si de un truco de magia se tratara, alrededor del atracador aparecieron varios agentes de la UEI, apuntándole con pistolas: “¡Guardia Civil! ¡Al suelo! ¡Al suelo!”. El director del banco observó la escena unos metros más allá y dedujo que algo raro ocurría, pero no fue hasta que los agentes le contaron toda la investigación que se enteró de lo que había estado ocurriendo a su alrededor sin que se hubiera percatado de nada. Cuando se sobrepuso a la sorpresa les dijo: “Esperaba que hoy me tocase la Lotería de Navidad, pero el premio gordo lo he tenido con vosotros”.
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