Desarrollo personal
Mario Alonso Puig experto en desarrollo personal: “Los pensamientos positivos no solo cambian tu estado de ánimo, te hacen más inteligente”
Durante siglos se pensó que la inteligencia era una cuestión de tamaño cerebral. Hoy, la ciencia demuestra que lo que realmente transforma el cerebro es la forma en que pensamos
Durante el siglo XIX, el tamaño del cráneo fue considerado un indicador de inteligencia. Lo que hoy suena a disparate fue, en su momento, una creencia científica avalada por teorías como la frenología, defendida por figuras como George Combe y Orson Squire Fowler. Incluso llegaron a fabricarse sombreros especiales que registraban la forma del cráneo como si de un mapa mental se tratara.
El doctor Mario Alonso Puig, reconocido por su trabajo en el ámbito del desarrollo personal y la neurociencia aplicada, utiliza este ejemplo para ilustrar cómo hemos evolucionado en la comprensión del cerebro y, sobre todo, de la inteligencia.
Pensar bien no es solo cuestión de actitud
"Hoy sabemos que capacidades como la inteligencia, la creatividad o el espíritu emprendedor no dependen únicamente de la estructura cerebral, sino del tipo de pensamientos que tenemos", explica Puig. Es decir, la calidad de nuestros pensamientos moldea literalmente nuestro cerebro.
Pensamientos que estimulan la curiosidad, la esperanza o la ilusión tienen un efecto directo sobre la plasticidad cerebral: favorecen la creación de nuevas conexiones neuronales y expanden nuestra capacidad de aprendizaje. En cambio, los pensamientos pesimistas, repetitivos o centrados exclusivamente en el fracaso, activan circuitos de estrés y ansiedad que limitan el funcionamiento cognitivo y emocional.
La mente como aliada, no como obstáculo
Frente a modelos antiguos que relacionaban la inteligencia con algo innato e inamovible, las nuevas corrientes en neurociencia -muchas de las cuales han sido divulgadas por Puig en conferencias, libros y talleres- insisten en que el pensamiento es una herramienta poderosa de transformación. No se trata de negar las dificultades, sino de aprender a dirigir la atención hacia aquello que nos potencia en lugar de paralizarnos.
La creatividad, el entusiasmo o la capacidad de adaptarnos no son dones fijos: son procesos que podemos cultivar a diario a través del diálogo interno, la narrativa que construimos sobre nuestra vida y la forma en que elegimos interpretar lo que nos sucede.