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Pánico: de Alcorcón al Carlos III

Imagen del hospital de Alcorcón momentos antes del traslado de la afectada al hospital Carlos III
Imagen del hospital de Alcorcón momentos antes del traslado de la afectada al hospital Carlos IIIlarazon

Varios sanitarios del hospital del sur de Madrid se negaron a entrar al centro por miedo al contagio.

«¿Qué es lo que ocurre? ¿Hay un simulacro?». 20:00 horas de ayer. Mucha gente se acercaba al Hospital Universitario Fundación Alcorcón para visitar a sus familiares. Desconocían que el centro en el que acababan de entrar acogía a la primera contagiada por ébola fuera del continente africano. Sobre esa hora, agentes de la Policía Nacional hicieron acto de presencia en el hospital. No fueron los únicos. Poco a poco, acudían al lugar efectivos pertenecientes a la Policía Local y a la Policía Nacional. De hecho, al cierre de esta edición, todo parecía listo para trasladar a la paciente al Hospital La Paz-Carlos III de la capital, pero todavía no se había efectuado. Aunque se preveía realizar en las próximas horas. Nerviosismo y desconfianza. Eran las principales sensaciones que transmitían los presentes en el recinto. Pero no sólo en Alcorcón. También en el Carlos III, que estuvo desde las 19:00 horas blindando su sexta planta para recibir a la infectada.

A las puertas del centro de Alcorcón se notaba el miedo, incluso entre los propios sanitarios. «Yo ahí no entro», decía un celador a otro. «Pero es nuestra obligación. Negarte no te puedes negar», respondía un compañero. «Sí, a él le caen 20 años o le quitan la empresa, pero el que está jodido eres tú», replicaba. «Como no me traigan el “buzo” –así se referían al traje preceptivo para evitar el contagio– y todo lo reglamentario, yo ahí no entro», añadía. Entre medias, los trabajadores también comentaban las últimas novedades respecto al estado de salud de la paciente: en las últimas horas había vomitado y tenía diarrea. Dos de los síntomas característicos en los enfermos de ébola.

La intranquilidad se extendía entre los pacientes de familiares ajenos al temible virus africano. Sobre todo porque pronto notaron que se daban circunstancias extraordinarias a cualquier otro día. El recinto donde se encontraba la paciente, posiblemente en la planta baja, había sido separado con cortinas. Del mismo modo, habían cerrado los boxes, las estancias donde se encontraban los pacientes de Urgencias. «Llevo toda la tarde aquí para que a mi mujer le hagan una radiografía de espalda», comenta una de las personas que se encontraba en una sala de espera. Padre de familia, con dos hijas, no le importaba reconocer su inquietud. «Todos tenemos mucho miedo», dijo. Y en momentos como éste, todas las dudas salen a relucir. «¿Que el ébola no se propaga por el aire? Menos mal...». Poco después, le pusieron un gel desinfectante, tanto a él como a sus niñas.

«Yo si fuera ustedes no estaría por aquí, y menos con las niñas», le dice a esta familia un sanitario. No en vano, la puerta que comunicaba a Urgencias, y consecuentemente al habitáculo donde estaba la paciente, permanecía cerrado. «¿Cómo es que tardan tanto para un análisis?», se preguntaba una mujer que también esperaba la salida de un familiar. «Yo estoy por irme. A mí, estas cosas me causan mucho respeto. Pero claro, no puedo dejar a mi padre solo...», comentaba otro joven que esperaba impacientemente en el centro. Mientras, otro joven comentaba: «En Urgencias están todos los médicos cuchicheando, pero nadie trabaja».

El Hospital Carlos III ultimaba anoche los preparativos para la llegada de la auxiliar de enfermería. LA RAZÓN fue testigo del exhaustivo trabajo para aislar la sexta planta. «Bloquea el ascensor», gritó un miembro del equipo de seguridad del recinto hospitalario. Al mismo tiempo, pidió a sus compañeros que subieran a la sexta planta para blindarla ante la posible entrada de periodistas. «Va a venir aquí. Es una auxiliar que atendió al misionero Manuel García Viejo. Pero no pasa nada», comentó una enfermera en un pasillo con la intención de calmar a los familiares de los pacientes ingresados. «Nos han dicho que nos vayamos tranquilos, que mi marido va a seguir aquí», comentó una mujer a este diario a la salida del hospital.

Todo estaba preparado para recibir a la enferma, que llegó de madrugada, ya que todo el equipo sanitario trabajó durante horas a destajo para aislar la sexta planta. Durante la estancia del padre Miguel Pajares se desalojó todo el hospital. Mientras que con la llegada de García Viejo sólo se mantuvo aislada la sexta planta. En esta ocasión también se mantendrán a los pacientes ingresados en las demás plantas. Asimismo, se seguirán realizando las consultas externas con normalidad, así como las operaciones quirúrgicas. Desde el fallecimiento del religioso no ha ingresado en esa planta ningún otro paciente. Además, las medidas de seguridad son extremas. De hecho, solamente se puede acceder a ella con una tarjeta específica, que sólo la tienen los sanitarios que tratan a los pacientes infecciosos.

La tensión es patente en el hospital. «Para los que trabajamos aquí esto es muy duro. Estamos expuestos y se están viviendo momentos de mucho nerviosismo», afirmó una enfermera del centro. Esta tensión se traslada a los pacientes y a sus familias. «Es el segundo caso que ocurre desde que mi marido está ingresado, ¿cómo quieres que esté?», dice una señora tras salir del hospital, en el que el domingo ingresó un paciente, proveniente de Nigeria, con síntomas de ébola. Pero la primera prueba dio negativo.