Ciencias humanas
¿Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?
Nuestro cerebro es una herramienta especialmente ducha en distinguir cuándo nos está tocando otra persona y cuándo nos estamos tocando nosotros
Hay cosas imposibles. Muchas cosas imposibles. Y entre todas ellas una nos intriga especialmente: ¿por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?
Hay cosas imposibles. Muchas cosas imposibles. Y entre todas ellas una nos intriga especialmente: ¿por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos? De alguna manera, nuestro cerebro es una herramienta especialmente ducha en distinguir cuándo nos está tocando otra persona y cuándo nos estamos tocando nosotros. Pero, ¿cómo se las arregla para ello? Según las últimas investigaciones al respecto, parece que el cerebro es capaz de reducir la sensación táctil en cualquier área de nuestra piel si detecta que somos nosotros mismos los que la provocamos.
Afortunadamente, no somos conscientes de nuestro propio cuerpo todo el tiempo. Sería realmente incómodo estar permanentemente notando el tacto del pelo sobre la cabeza, la presión de los párpados al pestañear, el roce de la lengua con los dientes, el lento crecimiento de las uñas, el tránsito de la sangre por las venas... Así que el cerebro desconecta la mayoría de esas sensaciones que solo se hacen evidentes en casos excepcionales (cuando tenemos una irritación de piel o una llaga en la lengua, por ejemplo).
Durante las primeras fases del desarrollo infantil, los bebés empiezan a generar la sensación de propiocepción, es decir, la capacidad de conocer los límites de su propio cuerpo y de identificarse como un individuo en el espacio.
El tacto juega un papel fundamental en esa evolución. Algunas patologías del desarrollo dificultan la correcta función de las neuronas dedicadas a la propiocepción y las personas que las padecen tienen dificultades para entender el espacio que ocupan y para relacionarse de manera táctil.
Estudiando cómo reacciona el sistema nervioso de un individuo al que se le toca, los científicos pueden entender algo mejor estos mecanismos y ha descubierto que el camino neuronal de las sensaciones provocadas por nuestras propias manos es diferente al que siguen las sensaciones provocadas por manos de otro.
La piel contiene miles de receptores del tacto que reaccionan a la presión, al calor o al frío. La información sensorial llega a través de esos canales y se transmite a la espina dorsal para llegar hasta el cerebro. Allí es procesada en diferentes fases. Para ello, el cerebro utiliza conjuntamente varias regiones de su geografía. Gracias a las imágenes tomadas por resonancia magnética funcional, se puede ver en directo qué región se activa en cada momento.
Sí un individuo se toca a sí mismo, las áreas del cerebro relacionadas con el tacto se activan, pero en menor medida que cuando el tacto es contra el cuerpo de otro.
Es decir, nuestra mente está adaptada para reducir la sensación del propio tacto (incluso hasta eliminarla por completo). Cuantos más estímulos táctiles tenemos del exterior, menos notamos nuestros propios roces.
Es un mecanismo de supervivencia ideal. La mente sabe que nosotros no vamos a hacernos daño. Por eso, cuando percibe el tacto de otra persona los avisos al cerebro son más intensos con el fin de alertarnos de un posible ataque exterior.
¿Las plantas pueden captar los olores?
Si decimos a qué huelen las plantas, pensamos en el aroma que emiten. Pero en este caso nos referimos a cómo «huelen» ellas. Es decir, si son capaces también de percibir olores. La respuesta es que, en cierta medida, sí. Un estudio de la Universidad de Tokio cree haber dado con la clave. Las plantas captan un tipo de moléculas aromáticas conocidas como compuestos volátiles orgánicos, que son esenciales para algunos mecanismos asociados con su supervivencia, como su capacidad para atraer a las aves y abejas, o para detectar enfermedades en plantas vecinas. Los investigadores expusieron plantas de tabaco con cuatro semanas de vida a diversas compuestos volátiles orgánicos. Y descubrieron que las moléculas aromáticas cambiaban la expresión de sus genes al unirse a otro tipo de moléculas llamadas corepresores transcripcionales, responsables de que los genes se activen o no. Sin duda, no es una sensación como nuestro olfato, pero sí una reacción a los aromas del entorno.
¿Hay sangre en los huesos?
Recientemente, los científicos han descubierto la existencia en la capa exterior ósea de unos túneles a través de los cuales se extiende una red de finos vasos sanguíneos que permiten a la sangre y a las células del sistema inmune expandirse más rápidamente a través del cuerpo. Aún no han calculado cuál puede ser el volumen de sangre que circula a través de ellos. Esta red de capilares sanguíneos ha recibido el nombre de vasos transcorticales.
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