Catástrofes y Accidentes
Siberia, el Chernobyl de los bosques
Mientras el fuego de la Amazonia copa los titulares de la Prensa, las llamas en esta región permanecen silenciadas y Rusia no contempla apagarlas. Tres millones de hectáreas de tundra han ardido
Mientras el fuego de la Amazonia copa los titulares de la Prensa, las llamas en esta región permanecen silenciadas y Rusia no contempla apagarlas. Tres millones de hectáreas de tundra han ardido.
Qué lugar del mundo está ardiendo de manera casi incontrolable durante este verano? Si hiciéramos esta pregunta en la calle es muy probable que la inmensa mayoría de los entrevistados contestara la Amazonia. Quizás algunos españoles se acordarían de los incendios en Canarias. Pero muy poca gente hablaría de Siberia. Y, sin embargo, en las espesas masas de bosque siberiano se está viviendo en este momento una de las catástrofes naturales más graves del último siglo. Cerca de tres millones de hectáreas de tundra han sido ya devoradas por docenas de focos en la última oleada de incendios de agosto.
Si se añaden los incendios que se produjeron en primavera y a principios de julio, la extensión quemada es de casi de 11 millones de hectáreas, 11 veces más que las hectáreas quemadas en Brasil durante todo el año 2018.
Hay algunas diferencias que saltan a la vista entre los incendios de uno y otro lado del planeta (de Siberia y la Amazonia). Sin duda, el espacio que ocupan. Pero también el espectro político de los gobernantes responsables de su manejo, y la atención que han recibido por parte de los medios de comunicación, los líderes de opinión, los gobernantes reunidos en cumbres globales... Son diferentes las casuísticas, los modos de combatirlos, los efectos sobre el medio ambiente. Pero entre todas las diferencias hay una estrepitosa, dramática, de la que casi nadie habla. Los incendios de la Amazonia se intentan apagar. Los de Siberia, no.
Tal como suena: buena parte de los fuegos iniciados en la extensa y fría región rusa se dejan a merced del viento, de la orografía y de las lluvias. Y es que hace cuatro años, el gobierno de Putin decidió desempolvar una antigua lista de instrucciones de tiempos soviéticos sobre el manejo de incendios en los bosques siberianos. La normativa faculta a las autoridades locales para que dejen sin apagar los fuegos que afectan a su territorio a menos que se justifique que es económicamente rentable extinguirlos. En otras palabras: si apagar un conato de incendio va a costar a las arcas del Estado más dinero de lo que se perderá por la quema de los árboles, la instrucción es «no mover un dedo».
El problema es que no existen criterios muy claros para determinar la rentabilidad de un acción de extinción. La ley resucitada en 2015 solo otorga a las autoridades locales el derecho a decidir. Si las llamas no afectan directamente la vida de seres humanos (y hay que tener en cuenta que nos encontramos en una de las regiones menos densamente pobladas del mundo), el criterio a seguir es puramente económico. Qué valor de mercado tiene la madera y la vegetación que se va a perder, versus qué coste tienen las tareas de extinción.
Los responsables de decidir realizan este cálculo según los precios mínimos de madera procesada. Eso significa que en los casos en los que ésta no tiene de origen un valor comercial, el valor es cero. Así que cualquier coste para evitar la quema resulta excesivo. En la mayoría de los casos se estima que un incendio no produce pérdida económica ninguna. Así las cosas, en Siberia, cada año el fuego acaba con más extensión de bosque que la industria maderera. En concreto, tres veces más.
La política de no extinción dentro de las llamadas «zonas controladas» de la gran extensión siberiana no tiene en cuenta, sin embargo, la gran cantidad de efectos secundarios de los fuegos. Se cree que solo el 9 por 100 de los conatos son extinguidos por especialistas. El resto es abandonado a su suerte. Habitualmente, las bajas temperaturas y las precipitaciones mantienen a raya el problema. Con ello cuentan desde hace años las autoridades. Pero en este verano de 2019, llevamos varias temporadas experimentando embolsamientos de aire caliente que hacen aumentar las temperaturas en la misma Siberia y las precipitaciones han descendido.
Algunos expertos creen que la política de no extinción provocará este año cifras récord de pérdida de bosques. Algunas zonas sometidas a este criterio están muy cerca de poblaciones humanas. El viento ha llevado ya a varias ciudades como Novosibirsk y Krasnoyarsk nubes de humo negro irrespirable que ha mermado la calidad del aire en un área donde viven más de un millón de personas. La situación es tan crítica esta vez que el primer ministro dimitry Medvedev ha ordenado al Parlamento que se reúna para revisar la controvertida política contra incendios.
Rusia es el país del mundo con mayor extensión de bosque. Algunos ecosistemas como la taiga en la región de Krasnoyarsk o las tundras árticas de la republica de Sakha son de gran valor ecológico. La gran cantidad de incendios experimentada este año ha arrojado a la atmósfera 138 megatoneladas de dióxido de carbono (más que las emisiones totales de algunos países del mundo). Además, la quema está enviando al cielo enormes cantidades de «carbono negro», partículas que son enviadas por las corrientes de aire a todo el mundo. Estas partículas ya se están depositando en lugares tan imprevistos como las capas de hielo del Ártico. El efecto es pernicioso: las partículas oscurecen el hielo y reducen su capacidad de reflejar la radiación solar. El suelo absorbe el calor en lugar de rechazarlo, lo que provoca una aceleración de la fusión del hielo.
Un incendio incontrolado en Siberia puede terminar provocando un aumento del ritmo de deshielo en el Ártico. Muchos expertos creen que Rusia es el campeón mundial de la deforestación. Desde 2006 el cuidado de los bosques no recae ya en los tradicionales guardabosques que se preocupaban de controlar los fuegos y las pérdidas de masa arbórea. Ahora el terreno se reparte en jurisdicciones mucho más amplias, con legislaciones complejas y burocracias más lentas. Todo ello, unido a la insaciable demanda china de madera rusa provocan que el país europeo más oriental se haya convertido en una triste máquina de destruir árboles. Quizás haya que prestarle también atención.
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