Teología de la Historia
La «solución final a la cuestión judía» en la Segunda Guerra Mundial
Así se referían los nazis al plan de genocidio de los 11 millones de judíos que vivían en Europa durante la contienda
La «solución final a la cuestión judía» era la expresión nazi utilizada para referirse al plan del Tercer Reich para llevar a cabo el exterminio de los judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Ya es conocido que, desde el primer momento de su existencia, el nazismo tenía al pueblo judío como una raza inferior y «a extinguir», por su perversa ideología donde la superioridad de la raza aria estaba por encima de cualquier otra consideración. Desde su llegada al gobierno en 1933, los atentados, primero con la «noche de los cristales rotos» (de los comercios judíos) –como momento singular– y las leyes raciales después, fueron creando una situación en la que ese ensañamiento racista fue tomando forma concreta.
El siguiente paso serían los campos de concentración y los ghettos, para acabar culminando con los campos de exterminio mediada la Segunda Guerra Mundial, que comenzó el 1º de septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por las tropas de la Wermacht. Es necesario recordar –ya que la izquierda quiere olvidarlo– que esa guerra fue pactada por las dos ideologías más dañinas para la humanidad que han existido hasta el presente: el nazismo, con Hitler y el comunismo, con Stalin.
De tal forma que sus respectivos ministros de Asuntos exteriores, Von Ribbentrop y Molotov, lo pactaron el 23 de agosto, apenas unos días antes de su comienzo. A medida que la guerra avanzaba, los territorios ocupados por los nazis iban expandiéndose, llegando el 10 de mayo de 1940 –con la invasión de Francia y el Benelux– a disponer de gran cantidad de población sometida a su yugo racial. La existencia de numerosos judíos entre ellos y la necesidad de mano de obra para suplir a los trabajadores alemanes movilizados dio comienzo a las deportaciones masivas y a los campos de concentración.
El comienzo de la invasión de la URSS, el 22 de Junio de 1941, supondrá la ocupación de grandes extensiones de terreno y de poblaciones de Rusia y las repúblicas socialistas soviéticas orientales europeas. Ya se contaban entonces por millones los judíos bajo dominio de Hitler, lo que plantearía la ejecución de la «solución final» a la cuestión judía. Apenas seis meses después, el Mariscal Goering ya disponía de un preciso estudio para hacer posible el exterminio –el genocidio– de la población judía bajo su dominio en Europa, estimada entonces en unos once millones de personas .Para implementar la logística necesaria se convocó, con un orden del día en clave, a 15 altos jerarcas nazis, a una reunión presidida por Reinhard Heyndrich, alto mando de las SS. La fecha señalada era el 9 de diciembre de 1941 y, el lugar, una señorial mansión ubicado en el residencial distrito de Wannsee, al sudoeste de Berlín, junto a los lagos que le dan nombre.
Esa reunión pasaría a la Historia como la Conferencia de Wannsee. Para darse cuenta de su importancia basta observar el espacio dedicado a la misma en el Museo del Holocausto, el Yad Vashem, en Aín Karem, a las afueras de Jerusalen, presidido por las 15 grandes fotografías de sus miembros, encabezadas por Heyndrich.
Un siglo antes
Hasta aquí un sucinto recorrido por el nazismo y la Segunda Guerra Mundial hasta esa fecha, decisiva para el pueblo judío y para la posterior suerte de Europa y del mundo. Ahora es oportuno retroceder exactamente un siglo en la Historia, a diciembre de 1841, con un joven de 27 años, residente en Estrasburgo y de una acomodada familia judía, de nombre Alfonso de Ratisbona. Tenía previsto contraer matrimonio en unos meses, e iba a disfrutar de un crucero por el Mediterráneo embarcando en Nápoles.
Fue en diligencia hacia Marsella para embarcarse allí rumbo a dicha ciudad y, posteriormente, escribirá que al acercarse a la altura de la costa próxima a Roma, escuchó las salvas de los cañones que conmemoraban la fiesta de la Inmaculada Concepción –el 8 de diciembre de 1841– en la milenaria capital de los Estados Pontificios. Visitará Nápoles y sus alrededores y, al recoger los billetes para el embarque, comprobó que por error le habían dado plaza para desplazarse a Roma.
Finalmente, partió el 5 de enero, llegando a Roma el día de Reyes.Tenía pensado regresar nuevamente a Nápoles el 20 de enero para pasar a continuación a Malta, y descansar allí una temporada antes de su boda. Pero la Providencia tenía otros planes para él. Paseando por la ciudad coincidió con un amigo de París que le presentó a un hermano suyo, Teodoro de Bussieurs, converso al catolicismo de su anterior protestantismo y que será instrumento providencial para acercarle a la Inmaculada a través de la Medalla Milagrosa.
La Medalla Milagrosa
Es el nombre con el que popularizó el pueblo a la Medalla de la Inmaculada que, en 1830, le fue mostrada por Ella misma en una aparición –de extraordinaria importancia en la Historia– en la parisina Rue du Bac a la vidente ( hoy) santa Catalina Labouré, encargándole su difusión.
Gran devoto de ese suceso, al que atribuyó su conversión, le pedirá a un judío ateo y anticristiano que aceptara ponérsela y recitar un par de veces al día una breve oración. Ante su insistencia, y para acabar con esa situación, accedió. El 20 de enero se encontraron en la Plaza de España y le invitó a acompañarle a la Iglesia romana de San Andres «delle Fratte», donde preparaba el funeral de un íntimo amigo que acababa de fallecer.
Más tarde sabrá que se trataba del Conde de Laferronays y que había ofrecido su vida por la conversión «del joven judío». Entró por curiosidad al Templo y, súbitamente, según declarará, se sintió transportado a una capilla lateral donde, en medio de una gran oscuridad, brillaba resplandeciente la Virgen María, tal y como aparecía en la Medalla Milagrosa. Mientras, con una mano, Ella le invitó a postrarse ante el altar sobre el que se encontraba. «No oí nada, pero lo entendí todo», dirá, ante un sorprendido amigo que le encontró postrado en el suelo y sollozando.
Diez días después era bautizado y recibido por el Papa Gregorio XVI, ordenándose sacerdote a los cinco años . La conversión instantánea de Ratisbona el 20 de enero de 1842, será declarada Milagrosa por intercesión de María Inmaculada a los cinco meses por la Santa Sede. Irá a Tierra Santa donde fundará, con un hermano suyo también convertido y sacerdote, «la congregación de las Hijas de Sion», para rezar por la conversión de los judíos y ayudar a su pueblo.
La intercesión de María
Regresamos a la convocada Conferencia de Wannsee para la «solución final» del 9 de diciembre de 1941. Hasta ese momento, Hitler iba de victoria en victoria. El 7 de diciembre la aviación japonesa bombardeaba la base naval estadounidense de Pearl Harbour y, al día siguiente, 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, el presidente Roosevelt comparecía ante el Congreso norteamericano y declaraba la entrada en la guerra de los EE UU. Un telegrama cifrado remitido de urgencia a los nazis convocados desplazaba la Conferencia a unos días más tarde, al ¡20 de enero de 1942! Exactamente 100 años después, día por día, del milagro de la conversión del judío Ratisbona por la Inmaculada.
La Historia es testigo de que la entrada de EE UU en la guerra marcará un parteaguas en ella. También para los judíos, que padecerán la persecución y en gran número encontrarán la muerte en los campos nazis de exterminio , pero de los 11 millones de ellos cuyo genocidio estaba preparado, varios millones sobrevivirán.
Tras una diáspora de 19 siglos –desde la destrucción del Templo de Jerusalén por las legiones romanas en el año 70–, ese destierro finalmente concluyó tras la persecución sufrida en esa guerra. Fue en 1947 cuando la ONU declaró la partición de Palestina y la creación de dos estados, uno de ellos, Israel. La fecha: el 27-29 de noviembre. La primera coincide con la fiesta de la Medalla Milagrosa, mostrada ese día de 1830 a Santa Catalina Labouré. Teología de la Historia, de la mano de María.
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