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El «efecto tableta» en los más pequeños
Para lograr que sea positivo, hay que enseñarles a utilizar la tecnología como un medio para compartir tiempo y espacio, para generar preguntas y vínculos.
El uso de las nuevas tecnologías ha demostrado tener un efecto muy positivo en la educación de los más pequeños. Muchos expertos utilizan aplicaciones específicamente desarrolladas para detectar o tratar la dislexia. Algunos juegos, como puzles en tres dimensiones, son una herramienta muy buscada para estimular la capacidad de deducción, la inteligencia espacial y la concentración. También han demostrado ser un medio útil para comunicarse con niños con autismo y hasta menores con sordera casi total. Y ahora un reciente informe del Hospital de Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat (Barcelona) señala que un uso responsable, educativo y supervisado (tres claves fundamentales) de las nuevas tecnologías por parte de los niños y adolescentes puede ser «muy beneficioso» para el desarrollo y para adquirir habilidades básicas. Según el informe, el 40% de los menores de dos años acceden de manera habitual a tabletas o smartphones. La cifra sube hasta el 72% cuando tienen menos de ocho años y al 90% entre los de diez a quince. Genís Roca, coordinador del estudio, explicaba en su presentación que no imagina a sus hijos «en ningún trabajo que no implique un uso de las tecnologías, por lo que deseo que las controlen y conozcan bien, ya que serán claves en su futuro. Con ellas aprenderán, estudiarán, trabajarán, viajarán y se enamorarán».
El impacto es tan importante a nivel de educación y futuro que UNICEF se ha unido a ARM (una firma especializada en desarrollo de tecnologías de comunicación) y a Frog –empresa referente en dispositivos tecnológicos para menores de edad–, para crear la iniciativa Wearables for Good. El emprendimiento busca utilizar los «wearables» para impactar en la salud, la economía y la educación de los niños sin importar su ubicación geográfica. «Necesitamos innovar con un propósito social – asegura Erica Kochi, colíder de la sección de Innovación de UNICEF –, para romper las barreras de tiempo, distancia y falta de información que impiden que millones de niños alcancen su potencial verdadero». La iniciativa no busca objetivos a corto plazo, sino que pretende cambiar la llegada de la tecnología en plazos de 5, 10 y hasta 20 años.
Pese a todos estos datos, la realidad es que la inmersión de los más pequeños en la tecnología es un fenómeno muy reciente. En 2012, tres años atrás, apenas uno de cada diez niños de menos de dos años tenía un vinculo tecnológico.
Un estudio de la Universidad de Los Ángeles, California, aseguraba recientemente que el uso de las nuevas tecnologías dificultaba la memoria y la empatía en los niños. Para llegar a esa conclusión, los expertos analizaron la conducta de 105 niños que, divididos en dos grupos, pasaron un mes en un campamento en el que unos tenían dispositivos conectados a internet y otros no. Estos últimos tuvieron mejores resultados en empatía y reconocimiento de otros rostros al finalizar la estadía. Pero... ¿es significativo un universo de 100 personas? No tanto.
Otro estudio, éste publicado en Pyschology Today, afirmaba que el 95% de los adolescentes que participan de videojuegos eran capaces de lidiar con estímulos provenientes de diferentes fuentes, al mismo tiempo que su capacidad para concentrarse disminuía. El uso abusivo de tecnologías a muy temprana edad también podía llevar a la obesidad –por la falta de actividad física– y a las adicciones. A este respecto, el psicólogo clínico Josep Lluís Matalí, que también participó de la investigación realizada en el Hospital de Sant Joan de Déu, puntualizaba que «de cada 100 demandas que llegan de niños con esta problemática, el 40% se acaban diagnosticando como adicción, y el resto tienen otro tipo de problemas vinculados a una sintomatología depresiva, de ansiedad o soledad».
Nuestra ignorancia en este aspecto está incrementada por la reciente irrupción de las nuevas tecnologías en la realidad de los más pequeños. Matalí explica que «el principal riesgo de las nuevas tecnologías en un niño es no poder acceder a ellas. A un niño de 13 años, el hecho de no tener WhatsApp le representa más problemas que el riesgo de tenerlo».
¿Cómo aprovecharse de los beneficios que pueden traer los «gadgets» a nuestros hijos sin caer en efectos adversos? Una clave fundamental es identificar el abuso. Y para ello es determinante el ejemplo. Del mismo modo que si los niños nos ven leer será más probable que adquieran ese hábito, que nos vean con el teléfono en la cena, en el parque o en el coche con un smartphone es un permiso tácito para ellos.
Otro punto fundamental es intentar provocar la idea en los niños de que la tecnología es un medio, no un fin. Que utilicen el smartphone para quedar con sus amigos en algún sitio, no que ésa sea la fuente mayoritaria y casi exclusiva de contacto.
Los tres peligros más importantes de la conectividad son similares a la fábula de los tres monos: que vean lo que no tienen que ver, digan lo que no deberían decir y oigan lo que nunca deberían.
En el primero de los casos, muchos sistemas antivirus tienen un método de protección para menores que permite a los padres determinar el contenido que ven sus hijos. Decir lo que no deberían es compartir información personal, familiar o íntima con desconocidos. Al igual que en el caso anterior Kaspersky o McAfee también permiten bloquear el envío de información personal. Finalmente, cuando los más pequeños son objeto de acoso o «bullying» a través de la red, es posible, también mediante programas de antivirus, registrar el contenido de chats o mensajes...aún si estos han sido borrados del historial.
La tecnología es una realidad inherente a nuestros hijos, no tanto a los padres y educadores. Por ello la clave más importante para lograr efectos positivos es que los padres también aprendamos a utilizarla de modo que se convierta en un medio para compartir tiempo y espacio, para generar preguntas y vínculos.
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