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Un prototipo español para que no se repita la peor catástrofe de Europa

Ingenieros españoles crean una máquina para predecir deslizamientos de tierra cuando se cumplen 50 años de la tragedia de Vajont, en la que un alud mató a casi 2.000 personas

El pueblo de Longarone (Italia) vivió el mayor desastre de Europa en el siglo XX. A la izquierda, la villa antes de la riada. A la derecha, tras el paso del agua
El pueblo de Longarone (Italia) vivió el mayor desastre de Europa en el siglo XX. A la izquierda, la villa antes de la riada. A la derecha, tras el paso del agualarazon

A las 22:39 del 9 de octubre de 1963, hace prácticamente 50 años, los vecinos del pueblo de Longarone, en el nordeste de Italia, sintieron algo parecido a un trueno pero como nunca habían oído. Segundos después, toneladas de agua y barro engulleron la villa y a casi 2.000 de sus vecinos. Un desprendimiento de tierra en la presa del río Vajont acabó con el 80% de los habitantes en la mayor catástrofe no natural ocurrida en Europa en el siglo XX. Ahora, un equipo español de investigadores ha modelado qué sucedió y diseñado un prototipo que podría ayudar a que desastres como éste no vuelvan a suceder.

"Los pastores de la zona relataron cómo, tras el tremendo ruido, un fortísimo viento los tiró al suelo. Algunos han comparado la onda expansiva a la de una bomba atómica", dice el ingeniero de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) Víctor Serri. Este investigador acaba de volver a Barcelona tras participar en unas jornadas científicas alrededor del 50 aniversario del desastre de Vajont. "Estuve paseando por la presa, que casi se mantiene intacta", recuerda. Serri ha pasado buena parte de su vida como investigador estudiando qué fue lo que pasó.

La presa de Vajont era, con 276 metros de altura, la más alta del mundo entre las de bóveda. Aún hoy está entre las cinco más elevadas. Levantada en un estrecho desfiladero entre dos montañas de los Alpes, iba a ser clave para la generación de electricidad para la región del Véneto, en rápido proceso de industrialización. Sin embargo, ya desde los inicios de su construcción se estaban produciendo pequeños deslizamientos de tierra que se agravaron con el inicio del llenado de la presa.

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"Sabían que había problemas, pero había fuertes presiones para que se pusiera en marcha la presa", recuerda Serri, ingeniero del Departamento de Ingeniería del Terreno, Cartográfica y Geofísica de la UPC. Un informe, incluso, recomendaba no llenarla. Pero la economía se impuso a la ciencia. Aquella noche del 9 de octubre la mayor parte de la montaña del lado sur, el monte Toc, se vino abajo. Una masa de un volumen aproximado de 270 millones de metros cúbicos se desplomó sobre el agua de la presa.

La cantidad de tierra y, en especial, la velocidad con la que cayó, generó un gigantesco y triple tsunami. El temblor fue registrado por sismógrafos de toda Europa. El agua primero fue hacia la ladera contraria, subiendo unos 200 metros. Una segunda ola remontó el río otros 40 metros, pero fue la tercera la que provocó el desastre. Con una altura de 140 metros, superó el nivel de la presa y anegó Longarone y todo el valle.

"Lo llamativo fue la velocidad del deslizamiento", explica Serri. La masa entera colapsó dentro del embalse en menos de 45 segundos. Los expertos esperaban un largo deslizamiento de baja velocidad controlado por las operaciones del embalse pero no uno tan repentino, que llegó a a alcanzar los 100 kilómetros por hora. Estudios posteriores comprobaron que bajo las primeras capas del monte Toc había una arcillosa que se había vuelto inestable con el aporte extra de humedad del agua. Pero eso sigue sin explicar cómo tanta tierra pudo caer tan rápido.

Tierra flotando

La clave pudo estar en un elemento no tenido en cuenta hasta ahora: la temperatura. "La fricción genera calor y este calor afecta a la hidráulica", comenta el ingeniero italiano. El mecanismo físico podría haber sido el siguiente: al inicio de un deslizamiento, entre la masa movilizada y su plano de deslizamiento, se genera fricción. Directamente relacionada con la velocidad y la resistencia del material, esta fricción se disipa como calor, variando la temperatura interna del material. Lo que sucede entonces es que se incrementa la presión del agua que ocupa los intersticios del material, lo que habría reducido la resistencia al corte y el material termina aumentando su velocidad, acelerando continuamente. Es como si la tierra flotara.

Pero había que comprobar ese modelo. El Centro de Diseño de Equipamientos Industriales (CDEI) y el Centro de Innovación Tecnológica en Convertidores Estáticos y Accionamientos (CITCEA), ambos integrados en el Centro de Innovación y Tecnología de la UPC, han construido un prototipo para modelizar deslizamientos de tierra como el de Vajont. Tiene la capacidad de medir la temperatura y la presión de los poros de suelos en el lado de corte y aplicar elevadas tensiones verticales y velocidades de corte en la muestra de terreno analizado.

"Permite calcular la resistencia del material", dice el ingeniero Andreu Presas, del CDEI, y uno de los encargados de plasmar el modelo de Serri. Tras alimentar a la máquina con datos de temperatura, presión y grado de humedad, se coloca el material a analizar en una especie de anillo giratorio. La muestra de tierra es la que impide que gire. "Cuando se rompe la tierra es cuando se produciría el alud", explica Presas. Con los datos del desastre de Vajont, los ingenieros comprobaron que el modelo matemático creado por ellos se corresponde con la realidad. Partiendo de las condiciones del desprendimiento de Vajont, su modelo predijo una velocidad de deslizamiento de 30 metros por segundo, la misma que se cree sucedió aquel 9 de octubre de 1963.

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