Opinión

El último pediatra: una especie en extinción

La crisis vocacional en medicina anticipa un futuro tecnológico sin alma si no actuamos hoy

Área de pediatría del Hospital Infanta Sofía
Área de pediatría del Hospital Infanta SofíaTwitter Jueguaterapia

En medio de la elección de plazas de Médico Interno Residente (MIR) 2025, asistimos a un diagnóstico preocupante: la pediatría pierde atractivo entre los jóvenes médicos. Solo ocho de los 500 mejores MIR han optado por esta especialidad, una caída drástica que evidencia una crisis vocacional profunda. La medicina, tal como la hemos entendido, está en transición. Pero, ¿hacia dónde vamos? ¿Cómo será el médico del año 2050?

En mi libro «Llamando a la Tierra» (2021) ya proponía una mirada hacia el futuro que debe ser asumida con urgencia desde el presente. El médico del 2050 no será simplemente un experto en diagnósticos, sino un mediador entre sistemas complejos, tecnologías avanzadas y realidades humanas cada vez más diversas y frágiles. Deberá ser un nuevo tipo de profesional: técnicamente competente, pero también ecológicamente consciente, emocionalmente empático y socialmente responsable.

Uno de los elementos más transformadores de la propuesta que planteo es la redefinición del concepto de salud. La salud deja de ser entendida como un estado estático de bienestar, y se convierte en una habilidad dinámica: la capacidad de las personas y comunidades para adaptarse, anticiparse y transformar activamente su entorno en busca de una vida digna y en armonía con la naturaleza. Este enfoque ecosistémico de la salud desplaza el foco desde los servicios sanitarios hacia la participación activa de la ciudadanía, abriendo la puerta a nuevos modelos de atención más humanos, preventivos y conectados con el planeta.

En este modelo, la prestación de servicios clásicos y sus listas de espera dejan de ser lo importante. ¿Necesitamos más médicos? ¿Para hacer qué? Probablemente, el número de profesionales sanitarios se reducirá en el futuro, no por escasez vocacional, sino porque el aumento de la productividad a través de la digitalización y la inteligencia artificial permitirá resolver muchas más consultas con menos recursos humanos. De ahí que este escenario de transformación, que podríamos denominar de «poda-sinapsis», conllevará una selección ética y formativa. Solo quedarán quienes encarnen lo mejor del espíritu médico: los «custodios del saber», médicos que no solo QSA la tecnología, sino que preservan el arte de sanar con humanidad. Mientras en medio mundo sobran plazas vacías y faltan vocaciones, la OCDE y la OMS confirman lo que ya intuíamos: no necesitamos más manos, sino almas con raíces. En el bosque del nuevo modelo de salud habrá que podar lo superfluo para que florezca lo esencial.

La medicina será profundamente digitalizada, pero eso no garantiza una mejor atención. Serán imprescindibles competencias que hoy apenas valoramos: empatía, escucha activa, pensamiento crítico, adaptabilidad. El nuevo médico deberá saber convivir con algoritmos, pero también resistirse a la deshumanización. Desde la perspectiva de la salud planetaria, el profesional sanitario también será un defensor de los ecosistemas, un articulador entre el bienestar humano y la sostenibilidad del entorno.

Antes incluso de la irrupción masiva de la inteligencia artificial ya se proyectaba una idea de inteligencia modular inspirada en la naturaleza, especialmente en las raíces apicales de las plantas, muy similar a los modelos avanzados actuales. Imaginaba médicos tipo Ávatar, inspirados en el mundo de Pandora, capaces de resolver cientos de consultas de forma simultánea –gracias a una fusión entre biotecnología, inteligencia artificial y sensibilidad clínica– multiplicando exponencialmente la productividad clínica. Esta visión ya no es ciencia ficción: es el umbral de una nueva medicina que exige, con la misma urgencia, una nueva ética profesional.

En pediatría, los retos serán aún más complejos. Enfermedades derivadas del cambio climático, salud mental infantil, entornos familiares vulnerables o hiperdigitalizados, exigirán una mirada integradora. La infancia debe ocupar el centro de cualquier estrategia de transición ecosocial, y sin embargo, si seguimos sin cuidar a los profesionales que la atienden, corremos el riesgo de dejar esa tarea esencial en manos inadecuadas o, peor aún, sin nadie que la asuma.

La falta de planificación sanitaria, la ausencia de incentivos y el olvido de las condiciones laborales han erosionado el atractivo de especialidades como la pediatría. Esta crisis vocacional revela un desajuste profundo entre lo que exige el futuro y lo que estamos sembrando hoy.

Más que nunca necesitamos transitar hacia un nuevo modelo de salud basado en más transparencia, más democracia y soberanía, un nuevo contrato social con la naturaleza y la creación de un eco-planeta. Un lugar en el que la medicina se naturaliza, y se convierte en una herramienta de transformación social y ambiental.

Necesitamos un cambio de paradigma: formar médicos que no solo sepan, sino que también quieran cuidar. Y eso empieza por seleccionar futuros profesionales no solo por su nota, sino también por su vocación, su compromiso social y su capacidad para mirar a los ojos de un paciente y entender su miedo, su dolor y su historia.

El médico del 2050 empieza a gestarse hoy. Depende de nosotros que esté preparado para curar con ciencia, pero también para sanar con humanidad. ¿Hay vida inteligente ahí fuera? ¿O en nuestras decisiones sanitarias seguimos repitiendo esquemas caducos, desconectados del presente y del futuro?

No queremos ser los últimos pediatras, sino los primeros en abrir una nueva era para la salud infantil.