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Un trabajo de fin de curso que puede salvar vidas
Un joven ingeniero español construye una incubadora de menos de 300 euros
¿Puede un sencillo cubículo de madera y plástico reducir la mortalidad infantil en los países en vías de desarrollo? Ése es el anhelo que acaricia Alejandro Escario, ingeniero de telecomunicaciones e ingeniero informático licenciado por la Universidad CEU San Pablo. Acaba de terminar un máster de ingeniería biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y un curso dentro del programa FabAcademy del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Ha sido precisamente está ultima y prestigiosa institución la que le ha concedido el Best Medical Project de los Global Fab Awards por su trabajo de final de curso: el prototipo de una incubadora por piezas construida con menos de 300 dólares –al cambio, unos 270 euros–. Comparado con el coste industrial de estos aparatos –que oscila entre 5.400 y 54.000 euros–, su logro podría suponer una revolución para los hospitales sin recursos del planeta. ¿El secreto? Sus materiales: básicamente, madera y plástico. De momento, el próximo 15 de septiembre el prototipo se trasladará a la Maternidad de Nikki, en Benín, para una primera evaluación.
Escario cuenta a LA RAZÓN que la idea «nació» hace un año y comenzó a materializarse en enero. El mundillo del voluntariado siempre le interesó. Le comentaron que en Sierra Leona había carencia de incubadoras. «En algunos países no tienen medios para mantener la temperatura de los niños correctamente. En ocasiones usan una botella con agua caliente. El primer mundo está muy concienciado, y dona mucho material a estos países. Pero el problema es que cuando esas incubadoras se estropean no pueden arreglarlas, al ser dispositivos muy caros», relata Escario, de 25 años. En algunos países, la mortalidad infantil llega a ser de 60 por cada 1.000 nacimientos. «Una barbaridad», señala. Y en hospitales como el de Benín, un ingenio como el que ha creado será recibido con los brazos abiertos: de los 4.000 niños que nacen al año en el centro, 500 son prematuros.
Escario ha fabricado su incubadora dentro del FabLab CEU, único laboratorio en Madrid perteneciente a la red mundial de laboratorios del Center for Bits and Atoms del MIT. Supervisado por la coordinadora Covadonga Lorenzo. «La estructura es principalmente madera, con pequeñas estructuras de plástico para conducir la circulación del aire, así como unos refuerzos para que el personal sanitario pueda introducir las manos a través de los huecos», señala Escario. La ventaja no está sólo en el precio: en Benín hay abundante madera, por lo que «puede ser reproducida por artesanos locales» y, así, «crear empleo en esas zonas». Y es que Escario no tiene pensado reproducir industrialmente su invención: su incubadora es un diseño «open source», abierto a todo el mundo, y susceptible de ser mejorado por aquellos interesados. «La idea es que se genera una comunidad en torno al diseño», dice.
El departamento de voluntariado del CEU San Pablo y la Fundación Alaine se encargarán de la puesta a punto del prototipo en Benín. Como apunta Escario, países como Venezuela y Paraguay también se han interesado por el prototipo. «El premio real de este proyecto es que funcione», concluye este joven ingeniero.
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