¿Deberían los menores de 16 años tener licencia para usar un smartphone?
La idea suena descabellada en primera instancia, pero podría convertirse en una herramienta eficaz contra el acoso escolar, para concienciar a los menores sobre el uso de internet y para prevenir el contacto con desconocidos.
La idea suena descabellada en primera instancia, pero podría convertirse en una herramienta eficaz contra el acoso escolar, para concienciar a los menores sobre el uso de internet y para prevenir el contacto con desconocidos.
La teoría
Las cifras sobre el uso del teléfono móvil en España (el número uno a nivel mundial en este sentido), pueden asombrar. Sobre todo en menores de 16 años. De acuerdo con el estudio «Menores de edad y conectividad en España», el 57% de los menores entre 11 y 14 años tienen smartphone en países europeos como Inglaterra, Italia, Francia o Alemania, mientras que en España ya alcanza el 66%. Pero ése es sólo el promedio, porque a los 12 años, casi el 70% tiene un teléfono conectado a la red y a los 14, el 83%.
La primera consecuencia de esto, según el citado estudio, es que ha hecho muy difícil la interacción entre padres e hijos: falta de control, demasiado tiempo frente a la pantalla, ignorancia por parte de ambos, etc. Y es que entre nuestra generación, los padres, y la de nuestros hijos, hay una brecha digital muy amplia. Los padres más modernos pueden considerarse consumidores digitales con un amplio conocimiento de la red, la conectividad y los dispositivos, pero los hijos son productores digitales, no necesitan el conocimiento previo para generar contenido.
La segunda consecuencia es que, debido a la facilidad de su uso y al poco interés por conocer sus riesgos, a veces incurren en delitos. Y, al ser menores (hasta los 14 años no pueden abrir una página propia en una red social y dependiendo de la comunidad, hasta los 16 o los 18 no pueden ser imputados), quienes son sancionados son los padres. Un ejemplo claro de esto es la descarga de aplicaciones que permiten desencriptar las claves de redes wifi. Esto es un delito, aunque parezca una ligereza. Pero hay más: acceder a una red desconocida permite usar internet, pero también que otros vean nuestros registros. Y en este aspecto muchos menores no tienen idea de los riesgos que corren y ni siquiera saben si su geolocalizador está activo. En este aspecto, la Agencia Española de Protección de Datos manifiesta un gran interés por el uso de las tecnologías por parte de los menores. En uno de los últimos dictámenes europeos habla de las aplicaciones, en particular las de mensajería instantánea (el 70% de los jóvenes entre 11 y 14 años las tienen descargadas) y «los riesgos que pueden plantear para la vida privada de los usuarios de dispositivos inteligentes». Acceso a contactos, fotos, direcciones, mensajes...
w víctimas de burlas
Y aquí aparece el tercero y más grave de los efectos secundarios. Casi un 25% de los menores ha chateado con desconocidos y un 20% ha recibido mensajes o imágenes con contenido sexual. Y un 10% de todos ellos señala que ha sido víctima de burlas, amenazas o agresiones verbales por parte de compañeros, a través de su terminal móvil. Éste es uno de los datos fundamentales a la hora de evaluar la posibilidad de una licencia que enseñe a los más jóvenes a hacer uso de la tecnología. Un análisis de la Unión Europea afirma que, en 2015, el acoso escolar y maltrato de niños y jóvenes, llegó a superar los 24 millones, de los que unos 200.000 se suicidaron. El mismo informe destaca que España es uno de los tres países con cifras más altas, detrás de Inglaterra e Irlanda y por delante de Italia. Las cifras específicas relacionadas con el acoso mediante el teléfono móvil parten del estudio Cisneros X en el que han participado 25.000 estudiantes de 14 comunidades autónomas de España desde 2º de Primaria a 1º. de Bachillerato de centros públicos, privados y concertados de toda España. Y allí se habla de medio millón de niños que sufren esta conducta. Y muchos más que la provocan.
La prácticaRealizar un curso en el que los menores de 16 años aprenden los riesgos del uso de esta tecnología, para ellos y para sus padres, puede parecer deseable como método para al menos concienciar y quizás hasta reducir y con suerte descartar, todos los efectos adversos. Pero es algo muy complejo. «Esto tendría que venir de arriba –nos señala Susana González Ruisánchez, abogada experta en el mundo digital–, no puede ser un curso impartido por la Policía, que ya lo hace y muy bien o por el profesorado. De lo que estoy segura es que sería voluntario, porque es muy complejo que sancionen a los padres y no tiene sentido crear una norma si su incumplimiento no se va a sancionar. En este aspecto existe un sistema de cibercooperantes que ya está montado y podrían ser los responsables del cambio. Aunque todo lo que sea restrictivo no siempre funciona, me parece una muy buena idea. Como madre me parece muy bueno que nuestros hijos aprendan lo que hay detrás de ese cacharro. Mi hijo de 15 años no tuvo Instagram hasta que cumplió los 14, ese día nos sentamos, le expliqué cómo funcionaba, los riesgos, cómo configurar la privacidad y le dije que yo seguiría su cuenta. Así es hasta hoy, a tal punto que si no le doy like se enfada. Pero no todos los padres pueden hacer eso».
Una hipotética licencia de uso de teléfono inteligente debería contemplar seguridad en la red, cómo reaccionar ante desconocidos, cómo configurar la privacidad del teléfono, qué hacer en caso de acoso como algunas de las modalidades. Estos puntos se pueden tratar en apenas unas horas de clase y, al tratarse de una licencia o permiso de uso, debería estar firmada por un mayor, lo que la convierte en una herramienta muy útil para que hijos y padres aprendan juntos y salven un poco esa brecha tecnológica. «Nuestra generación de padres ya se ha acostumbrado a poder contactar con los hijos en cualquier momento –concluye González Ruisánchez, directora de la consultoría legal de Hiberus Legal Tech–, pero tener la herramienta no significa tener datos. Y eso es algo que sería deseable que aprendan a usar». Con esto se lograría reducir los riesgos en su vida digital y minimizar el acoso escolar. Pero, ¿es posible?
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