Estreno

Lady Di, nazis y crimen en la Costa del Sol: el documental que lo cuenta todo en atresplayer

Atresmedia bucea en la cara oculta de Marbella con ocho historias reales de glamour, crimen, poder y escándalo que marcaron una época

Lady Di, nazis y crimen en la Costa del Sol: el documental que lo cuenta todo en atresplayer
Lady Di, nazis y crimen en la Costa del Sol: el documental que lo cuenta todo en atresplayerAtresmedia

No es una fantasía. Tampoco un cuento de hadas, aunque el título juegue al despiste. “Érase una vez en Marbella”, el nuevo documental original de atresplayer, pone sobre la mesa lo que muchos sabían, otros intuían y casi nadie se atrevía a contar con esta claridad. A partir del 3 de agosto, y en cuatro entregas, esta producción se lanza a diseccionar el alma contradictoria de la Costa del Sol, con una mirada tan lujosa como sucia, tan fascinante como incómoda.

Con un enfoque narrativo que alterna la crónica negra, la memoria social y los códigos del folletín contemporáneo, “Érase una vez en Marbella” reconstruye ocho historias reales que marcaron para siempre el destino de esta ciudad símbolo. Desde el secuestro de Mélodie Nakachian en 1987 hasta la guerra fría entre Alfonso de Hohenlohe y Jesús Gil, el documental traza una línea sinuosa entre la élite y el caos, el champán y la sangre, el posado y la redada.

El primer capítulo, titulado con sorna “Los Ricos también lloran”, arranca fuerte: una niña secuestrada en plena época dorada del marbellismo, un escándalo mediático que envolvió a la princesa Diana en topless y una Marbella que parecía vivir entre helicópteros y huskies siberianos. El episodio reconstruye con meticulosa emoción el secuestro de Mélodie a través de testimonios inéditos y material que rara vez había salido a la luz. La voz de María José Torrabadella, una de las personas más cercanas a la familia, aporta una capa íntima y desgarradora que evita la morbosidad y pone el foco en la dimensión humana del caso.

Y luego está Lady Di, siempre Lady Di. El documental se atreve a indagar en lo que realmente ocurrió durante aquel fin de semana de los 90 en el que la princesa más fotografiada del mundo decidió bajar la guardia en Marbella. Con acceso directo a los paparazzi implicados y a los únicos testigos directos que hablaron con ella en el hotel Byblos, esta parte se convierte en un thriller de exclusivas, traiciones y silencios pactados que rozan la leyenda.

Pero lo mejor del documental es que no se queda en la anécdota o el titular fácil. A través de las voces de jueces, aristócratas, exagentes, cronistas del corazón y personajes que parecen salidos de una novela de Tom Wolfe con toques de Cela, “Érase una vez en Marbella” logra un retrato colectivo de una ciudad que quiso ser imperio y acabó como territorio comanche. Porque no es solo la historia de una ciudad con mar y palmeras, sino la de un país entero que, durante años, miró hacia otro lado mientras bailaba al ritmo del dinero fácil.

La producción no esconde sus intenciones: es elegante, sí, pero también directa. Las fiestas ilegales, los refugios nazis, el caso Malaya y las tensiones entre familias poderosas no se presentan como capítulos oscuros sin más, sino como parte de un ecosistema tan exuberante como viciado. Todo con un montaje ágil, un tratamiento visual cuidado y una estructura que sabe dosificar la información sin caer en el cebo gratuito.

Más allá del desfile de rostros y apellidos, lo que propone atresplayer es una arqueología emocional de un lugar donde lo extraordinario se hizo cotidiano. Donde la corrupción llevaba esmoquin y los titulares de prensa eran guiones perfectos para una serie que, hasta ahora, nadie se había atrevido a escribir. “Érase una vez en Marbella” no redime ni acusa, pero sí observa, escucha y pregunta. Y eso, en estos tiempos de ruido y versiones oficiales, ya es bastante.

Quien busque un documental amable o neutro, que mire hacia otro lado. Pero quien quiera entender cómo se construye una ciudad a base de secretos, portadas y silencios rentables, tiene una cita con este título que, sin pretenderlo, se parece mucho a un espejo. Aunque algunos no quieran verse reflejados.