Feria de Málaga
Cuando segundas partes sí son buenas
Diego Ventura sale a hombros y Ponce corta una oreja tras una extraordinaria faena
Albacete. Novena de la Feria de la Virgen de los Llanos. Se lidiaron toros para rejones de Los Espartales (1º), manso, y Carmen Lorenzo (4º), bueno; y, para la lidia a pie, tres más de Juan Pedro Domecq, nobles y sin fuerza, y un sobrero (2º) de El Torreón, igual de blando. Casi lleno en los tendidos.
Diego Ventura, dos pinchazos, rejonazo corto (saludos); rejonazo, pie a tierra, descabello (dos orejas). Enrique Ponce, de celeste y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada caída, aviso (oreja). Iván Fandiño, de canela y oro, pinchazo, media, aviso (silencio); estocada, descabello (saludos). Entre las cuadrillas, destacó Mariano de la Viña en e quinto.
La penúltima función del abono albaceteño comenzó torciéndose cuando Alejandro Talavante se lesionó hace unos días y no pudo estar presente en La Chata. Luego, un fuerte aguacero un poco antes del paseíllo hizo que la plaza no se llenase por completo, pese a que registró una excelente entrada.
No llovía ya cuando salió el primer toro, pero el ejemplar de Los Espartales fue muy distraído y buscó siempre irse. Ventura le templó espectacularmente a dos pistas, banderilleando de manera desigual y entusiasmando cuando su caballo «Morante» mordisqueó al cornúpeta. Poco para lo que se esperaba.
Peor fue cuando el segundo, derrengado, tuvo que ser devuelto ya con las banderillas en el lomo y el sobrero, también bravo y con clase, evidenció tan poca fuerza como el sustituido. Ponce lo llevó con suavidad y mimo, sin un tirón, sin violencia alguna, dándole confianza para estabilizarlo pero... Todo fue inútil.
Y de parecido son fue el primer toro que correspondió a Fandiño, que se fue cayendo al suelo a la menor exigencia y sin permitir lucimiento alguno.
El panorama cambió tras la merienda. ¿Quién dijo que segundas partes nunca fueron buenas? El segundo toro de rejones, éste con el hierro de Carmen Lorenzo, tuvo mucho mejor aire y siguió al rejoneador con celo y hasta bravura, lo que sirvió a Diego Ventura para torear con increíble facilidad. Lo consiguió haciendo gala una vez más de su temple, banderilleando en un palmo de terreno y enloqueciendo a la concurrencia con sus quiebros y virguerías a caballo.
La tarde se fue arriba definitivamente cuando Ponce cuajó a su segundo, al que toreó con exquisita sensibilidad. Logró llevar al toro imantado a su muleta en una faena siempre a más, perfectamente estructurada, exigiendo más conforme avanzaba la lidia. Concentrado a la vez que disfrutando, incansable ante la cara del toro –sonó un aviso antes de que fuese a por la espada de verdad– y sacando todo lo que tuvo su oponente y hasta algunos muletazos de propina. Ponce, en estado puro. Fue una lástima que el estoque se le fuese más abajo de lo razonable y su premio se redujo a una oreja, aunque eso es lo de menos. Lo importante ya estaba hecho.
Por su parte, Fandiño con el brusco sexto no se encontró nunca a gusto. Al toro le costaba ir hacia adelante y no había conexión entre las partes. El de Orduña intentó no irse de vacío, pero sólo logró dejar constancia de sus ganas.
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