Feria de San Isidro
Del Álamo y «Joya», ese instante de felicidad
Seria, voluminosa e imponente corrida para la quinta de feria de San Isidro
- Las Ventas (Madrid). Quinta de feria. Se lidiaron toros de la ganadería de Pedraza de Yeltes, serios, grandes e imponentes de presentación. El 1º, con movilidad y transmisión, áspero; 2º, complicado, parado y a la defensiva; 3º, buen toro; 4º, descastado en el último tercio; 5º, paradote y deslucido, acusa el exceso castigo; 6º, noble y con el fondo justo. Tres cuartos de plaza.
- Javier Castaño, de nazareno y oro, pinchazo, estocada, dos descabellos, aviso (silencio); y estocada corta, aviso, seis descabellos (algunos pitos).
- Paco Ureña, de azul marino y oro, estocada desprendida (silencio); y pinchazo, estocada (silencio).
- Juan del Álamo, de blanco y plata, estocada tendida y desprendida, aviso (saludos); y estocada (silencio).
Hay circunstancias que lo cambian todo. De principio a fin. A veces para bien. Y otras que se van adueñando sin pretenderlo del desarrollo de la tarde. Pedraza de Yeltes trajo a Madrid un corridón de toros de los que cada día es más difícil ver. Serios, con mucho peso, imponentes no sólo de cara sino por la puesta en escena del animal, que era brutal. Así desde el primero que abrió plaza hasta el sexto, luego entramos en todos los matices, que los hubo, con un toro que sobresalió por encima del resto y fue el tercero. Los demás llegaron a la hora de la verdad con el fondo herido. «Joya» era el animal con el que regresaba Juan del Álamo después de cortar una oreja el otro día en este mismo coso. Anduvo muy reposado con el capote de salida y Paco María brillante en el tercio de varas. En lo alto una y otra. El torero de Salamanca a reglón seguido dejó un quite a la verónica de mucho calado e intensidad. Más que un quite aquello fue un larga consecución de lances de bella factura. Estaba cantado y más cuando el toro seguía por abajo con benevolencia y repetición la muleta de Juan, que además supo iniciar la faena con mucha torería. Vino la derecha después en tandas largas, ligadas y con temple mientras «Joya», que sí fue joya de nuestra corona, repetía con complicidad. Del Álamo volvió a conectar con Madrid. Cuando cogió la zurda ocurrieron otras cosas. Menos encuentro, tandas más cortas y la rotundidad alcanzada hasta entonces se iba evaporando sin quererlo. En el regreso a la mano «buena» se perdió la magia, como si algo se hubiera desconectado en esa faena de más a menos entre toro y torero. Lidió después el quinto, se corrió turno para que Paco Ureña saliera de la enfermería. Pero las circunstancias determinan. El toro, con 686 kilos en lo alto, cuando llegó al último tercio no podía con su esqueleto. Le pasó factura un feo puyazo abajo envenenado. Imposible salir de ese entuerto triunfador.
A Paco Ureña se le percibió compungido, con mucha presión en las espaldas de esta complicada carrera de torero, que en tan pocos minutos pone en juego años de esfuerzo y todo un futuro. Porfió con un segundo que dejó la movilidad a la media vuelta de las primera arrancadas. Nada quiso saber instantes después. Parado y a la defensiva. Ureña se entregó a la desesperada y se llevó dos cogidas milagrosas. Tuvo que pasar a la enfermería y salió a matar al sexto. Otro grandullón que tuvo movilidad, con el fondo muy justo de primeras, pero pronto bajó revoluciones. En balde venía el esfuerzo del murciano.
A Javier Castaño se le vio fuera de sitio. Su primero tuvo movilidad, transmisión y un notable punto de violencia que no lo hacía fácil. Descentrado el torero, como con un cuarto que sufrió aquello de las circunstancias. Apretó mucho en la primera vara y derribó. No había manera humana de volver a poner en pie al caballo. Así, corría el reloj, dos puyazos más largos en el de la puerta y un sinfín de capotazos que ayudaron a la contra y llegó con los mínimos. Se igualaban condiciones.
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