Feria de Valencia
La grandeza del toreo
Roca Rey corta tres orejas tras una espeluznante cogida y una gran demostración de casta y clase
Roca Rey corta tres orejas tras una espeluznante cogida y una gran demostración de casta y clase
Valencia, 22 de julio. Segunda de feria. Se lidiaron toros de Niño de la Capea para rejones, desiguales, y cuatro de El Pilar para lidia a pie, bien presentados, muy justos de fuerza y de poco juego. Lleno.
Hermoso de Mendoza, pinchazo y rejonazo (ovación); cinco rejonazos y dos descabellos pie a tierra (ovación).
José María Manzanares, de sangre de toro y oro, media (silencio); entera, dos avisos (ovación).
Roca Rey, de nazareno y oro, pinchazo y estocada (oreja); entera, aviso (dos orejas).
Tras un minuto de silencio en memoria, previsiblemente, -nadie dijo ni informó de nada- del infortunado Víctor Barrio -¿Para qué se quieren los flamantes videomarcadores que se han estrenado en esta feria si no se utilizan?- la sombra de la tragedia voló sobre el coso de Monleón cuando el tercer toro de la tarde prendió por la barriga a Roca Rey al entrar a matar. Fueron unos segundos que parecieron horas, el astado zamarreando al diestro que pugnaba por liberarse mientras la angustia crecía en los tendidos. Finalmente, logró desasirse y la gente respiró incrédula, pues parecía mentira que no pasase nada. Pero volvió a quedar patente que esto es algo serio y que aquí no hay trampa ni cartón, que los toros cogen, hieren y matan y en cualquier momento puede surgir la tragedia. Ahí está la grandeza del toreo, su terrible autenticidad: este espectáculo es de verdad. Aquí no se finge, aquí no hay dobles que ocupan el lugar del protagonista para interpretar las escenas peligrosas. La realidad cierta de la muerte está siempre presente en el ruedo como el otro día se manifestó desgraciadamente en Teruel y ayer podría haber sucedido en Valencia. No había dado sensación alguna de peligro ese animal, muy blando y noble, al que Roca Rey había toreado con suficiencia, buscando sobre todo mantenerle en pie y darle confianza, logrando calentar el ambiente con sus adornos del tramo final de su faena. Se volcó al matar y ahí vino el suspense, compensado su feliz resolución con una oreja. Manso y huidizo el sexto, bravucón en varas y esperando en banderillas, nadie daba un duro por él. Excepto el torero limeño, que brindó su muerte al público y le buscó las vueltas hasta sacarle una faena que parecía imposible a base de valor sin cuento, mando e ideas muy claras, dejando, de paso, los mejores muletazos de la tarde y los naturales con más empaque de la función, además, por supuesto, de evidenciar su condición ya de figura. Manzanares lidió en su primer turno con un astado débil y claudicante al que, además, le dieron duro en el caballo, llegando el animal a la muleta sin apenas poder mantenerse en pie, buscando el alicantino sacar todo lo posible en un trasteo basado exclusivamente en la mano derecha. Dobló las manos de salida el quinto, evitando el lucimiento de Manzanares con el capote. Se quedó corto enseguida, sobre todo por el pitón izquierdo, procurando su matador el ir alargando las embestidas en una labor más científica que emotiva y cumpliendo un trasteo irregular, con altibajos y muchas probaturas que no llegó a calar. Abrió plaza Hermoso de Mendoza, que se las vio con un astado manso y renuente al que acabó apurando en una actuación impecable en la que demostró su inmensa categoría y teniendo que hacer todo el gasto sin que la concurrencia acabase de enterarse. Apretó mucho más el cuarto, que incluso llegó a alcanzar a sus cabalgaduras, teniendo que arriesgar muchísimo en otra demostración de su extraordinaria clase y categoría, dominando en todo momento la situación y entusiasmando, por ejemplo, al banderillear a dos manos. Tuvo el triunfo en sus manos pero lo dejó escapar al fallar con el rejón de muerte.
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