Feria de San Isidro

La torería de Urdiales y la hazaña de Escribano

El sevillano corta una oreja en una tarde importante de los toreros con decepcionante encierro de la ganadería de Adolfo Martín

Imponente par de banderillas de Manuel Escribano a un toro de Adolfo Martín
Imponente par de banderillas de Manuel Escribano a un toro de Adolfo Martínlarazon

- Las Ventas (Madrid). Vigesimoséptima de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Adolfo Martín, muy desiguales de presentación. El 1º, complicado por mirón y de media arrancada; el 2º, duro y recortando por el izquierdo, descuelga por el derecho con más largura; el 3º, orientado y sin entrega; el 4º, descastado, se desplaza sin entrega ninguna ni transmisión; el 5º, descastado, parado y deslucido; y el 6º, complicado, repetidor y de desigual arrancada. Lleno de «no hay billetes».

- Diego Urdiales, de azul noche y oro, media estocada, dos descabellos (saludos); y estocada buena, aviso (saludos).

- Sebastián Castella, de malva y oro, pinchazo, estocada trasera, aviso (silencio); y pinchazo, media, aviso (silencio).

- Manuel Escribano, de verde botella y oro, cuatro pinchazos, estocada (silencio); y estocada (oreja).

Si lo bautizáramos como diablo sería más fácil mantenerlo en la memoria. Era el sexto uno de esos toros de interminables pitones que crecían hacia el cielo con aspiraciones de tocarlo. Y negro de capa, ligero de carnes, ágil de movimientos. Manuel Escribano echó su mundo por delante y se fue a la boca del miedo para recibir al toro, de rodillas, en una de esas portagayolas que la diferencia entre salir ileso y arrollado está en mano de un capricho del azar. No importó. Como parece no importar nada cuando un torero viene a Madrid a dejarse matar. Y no fue en vano. Lo sufrido en el tercio de banderillas no fue apto para todas las tensiones arteriales. Apretó el toro en ese tercio como si fuera de otro mundo; lo que aguantó el sevillano también. Tanto fue así que en el tercer par de ajustado, expuesto y cardíaco, le arrancó la medalla que colgaba de su cuello con precisión de bisturí. Puso un cuarto y a la gente de pie al unísono. No le iba a dar el toro respiro. Arreó en el tercio de muleta, sin definirse, irregular, una embestida medio larga y otra a la caza. Se lo creyó de tal manera Escribano que fue metiendo al toro en vereda y al natural dejó muletazos que se antojaban inverosímiles minutos antes. Con una estocada en el sitio rodó el toro a sus pies. No podía ser de otra manera. Paseó una oreja, tan sólida y con tanto entregado a cambio, que puso la cabeza a cavilar respecto a otras de la feria. El peso de un trofeo no es siempre el mismo. Ni se parece. A portagayola se había ido con el tercero. Ese tú a tú debe ser de inmolarse. El toro se abrió de salida, más de camino a tablas que al torero, aguantó, debió respirar hondo mientras a los 24.000 que estábamos allí se nos cortaba el aire. Banderilleó después, con más acierto en unas ocasiones que en otras, pero íntegro siempre. Casi misión imposible fue el trasteo de muleta. El adolfo calcó lo que había hecho con el capote, embestir a saltos y sin querer pasar, sólo que los minutos cuentan a la contra y se orientó raudo y de versátiles movimientos. Quiso Escribano y querer con esos mimbres no es tarea sencilla. Tan poderoso y desafiante que logró redondear su tarde. La corrida de Adolfo tuvo de todo menos ejemplares parejos. Además de lo de fuera, falló la esencia para que el espectáculo lo fuera de veras. Un infierno habitó en el embroque al primer toro de la tarde. Esa eternidad amarga en la que muchos buscan caminos de vuelta. Ahí se afianzó Diego Urdiales. Ahí, tragando lo indecible hasta que el toro, de apabullantes pitones, decidía meterlos en la muleta. Era una ruleta rusa con balas de plomo. Y de acero la convicción del torero riojano para depurar el toreo, en busca del clasicismo y la verticalidad a pesar de vivir cada pase en el abismo. Mirón, de media arrancada y haciéndose el tonto. Ni de lejos lo era. Torerísima la puesta en escena de Urdiales. Los muletazos más despaciosos del festejo, y de muchas tardes, los dio con el cuarto con la mano derecha. Pasaba el toro de largo en la muleta sin entrega y desentendiéndose. Por ahí, se paró todo, lo visible y lo invisible, en una tanda espectacular de Urdiales. Palabras mayores. A ralentí la cámara lenta. Como el estocadón con el que puso fin. Hay maneras de estar en la plaza que son impagables.

Castella se pegó un arrimón guapo con ese quinto que tenía poco de bravo, parado, a la espera y sin transmisión. Todo lo hizo en el camino de la dignidad con ese adolfo, muy abierto de pitones, muy vacío de bravura. El segundo fue el único toro que descolgó la cara para tomar el engaño por abajo; sólo por el derecho y con mucho que matizar. Bruto y queriendo coger por el zurdo. Castella le cogió menos el ritmo al toro, pero no volvió la cara jamás. Decepcionante encierro, torería a raudales.