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Feria de Bilbao

Un torero sin espada

Esaú Fernández pierde dos orejas por el mal uso de los aceros. Ante dos toros de diferente condición ejecutó sendas faenas muy notables

Pase de pecho de Esaú Fernández, durante su faena en el segundo festejo de la feria de San Miguel de Sevilla larazon

Sevilla. Segunda de la Feria de San Miguel. Se lidiaron toros de Alcurrucén, bien presentados y de escaso juego, excepto el que abrió plaza, con recorrido y nobleza. El 1º, noble y repetidor; el 2º, falto de raza y clase; el 3º, deslucido; el 4º, incierto y sin entrega; el 5º, manso y noblón; y el 6º, manejable, pero a menos. Media entrada.

Esaú Fernández, de negro y oro, cuatro pinchazos, estocada, aviso (ovación); y cuatro pinchazos, dos metisacas, media caída y tres descabellos, aviso (ovación).

Borja Jiménez, de verde manzana y oro, cuatro pinchazos, estocada, aviso (silencio); y estocada baja (ovación).

Lama de Góngora, de blanco y oro, estocada desprendida (silencio); y dos pinchazos, estocada (silencio).

Toda la clarividencia mostrada por Esaú Fernández a lo largo de una notabilísima y arriesgada actuación quedó dilapidada por su pésimo manejo de los aceros. Firmaríamos que el que entraba a matar era otro torero si no fuera porque iban vestidos igual y tenían la misma cara. Misterios de la mente humana, colapsada a veces por el estrés que provoca la necesidad.

Porque la joven terna dominical, no lo olvidemos, se jugaba parte de su futuro y la posibilidad de pasar un invierno feliz, o al menos esperanzado, después de un año difícil, de pocos contratos y muchas falsas promesas. Y Esaú tuvo en la mano un triunfo ganado a ley en dos faenas de muleta distintas pero igualmente notorias. La primera, de técnica impecable y limpieza inmaculada frente a un buen toro. Esaú toreó con mando y acople desde el primer momento y construyó una labor significativa en cuanto a la evolución de su tauromaquia, porque desde sus comienzos fue un torero muy fácil, pero ahora torea más reunido, con igual soltura pero mayor ajuste. En definitiva, mejor, ya sea en redondo, por naturales o en lentísimos pases de pecho. En el epílogo de su faena, al intentar una arrucina, fue prendido y zarandeado por el toro de Alcurrucén de manera horripilante, y milagrosamente sin consecuencias graves. Con el público de su parte ejecutó una emocionante serie final y entró a matar mal sin acierto, pinchando muy delantero y perdiendo un triunfo de ley.

También lo perdió frente al cuarto por indéntica causa, aunque esta vez el mitin con la espada alcanzó proporciones preocupantes. Una pena, pues Esaú se había jugado el tipo en una larga a portagayola de la que salió también volteado tras frenársele su oponente en el inicio de la suerte; y había estado espléndido en una labor muleteril de mucha relevancia. El toro, incierto y agresivo, tuvo enfrente a un torero de mente preclara y pulso firme que fue capaz de conducir una embestida verdaderamente compleja. Faena para aficionados, seria e importante, que confirma la madurez de Esaú Fernández, un joven quizá con mucho más que decir de lo que muchos auguraban. De nuevo, eso sí, cambió la oreja por el aviso.

Sus compañeros de terna, dos jóvenes que tomaron la alternativa en la pasada Feria de Sevilla, hoy pensarán que a quién habrán matado para estar sumidos en semejante ostracismo. Borja Jiménez, por ejemplo, cortó una oreja el día de su doctorado y de nada le ha valido. El de Espartinas llegó a Sevilla con ganas de demostrar sus virtudes, que no son pocas, pero sus toros apenas le dejaron. El segundo de la tarde embistió con una desgana insufrible; y el quinto, manso aunque dejándose torear, valió al menos para que el chaval le arrancara muletazos con enormes ansias de triunfo en una labor muy por encima de las condiciones de su oponente. No podemos decir lo mismo de Lama de Góngora, con una voluntad innegable pero espeso y rígido ante dos toros que, la verdad, tampoco fueron ninguna maravilla.

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