Feria de San Isidro
Y Ponce volvió de veras
El valenciano tuvo una buena tarde en Las Ventas y Román porfió con el encastado e importante sexto
El valenciano tuvo una buena tarde en Las Ventas y Román porfió con el encastado e importante sexto
Las Ventas (Madrid). Decimocuarta de abono. Se lidiaron toros de Puerto de San Lorenzo, serios y muy bien presentados. El 1º, lesionado en la lidia; el 2º, noble y de buen juego; el 3º, noble y de escasa transmisión, se lesiona una mano; el 4º, sobrero del mismo hierro y sustituido por otro de Valdefresno, orientado y deslucido el 5º, noble, con mucho ritmo y motor justo; el 6º, encastado e importante. Lleno.
Enrique Ponce, de grana y oro, aviso, pinchazo, estocada trasera, dos descabellos (saludos); estocada trasera y punto caída, aviso (saludos).
Daniel Luque, de verde botella y oro, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, estocada baja, aviso (silencio).
Román, que confirma alternativa, de rioja y oro, estocada, descabello (silencio); tres pinchazos, estocada que hace guardia (silencio).
Quitó Román al quinto, que en realidad era el toro de Luque. Variado de capa y para el remate se postró de rodillas, las dos sobre la arena. Y en el cierre, en el último lance, en ese instante, claro lo vimos, si no se quita, le quita el toro. No dejó el de El Puerto de San Lorenzo más puertas abiertas ni otros caminos. Se picó Daniel Luque a la verónica y es de los pocos que todavía torean a la verónica. Fueron mejores las de recibo. Pero de una manera u otra, se agradece en el toreo muy vareadito y poco toreadito que nos inunda en estos días y más en las nuevas promesas. Noble el toro, con mucho ritmo y el motor contenido. La faena tuvo buenas trazas pero de tanto insistir aburrió el de Gerena y no sacó nada en claro. Se vio obligado a abreviar con un tercero, que mediada la labor se lastimó una mano. Y no era el primero.
El corazón de Madrid tuvo ayer un nombre, sólo uno, bajo el amparo de la veteranía. Enrique Ponce entró de nuevo. Lo hizo con el segundo de la tarde que fue toro con nobleza y buen son. La faena tuvo intermitencias, con la desleal presencia del viento, que incomodaba, molestaba y perturbaba los caminos del éxito, pero sí se encontró el valenciano en tandas de mucha ligazón, suavidad y temple exquisito para llevar a ese toro que tenía larga y con ritmo la embestida. Genuflexo los comienzos, como de toda la vida, y una tanda soberbia por cada pitón. Repartida la cosa antes de poner el colofón con la espada tras el aviso. Fue el torero de siempre, con el calor de Madrid y el sabor del tiempo. La espada no entró; su toreo de lleno. El cuarto, tris, ¡ay qué plaza! tenía dos pitones inmensos y desarrolló sentido desde el principio. No volvió la cara. Intentó. Ya era mucho a estas alturas y se llevó el respeto.
La confirmación de Román fue espectral. El toro se lastimó una mano y la cosa no fue. Ya era tarde para echarlo para atrás y todo quedó en ganar tiempo al tiempo. A un único cartucho le quedaba el festejo. Todo lo entregó. El toro fue encastado y con vibración a la muleta de Román, que le presentó en los albores en el mismo centro del ruedo. Un tren pasaba por allí. Tuvo muchas cosas buenas el toro, muy encastado e importante, aunque no las regalaba. Román suplió la falta de rodaje con el amor propio y el quedarse ahí viniera como viniera la cosa. Y por eso convenció en una parte. Ya al final, con la espada en la mano, se entretuvo en homenajear a Ponce con la poncina, y acabó por aturdirse después con la espada cuando ya acababa todo. Todo todísimo. En aquella tarde en la que Ponce volvió a escuchar los olés de Madrid.
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