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“Barry”: Sin vía de escape

La segunda temporada de la serie co-creada y protagonizada por Bill Hader de HBO es aún más oscura.

Barry (Bill Hader), en una escena de la serie / HBO
Barry (Bill Hader), en una escena de la serie / HBOlarazon

La segunda temporada de la serie co-creada y protagonizada por Bill Hader de HBO es aún más oscura.

En su primera temporada, «Barry» se reveló como una serie inclasificable, dotada de una habilidad única para hacer equilibrios entre lo inquietante y macabro y lo absurdo y tontorrón, y para provocar sonoras risas mientras sus escenas se iban llenando de cadáveres. Su nueva tanda de episodios se muestra más claramente orientada hacia el lado oscuro y dispuesta a adentrarse más y más en los pliegues de la mente de su protagonista, el asesino a sueldo reconvertido en actor Barry Block (Bill Hader).

Junto a él, regresa la mayor parte del reparto. El profesor de arte dramático Gene Cousineau (Henry Winkler) trata de recuperarse de la desaparición de su novia, la detective Janet Moss (Paula Newsome), y Sally Reed (Sarah Goldberg) continúa su relación con Barry mientras se aferra a la más mínima posibilidad de éxito en el mundo del espectáculo con todas sus fuerzas. El antiguo empleador de Barry, Monroe Fuchs (Stephen Root), trata de apañárselas sin él en el negocio del crimen, mientras que NoHo Hank (Anthony Carrigan) intenta reincorporar a Barry a su antigua vida.

A lo largo de la temporada veremos a Barry comprender poco a poco que el pasado no puede ser aniquilado, enterrado y olvidado tan fácilmente como un mafioso checheno. Si la primera temporada le ofreció el espejismo de una nueva vida enteramente alejada de sus sangrientas circunstancias, ahora la segunda sugiere que el espejismo se ha llenado de grietas, y los pecados cometidos en el pasado están aflorando a través de ellas.

Barry no es el típico psicópata ni carece de empatía, al menos no completamente. Como él mismo explicó en una ocasión, mataba porque se le daba muy bien, y porque de hecho era lo único que realmente sabía cómo hacer. Ahora, tiempo después, sigue evitando por todos los medios aceptar que, pese a que quitar vidas no le proporciona el mismo placer que sentía su homólogo Dexter Morgan -y a que ya no se siente capaz de disparar a extraños-, su naturaleza es monstruosa. Cree que tiene derecho a sacudirse de encima su antigua vida sin afrontar las consecuencias que ha tenido sobre él. Por supuesto, que se vea obligado a agarrar el toro por los cuernos es solo cuestión de tiempo. Está en proceso de convertirse en una nueva encarnación de Walter White y, de hecho, «Barry» podría fácilmente evolucionar hacia algo parecido a «Breaking Bad» en las postrimerías de la temporada. Así de negra se está poniendo.

Hader, que ganó un merecidísimo Emmy el año pasado gracias a su trabajo -y que no solo protagoniza la serie sino que también la creó mano a mano con Alec Berg-, retrata su personaje a la manera de una herida andante oculta bajo sucesivas capas de vendaje. Es una interpretación magnífica por muchos motivos, pero el principal es que logra que empaticemos con Barry lo suficiente como para sentir verdadero dolor cuando lo vemos ir por mal camino. Queremos creer que es aún capaz de cambiar, incluso a pesar de que todo parece apuntar a que es demasiado tarde para eso.

Mientras lo contempla, Barry se las arregla para complicar el diseño de su psicología sin dejar que eso menoscabe su eficacia cómica. Hader y Berg mantienen un tono que es melancólico pero no severo, y que abraza la farsa sin renunciar a la credibilidad. Son muchas las ficciones televisivas que intentan semejante control de registros, y muy pocas las que lo logran.