Viajes

Dos cuentos extranjeros para sacar moraleja en la cuarentena

Uno de los elementos más importantes a la hora de viajar consiste en escuchar historias. A través de ellas los locales de cualquier tierra nos explican su cultura, nos invitan a conocerla. Pero ahora, desde casa, es difícil escuchar esas historias. Por eso hoy contamos dos de ellas aquí.

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Los cuatro amigos leales

Este es un cuento budista que se cuenta en todo el Extremo Oriente. Diferentes versiones de la misma se conocen en el Himalaya, Mongolia o la India. Esta es la versión que me contaron en Mongolia.

Un pajarillo con el ala herida caminaba apesadumbrado por el monte, en busca de algo que llevarse al pico. Pensaba que antes su vida era tremendamente sencilla, aun cuando nunca se había parado a pensarlo. Le bastaba agitar las alas para subir todo lo alto que deseaba y alimentarse. Pero ahora se reconocía muy pequeño, demasiado pequeño para encontrar nada que no fueran sucias lombrices retorciéndose dentro de la tierra. El pajarillo añoraba el sabor fresco de la fruta. Una fruta inalcanzable, tan alta entre los árboles. Buscando una solución, se encontró con una liebre que mordisqueaba muy risueña de la hierba. Amiga liebre, la llamó el pajarillo, ¿podrías ayudarme a tomar los frutos de aquél árbol?

La liebre se mostró dispuesta y permitió al pajarillo subirse a su espalda para alcanzar las ramas bajas del árbol. El pajarillo estaba hambriento, y rápidamente terminó con todas las frutas que alcanzaba a tomar. Pero seguía con hambre, y subido a la liebre no era suficiente para llegar a las ramas intermedias del árbol. Sus ojos brillaban voraces viendo los frutos relucir intactos. La liebre y el pajarillo se encontraron en pleno dilema, no sabían cómo podrían llegar tan alto, cuando apareció de entre las ramas un mono. Amigo mono, le llamaron, ¿podrías ayudarnos a tomar los frutos de aquél árbol? El mono no tenía nada mejor que hacer y accedió. Subió a su espalda la liebre, y sobre la liebre se colocó el pajarito. Así lograron alcanzar las ramas intermedias del árbol.

Pero el pájaro estaba realmente hambriento - debía ser un albatros - y ni con esas fue suficiente para calmar su apetito. Ahora se fijaba en los frutos más altos del árbol, los más jugosos, allí donde más fuerte les pegaba el sol bondadoso. El mono se estiró todo lo que pudo, y la liebre, y el pajarito alargó su pico al límite, pero no fueron capaces siquiera de rozar los frutos. Desesperación, quebraderos de cabeza. El mono se rascaba la coronilla. ¡Lo tengo!, gritó pasado un rato. Y desapareció en los frondes de la selva. El pajarito y la liebre esperaron expectantes. Ya caía la tarde cuando el mono apareció subido a un enorme elefante, gris y de orejas grandes como lagos, y llamó a sus amigos para que subieran a su espalda. El pajarillo sobre la liebre, esta sobre el mono y el simio bien sujeto al lomo del elefante. Así consiguió el pajarito arrancar las últimas frutas del árbol y satisfacer su apetito definitivamente.

Hay cuatro héroes en esta historia. La liebre, el mono y el elefante, se entregaron sin pedir nada a cambio para prestar su ayuda al pajarito necesitado; y el pajarito, que se sabía herido e impotente, también fue héroe al dejar a un lado su orgullo y permitir al resto de los animales que le ayudasen. Curiosamente, esta historia nos recuerda a la situación actual, ¿verdad? Cuando tenemos pajaritos necesitados de nuestra ayuda y nosotros, sin importar nuestro tamaño, nos lanzamos sin pensarlo a socorrerles. Ya sea donando material sanitario, haciendo la compra a los ancianos, o simple y llanamente quedándonos en casa.

Los cuatro amigos fieles. Inseparables en las pinturas asiáticas.
Los cuatro amigos fieles. Inseparables en las pinturas asiáticas.Alfonso Masoliver Sagardoy

La duración de la vida

Los hermanos Grimm fueron dos cuentistas fantásticos de la república de Hesse - Kassel, en la actual Alemania. Desde críos hemos escuchado llenos de ilusión sus historias. Algunas, como Blancanieves o Hansel y Gretel, son conocidas en el mundo entero. Pero hay otras, quizás menos conocidas, aunque no por eso menos sabias. Tal es la historia sobre la duración de la vida.

Cuando Dios creó a los animales, les asignó una función a cada uno y los años que vivirían. Primero creó al burro y lo trajo frente a Él. Trabajarás sin parar durante toda tu vida, tronó su voz, cargando pesados fardos en tu lomo y arando la tierra si hace falta. Vivirás 40 años. El burrito, angustiado por su destino, rebuznó y pidió a Dios que le quitase años, que una vida tan dura no debía ser tan larga. Quítame veinticinco años, dijo. Dios accedió y se guardó los años en el bolsillo.

Después creó al perro y lo trajo frente a él para informarle de sus obligaciones. Servirás a tus amos y defenderás su hogar, ordenó, y por todo ello vivirás 25 años. Está bien, concedió el perro, pero tantos años quizás sean demasiados para tan triste vida. ¿No podrías quitarme diez, aunque sea? Comprensivo, Dios concedió y se guardó los diez años sobrantes en el bolsillo.

Cuando creó al mono, Dios hizo lo mismo que con los animales anteriores. Lo llamó, lo sentó junto a Él y dijo, cargando su voz con rayos y truenos: tú vivirás 10 años, pegarás saltos y divertirás a la gente con tus payasadas. Estarás contento, añadió orgulloso, tú no necesitarás trabajar duro como el burro y el perro para que te echen de comer. Pero el mono chilló y pataleó muy desdichado. ¡Ay, Señor!, clamó. ¿Y para qué quiero vivir tantos años si solo es para hacer payasadas y que me echen comida dentro de mi jaula? No quiero tantos años. Con cinco me bastará. Dios se encogió de hombros y le quitó cinco años al mono, guardándolos con el resto en su bolsillo.

Por último, Dios creó al hombre. Esta era su mayor obra. Trajo al hombre frente a sí y lo sentó en su inmenso regazo. Tú serás mi criatura más querida y como tal gobernarás sobre todos los animales, le dijo con dulce voz. Serás feliz y comerás de todo lo que la tierra pueda ofrecerte. ¡Es maravilloso!, exclamó el hombre entusiasmado, y preguntó cuántos años estaba destinado a vivir. Treinta y cinco, contestó Dios, sonriendo bondadoso.

¡Treinta y cinco y nada más!, exclamó el hombre, sintiéndose terriblemente desgraciado. ¿Qué sentido tiene una existencia tan placentera si es tan breve? Señor, te lo suplico, Señor, por favor. Dame más años para poder disfrutar de tu regalo. Y Dios era permisivo con el hombre, entonces rebuscó en sus bolsillos para sacar los años que el resto de criaturas habían desdeñado, y se los regaló al hombre para que dejara de llorar. Y es por esto que desde entonces, la vida del hombre transcurre así: vive 35 años como un hombre, fuerte, libre y señor de todas las cosas; los veinticinco años siguientes los pasa trabajando como un burro y cargando todo tipo de pesos en su espalda; los diez siguientes vive igual a un perro, cuidando de la casa de los hijos y esperando a que estos le traten con amor. Y los últimos cinco, ya anciano y arrugado como un mono, los pasa haciendo payasadas para hacer reír a sus nietos.

Hoy no vamos a mirar el lado pesimista de la historia, no nos hace ninguna falta. Indagando en ella, descubrimos que pese a vivir como un mono, un perro o un burro, hay un hecho imperturbable en la vida de un hombre: y este es, simplemente, que sigue siendo hombre pese a todo. Por eso todavía tenemos el poder de ser dueños de nosotros mismos, en menor o mayor medida por las condiciones que se nos imponen, pero dueños al fin y al cabo. Una vida tan longeva no fue un castigo de Dios - o en quien quiera creer cada uno - para que jugásemos a los animales. Fue un regalo, precisamente, para que pudiésemos disfrutar más intensamente de la vida que se nos ha entregado. Solo a nosotros.