Viajes
¿Qué he aprendido de Oriente Medio?
Estas reflexiones, basadas en mis experiencias en la región y las lecturas de Historia correspondientes, pueden dilucidar ciertos juicios previos que se tienen sobre la zona donde se levantaron las primeras ciudades
Quizás un párrafo de Ryszard Kapuściński en su libro El Imperio, resuma con una delicadeza y una precisión perfectas el aroma que se respira en el Oriente más profundo: “Oriente, el auténtico Oriente que huele a anís y a cardamomo, a grasa de carnero y a pimientos fritos, como Isfahán o Kirkuk, Izmir o Herat, un mundo exótico, bullicioso y singular que solo se ocupa de sí mismo y en sí mismo se cierra, un mundo inaccesible para los de fuera. Allá donde se encuentre su gente enseguida se forma una multitud abigarrada y bulliciosa, un bazar, un zoco, un mercado, enseguida se oyen gritos, riñas y disputas, pero después (¡un poco de paciencia!) todo se convierte en calma, en un restaurante íntimo y barato, en una charla, en un asentir amistoso con la cabeza, en un vasito de té de menta, en un terrón de azúcar”.
Con pasmosa agilidad literaria define Oriente de fuera hacia dentro, de lo público a lo íntimo, de la gran y bulliciosa ciudad al pequeño terrón de azúcar que reposa en la mesita del café.
Desde la comodidad hasta la realidad
A estos olores que menciona los rodean ciertos colores imposibles de encontrar en ningún otro lugar. Son colores de desierto, podría ser, pero de un tono muy concreto, ni muy ocre ni muy dorado, cincelados por una mano milenaria que albergó entre la arena o bajo la arena, culturas milenarias que han desembocado en los países orientales que hoy conocemos. Claro que no son perfectos. El bullicio que se respira es mejorable, como ocurre en cualquier otro lugar, pero es delicioso encontrar una turbamulta de personas tan ruidosas como pueden serlo en un bazar y, sin embargo, no sentir nerviosismo sino calma, y cuando la nostalgia rodea al viajero en la mesita del café, esta es una nostalgia alegre, con sabores de historia y tradición.
Puede que nos hayamos equivocado al juzgar Oriente por sus últimos años. Pero también, siempre ha sido cómodo juzgar desde un punto de vista externo y a corto plazo. Si nos empeñásemos en comprender la civilización oriental desde un punto de vista histórico, con sus mezquitas y madrazas, su poesía y alquimia centenaria, sentados en uno de los cafés que parecen manar como agua en el oasis de cualquier ciudad, desde Beirut hasta Kabul, sería más probable que nos maravillásemos como hizo Marco Polo al observarlos. Sentados en ese café, escuchando la voz poderosa del imán llamando a la oración, podemos sentir un cosquilleo de placer recorrer nuestras sensaciones, más allá de esta o aquella religión, es esa llamada a la oración, repetida con el mimo que solo se consigue después de trece siglos repitiéndose, cinco veces al día cada uno de esos días. Constancia, sí, por qué no. Piedad y pasión.
Hospitalidad y respeto a la familia
Alguno que me lea habrá destapado por sí mismo el manto de misterio que proyecta Occidente sobre Oriente y habrá descubierto el verdadero sentido de la hospitalidad. Caminando por la calle en Samarcanda, un vendedor de sandías insisitió en regalarme la más grande que tenía, y pocos minutos después me encontré rodeado de viandantes jubilosos, cortando grandes pedazos de esa sandía y celebrando habernos conocido. Aunque solo fuera lo que duró ese día. En Turkmenistán y en Irán, si te encuentras perdido, siempre será posible encontrar un techo bajo el que dormir, cualquiera podría aceptarte porque sabe que necesitas cobijo y no harían falta más excusas, solo falta cobijo, el cobijo se consigue y ya no hay nada más que hablar. Todo ello regado con un té delicioso y la comida que se sirve en un gran plato en el centro de la mesa, listo para que todos coman de él. Compartir. En Oriente aprendí el aspecto físico de compartir, en ese único plato para todos los comensales y en la sandía que comimos en mitad de la calle, o en el techo que conseguí una noche complicada.
Bajo esos techos y rodeando los platos de comida podemos encontrar a las familias. Cada miembro se muestra con el rostro difuminado, quiero decir, todavía no les conocemos, pero están allí disfrutando del cordero, y si has visto alguna vez a las familias en Oriente, habrás conocido la preocupación del padre por su hijo, el respeto del hijo por su padre, la fraternidad entre hermanos, la solidaridad entre vecinos, y habrás descubierto que por debajo de ese velo que muestran las mujeres en las fotografías, la cultura oriental cuenta con un pilar compuesto por la piedra más dura que se pueda encontrar en una sociedad, quizás más dura que en nuestra propia y moderna sociedad, que es la familia. Claro que hay imperfecciones en la cultura oriental porque ninguna cultura es perfecta. Incluso la Iglesia Católica se reconoce una obra perfecta de Dios, hecha imperfecta por la mano de los hombres, y es sano para comprender el mundo conocer las imperfecciones dentro de cada perfección.
No todos los musulmanes son orientales
Otro error común es abarcar Oriente bajo el manto de la religión musulmana. En Líbano, un 41% de la población forma parte de alguna rama del cristianismo; Siria celebra el 25 de diciembre como fiesta nacional por el nacimiento de Jesús, también el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección; es evidente que la religión mayoritaria en Israel es la judía. Oriente es, si bien musulmán en su mayoría, un conjunto propio de culturas, tradiciones y profundos lazos familiares que en ocasiones nada tienen que ver en el ámbito religioso.
Otro error común es abarcar la religión musulmana bajo un mismo manto. ¿No tiene el cristianismo la rama católica y la luterana, la anglicana y la ortodoxa, la calvinista y la evangélica? No sería lo mismo entonces el sunismo que el chiismo, el sufismo que el jariyismo. Antes de decir: Oriente Medio es musulmán, habría que preguntarse, ¿es Europa católica? ¿Es Europa un único complejo de tierra sin diferencias que marquen Polonia con respecto a Francia, o Suecia con respecto a Italia? Las afirmaciones precipitadas procuran una serie de prejuicios (juicios previos) sobre largas extensiones de territorio que habitualmente resultan erróneas de principio a fin. Exponiendo un ejemplo, ¿por qué encontramos que Afganistán es un país propicio a la guerra? ¿Son sus habitantes quienes han instigado de principio a fin este derramamiento de sangre? ¿Entraría en la ecuación que ya hubo un primer conflicto en el conocido como El Gran Juego entre los imperios británico y ruso durante el siglo XIX?
Causas previas al caos de Oriente Medio
Sería inteligente, si no sabio, profundizar en estas causas. Un repaso al colonialismo británico en el territorio (o su influencia descarada y casi invasiva tras la Primera Guerra Mundial) y su facilidad para denigrar o destruir razas - desde los primeros pasos del genocidio indoamericano hasta la barbárica cantidad de esclavos robados de África, pasando por la exterminación de los aborígenes de Tasmania - podría validar el lema de matar o morir que generaciones de habitantes de Oriente Medio, especialmente en Egipto o Yemen del Sur, tuvieron que adoptar para sí hasta hace menos de ochenta años. También sería inteligente y sabio, para quienes afirman que estas invasiones fueron hace casi un siglo y que ya no tiene sentido que su influencia se mantenga, pensar que el Imperio Romano despareció hace quince siglos y todavía hoy afecta grandes rasgos de nuestra sociedad como podría ser en nuestro sistema jurídico o nuestra filosofía. No merece la pena menospreciar la influencia que una fuerza invasora puede tener, aunque ya desaparecida, en un país conquistado.
Alejandro Magno, el Imperio Romano, las Cruzadas, Bizancio, el Imperio Ruso y el Británico, las guerras estadounidenses, toda esta avalancha de sangre y hierro se posicionan del lado Occidental mientras Oriente tiene pendiente para disculparse la conquista de la Península Ibérica y el peligro Otomano (un peligro que, con una simple ojeada a cualquier libro de historia, se descubrirá que hizo más daño a los propios orientales, en espacial a los armenios, que a los europeos). Con la balanza en semejante desequilibrio, ¿quién tiene más derecho a pasar miedo?
¿Qué he aprendido de Oriente Medio, en definitiva? Que en cada ciudad pueden encontrarse personas buenas y malas, llenas de amor o cargadas de un odio triste, como ocurre en cualquier otro lugar del mundo. Son fieles a la familia y sumamente hospitalarios si se les respeta como debe hacerlo cualquier huésped en cualquier lugar del mundo, son valientes y también tienen hijos y sueños y familia y tienen miedo. Tienen mucho miedo. De las grandes potencias, Rusia y Occidente, que les aprisionan con mano de hierro desde los tiempos de Alejandro Magno hasta la actualidad, también temen la incomprensión porque la incomprensión ha sido tan poderosa sobre su cultura que da mucho que pensar. Que la religión musulmana es rica y compleja, mucho más de lo que pueda indicar cualquier político. He conocido el olor a pimientos y a té de menta recién calentado. Y todavía me acuerdo de lo rica que estaba esa sandía en Samarkanda.
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