Viajes
Córdoba, la única ciudad del mundo con cuatro bienes nombrados Patrimonio de la Humanidad
Un repaso a los monumentos cordobeses permite descubrir la extensa riqueza cultural de nuestro país
No vamos a cansarnos de repetir que este verano es el más propicio para redescubrir España. Pero en ocasiones este mensaje suena como si estuviéramos haciendo un favor a España, algo así, como si visitarla en lugar de cualquier otro país sea un esfuerzo tremebundo. Pero basta un vistazo rápido a nuestras playas, ciudades y espacios naturales, los pueblos y las montañas, para comprender que tener la oportunidad de redescubrir España como permite este verano es una suerte que en la actualidad solo poseen cincuenta millones de personas, las elegidas, digamos, para deleitarse con una profundidad cultural y una extensa tradición apenas igualada por un puñado de territorios extranjeros.
El mejor ejemplo viene porque sólo en España hay una ciudad que tenga cuatro sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. No lo tienen ni en China, ni en Italia, que son los dos únicos países que nos superan en cuanto a muestras de patrimonio. La ciudad es Córdoba.
La Mezquita - Catedral de Córdoba
Actualmente conocida como la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, fue nombrada Patrimonio de la Humanidad en 1984 y las primeras piedras de su construcción datan del año 786. Considerado como el templo musulmán de mayor tamaño, solo por detrás de La Meca, hasta la construcción de la Mezquita Azul en 1588, fue durante siglos el centro del mundo en competición con Constantinopla (por aquél entonces, todavía cristiana). Se posicionaba así la capital del Imperio Bizantino, con su Catedral de Santa Sofía y su legado romano, nostálgico, resistiendo con dureza las embestidas del tiempo; frente a ella, en la otra punta del Mediterráneo, se levantaba la ciudad cambiante. Córdoba. La ciudad cambiante porque fue creada en el siglo II por los romanos, conquistada por los visigodos en el siglo V y arrebatada de sus manos en el VII por los musulmanes, hasta que Fernando III la hizo cristiana una vez más. La ciudad cambiante cuyo núcleo era esta Mezquita - Catedral, que fue a su vez construida sobre un antiquísimo templo cristiano.
La supervivencia de una gran ciudad pasa por un proceso de adaptación. Si es conquistada y, pasados los años, no ha logrado aceptar a su nuevo dueño, el nuevo dueño llega a desconfiar de ella, la castiga, y si no la reduce a sus cimientos le robará la importancia que quizás merezca. Es necesaria esta adaptación para mantenerse erguida. Como una esponja, una ciudad se alimenta de las culturas que la habitan, y sobre los cimientos viejos se levantan unos nuevos.
El antiguo templo cristiano, quién sabe si levantado sobre uno romano, dio paso al poder de la pisada musulmana durante casi seis siglos bajo el nombre de mezquita, esperó paciente mientras a su alrededor se levantaban las escuelas de Al-Ándalus, permitió que en su interior se hablase una lengua extranjera. Y cuando llegó el momento también se desprendió de esta máscara, dando paso a una nueva con la conquista a manos de Fernando III el Santo. De esta manera mantuvo Córdoba su importancia internacional, cambiando de piel sin pensárselo apenas, una y otra vez, comenzando siempre por la Mezquita - Catedral que hoy podemos visitar.
El casco histórico de Córdoba
El segundo casco histórico más amplio de Europa y el mayor espacio urbano reconocido como Patrimonio de la Humanidad está en Córdoba. Sus edificios más conocidos son la Mezquita - Catedral ya citada y su Puente Romano. Este no es un puente cualquiera. Durante veinte siglos fue el único puente de acceso a la ciudad y podemos afirmar con total seguridad que todas las grandes figuras que habitaron en Córdoba pisaron sus piedras. Por su estructura maciza han caminado los pies de Séneca y de Abderramán III, reyes castellanos para llenar varios folios, poetas que forjaron nuestra literatura, desde Góngora hasta Lorca, cada gran figura que haya visitado Córdoba pisó esa misma piedra. Un momento al cruzar nosotros mismos el puente, deteniéndonos y saboreando nuestro pisar a la vez que extiende sus alas la imaginación, permite al visitante adentrarse en la ciudad a partir cualquier época que elija. Los edificios harán de escenario para este juego.
Las ruinas del Templo Romano y el Teatro Romano siguen esta línea de temporalidad difusa, pero los años y las conquistas fueron añadiendo nuevos edificios, como pinceladas frescas en un cuadro, entre las calles al otro lado del Guadalquivir. La antigua judería la conforman un puñado de callejuelas entrelazadas entre sí, sin orden aparente, que de una forma u otra llegan hasta la sinagoga de Córdoba, la única de todo Andalucía y construida al estilo mudéjar en 1314. Los restos de la época medieval permiten imaginar con facilidad los tiempos dorados de la ciudad, cuando llegó a albergar 300 mezquitas, hasta 27 escuelas gratuitas y una cifra que rondaba los 150.000 habitantes cuando Londres apenas llegaba a los 20.000.
El esplendor, sazonado por poetas traídos de todos los reinos musulmanes, decorado con el oro de los palacios y los platos de los que comían, llamaba con insistencia la atención del mundo conocido. Las damas francesas pedían en Córdoba sus telas más selectas, las tres grandes religiones monoteístas - islam, cristianismo y judaísmo - convivían en una armonía envidiable. De ellos nos queda este casco histórico de visita indispensable, donde cada piedra que lo conforma es una historia y un poema, cada calleja una leyenda, un símbolo de su riqueza.
Fiesta de los Patios Cordobeses
El tercer nombre inscrito como Patrimonio de la Humanidad se desmarca del estilo habitual por tratarse de un bien inmaterial. Ya desde 1921, cada segunda y tercera semana de mayo se celebra en los patios de Córdoba una de las fiestas más hermosas y delicadas de España. Los vecinos de la ciudad decoran sus patios con decenas, en ocasiones cientos de macetas de flores que dibujan nuevas escenas en los muros de color blanco. Aunque la idea de esta fiesta trata de que es un concurso, resultando ganador el patio más bello, compadezco la decisión de los jueces cuando hasta cincuenta patios se presentan cada año cargados de esta belleza tan relajada.
Basta caminar por las calles adecuadas durante estas fechas para encontrar una o dos tímidas macetas señalando la puerta de un mundo nuevo. Se cruza la puerta, se entra en el patio, se vive este mundo nuevo cargado de color, rojo, morado, blanco, rosa y un verde muy intenso; de olor, agrio y dulce, excitante. Cada flor debe ser propia de la zona y del tiempo, estas son las reglas, y aunque en ocasiones puede disfrutarse una actuación de artistas flamencos dentro del patio - en una de las escenas más hermosas que puede dar nuestra cultura -, este tipo de actuaciones no influyen a la hora de elegir un patio ganador.
Triunfa la belleza en bruto, sin condimentos. La que más profundo escarbe en los pulmones. Y ya son en torno al millón de personas quienes visitan durante dos semanas al año la belleza fugaz de los patios cordobeses.
Medina Azahara
La ciudad brillante que solo se mantuvo en pie durante 74 años, a siete kilómetros de Córdoba. Levantada por el califa Abderramán III tras sus aplastantes victorias sobre los reinos cristianos y sus revueltas internas, fue durante un puñado de años la ciudad más esplendorosa de Europa. Dicen los cronistas de la época que de sus fuentes manaba mercurio, creando graciosos efectos ópticos para quienes tenían la ocasión de observarlas, y los tejados brillaban por estar cubiertos de oro puro. Se trajo mármol blanco desde Portugal y los artesanos más afanados tallaron con una delicadeza asombrosa cada columna, mientras los poetas más virtuosos de Al-Ándalus eran invitados para recitar sus alabanzas al califa.
Era, en sus formas y sus habitantes y sus festejos, una ciudad de reyes. Tan solo la habitaban los miembros de la corte más cercanos al califa, nadie más, junto con un batallón de siervos y esclavos diseñados para cumplir hasta el último capricho de sus amos.
Luego vino la guerra y todo se desmoronó. Tras la muerte de Almanzor, el califato de los omeyas de Córdoba perdió el que durante décadas había sido su jefe político y militar de facto, y hubo muy pocos dispuestos a aceptar la autoridad del verdadero califa. Los bereberes irrumpieron en la península con un galope desquiciado, quemando y saqueando y asesinando a quién se cruzase en su camino, y no frenaron sus monturas hasta toparse de bruces con la increíble ciudad. Dedicaron un año a saquearla con una minuciosidad propia de los artesanos de orfebrería, salón por salón hasta utilizar el conocido “salón rico del califa” como establo para sus bestias. Asesinaron a todos sus habitantes, incluyendo al califa - aunque existen leyendas que aseguran que escapó a la masacre - y fue abandonada a su suerte, desnuda de riquezas. En 1911 fue encontrada de nuevo por un equipo de arqueólogos y en el año 2018 fue inscrita como Patrimonio de la Humanidad.
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