Viajes

¿Cómo son de cómodos los hoteles cápsula de Japón?

Unos pueden considerarse el sitio más incómodo para dormir; otros suponen una interesante experiencia y sorprendentemente cómoda

Hotel cápsula en Tokio.
Hotel cápsula en Tokio.Trueshow111Creative Commons

El pensamiento japonés, incluso para aquellos que se hayan molestado en leer a sus autores, allá en casa, resulta complicado de comprender cuando pisamos su asfalto por primera vez. Al mirar los cartelitos del aeropuerto escritos con una maraña de letras indescifrable, y asaltarnos una jovencita vestida de rosa, con una peluca rosa, la falda corta y medias blancas arañándole hasta por encima de las rodillas, ya nos sentimos de una forma similar al chiquillo que corre por primera vez al zoo y ve de cerca un elefante, o mejor, una jirafa. No sabemos donde empieza el cuello y donde acaba, desde qué ángulo mirar. Caminamos obnubilados y rodeados de lucecitas de colores, ruidos mecánicos, letras que no son letras, jovencitas vestidas de color rosa. Cada milímetro que nuestros ojos arrebatan al entorno se presenta profundamente innovador.

En cierto momento del sueño (porque los colores estridentes de Japón parecen sacados de la psicodelia de los sueños) llegamos a nuestro hotel. Que en este caso será un hotel cápsula porque tenemos un interés genuino a la hora de comprobar si este tipo de alojamientos son tan cómodos como aseguran algunos.

¿Eres un borracho?

Los hoteles cápsula están muy de moda últimamente por la estrambótica imagen que suponen. Imagínelo. Uno paga 3.500 yenes - el equivalente a 28 euros - como mínimo por un alojamiento en el centro mismo de Tokio, tan céntrico que le podríamos hacer cosquillas a la propia ciudad en el ombligo. En la entrada del alojamiento, que tiene un aspecto muy limpio y muy moderno porque el color blanco predomina y el recepcionista es un muchachote joven, de lo mas simpático y con el pelo graciosamente engominado hacia atrás, nos obligan a quitarnos los zapatos para introducirlos en un pequeño armarito que cerramos con llave. Nos guardamos la llave. Konnichiwa y demás, ya saben, y el recepcionista nos hace solemne entrega de una tarjeta con banda magnética, lanza como una metralleta estadounidense cuando el mundo no les observa una ráfaga de instrucciones sobre normas, utilidades, posibilidades y prohibiciones del alojamiento y, konnichiwa, konnichiwa, nos deja libres para corretear por las zonas comunes. A las 10 de la noche ya no podemos hacer ruido y nos metemos en nuestra cápsula.

Capsule hotel asahi plaza.
Capsule hotel asahi plaza.Peter WoodmanCreative Commons

Hace cuarenta años no habría sido así. Cuarenta años atrás habríamos llegado al hotel cápsula con una borrachera de tres pares de algodones y cantando tonadillas de la mili, prácticamente le habríamos arrebatado las llaves al joven recepcionista, jugando a los atracos, y riendo como niños durante una travesura nos habríamos arrastrado hasta nuestra pequeña cápsula de 2 metros de longitud por 1 de alto por 1,25 de ancho. Allí nos habríamos quedado dormidos en un ronquido. O podríamos haber sido un pobrecito oficinista que salió del curro demasiado tarde para coger el tren que le llevaría a casa, a las afueras de la capital, entonces tuvo que resignarse con buscar un alojamiento práctico y barato. Escucharíamos roncar al borracho y oleríamos su meada en la cama de al lado.

Este batiburrillo de historias pretende explicar que los hoteles cápsula se idearon en un primer momento para oficinistas que debían pasar noches de emergencia en la gran ciudad y para borrachos que no tenían fuerzas ni ganas para regresar a casa, y hemos intentado empatizar con ellos. Luego se descubrió que el invento era sumamente práctico y comenzó a popularizarse a lo largo del país, hasta traspasar fronteras y convertirse en una de las experiencias míticas que cualquier viajero considera probar al visitar Japón. Supone un excelente método de aprovechamiento del espacio en un país bastante más pequeño que España y con 130 millones de habitantes.

¿Es cómodo?

Depende. La calidad de un hotel cápsula es variable, igual que ocurre con cualquier hotel. No será lo mismo reservar una noche en el Capsule Hotel Astil Dotonbori, en Osaka, donde parecemos habernos sumergido en una película de Alien antes de que las cosas empiecen a salir mal, que plantarte en aquél hotel cápsula que yo disfruté en la ciudad de Kioto.

En el Hotel Dotonbori el reducido espacio del que dispone cada uno de los huéspedes es prácticamente sagrado. Una vez nos introducimos en nuestro mullido cubículo, donde disponemos de un edredón fantástico y dos almohadas impolutas, y cerramos la cortinilla también blanca y moderna que nos separará del mundo real, nadie nos molesta. Ni siquiera el viento, que no le teme a nada, se atrevería a meterse en nuestro cubículo. Nuestra ropa la guardamos por otro lado en un armario cercano cerrado con llave, a buen recaudo.

Capsule Hotel Astil Dotonbori, en Osaka.
Capsule Hotel Astil Dotonbori, en Osaka.Booking

Y nos sentimos protegidos por las tres paredes, somos algo parecido a una mariposa a punto de eclosionar que aprovecha caprichosa los últimos instantes en nuestro capullo de seda. Una mesita minúscula colocada en la esquina más alejada de la entrada sirve como punto de apoyo para infinidad de utensilios (reloj, cascos de música, tapones para los oídos, pañuelos de clínex, navaja suiza, revólver) y las paredes deben estar insonorizadas porque no se oye un susurro. Además, tenemos doble enchufe en nuestro cubículo para cargar los aparatos electrónicos. Los baños comunes son limpiados cada media hora, están impolutos, y por doquier relucen las esquinas perfectamente cuidadas. Personalmente, este tipo de hoteles cápsula me resultan muy cómodos y útiles, en ningún momento me sentí una sardina en lata.

El hotel cápsula de Kioto, por otro lado. En este caso hablamos de una casa de madera húmeda, vieja y crujiente a las afueras de la ciudad, rodeada por un jardín verde y densísimo. Tiene las habitaciones enredadas entre sí y unidas por una serie de escaleras prácticamente verticales, pasillos tan estrechos que deberíamos caminarlos de lado y minúsculas calles sin salida, todo esto dentro de la casa de madera que por fuera se veía diminuta. Aquí encontramos el origen y el sentido de las cápsulas, en este tipo de edificios donde camas, mesas, duchas libros, estanterías y personas parecen apiladas unas encima de las otras. Donde se ha exprimido el espacio de manera milimétrica. Si mueves un dedo en la dirección equivocada, puedes metérselo en el ojo a cualquier inocente.

La cápsula es de madera crujiente como la casa, y cruje a cada milímetro que nos movemos envueltos en un embrollo de sábanas, sábanas que parecen competir con nosotros para hacerse un hueco cómodo en la cápsula. Nuestra ropa la dejamos o bien en su maleta, fuera, en el suelo, tentando a los ladrones, o bien la metemos con nosotros en la cama y nos apretujamos todavía más. Una cortinita demasiado corta y demasiado sucia nos separa a medias del mundo exterior, permitiendo que ráfagas de luz se cuelen en nuestro sueño. Los ronquidos del borracho de al lado se barajan con el olor nauseabundo del mochilero australiano que consideró inútil ducharse desde que salió de casa. Este tipo de hoteles cápsula son bastante más incómodos, es evidente; aunque no dejan de suponer una curiosa experiencia para añadir a nuestra lista de aventuras. Y una mala noche de sueño la podemos recuperar en cualquier momento.