Japón
Cuadro de la semana: La gran ola de Kanagawa
Esta magnífica obra del artista japonés Katsushika Hokusai se trata sin duda de la más conocida de todo el periodo Edo
Una confusión de sensaciones atropellan al viajero cuando mira por primera vez esta estampa japonesa en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. No ocurre nada parecido si la vimos representada en pósteres, folletos o las copias de turno en cualquier restaurante japonés (yo por ejemplo tengo un trapo que traje de Tokio donde viene dibujada). Las copias son copias, nada más, y nosotros lo sabemos, y tomar conciencia de ello nos lleva a restar importancia a la obra, como es evidente. En la amalgama de imágenes que nos tirotean las redes y el televisor diariamente, sin compasión ni interés por educarnos, una ola moribunda no parece importante. Pero ocurre al ver el original, tan pequeño que casi tememos quebrarlo con nuestros ojos (sus medidas son de 25 cm x 37 cm), que las sensaciones se atropellan las unas a las otras, se insultan y empujan entre ellas para ser las primeras en salir de la ola e incrustarse en nuestros pensamientos mareados.
Podría decirse que un pedacito muy pequeño de la historia de Japón, machacado hasta convertirse en polvo de sensaciones, se encuentra encerrado en este cuadro. Quizá el coronavirus nos impida conocer de primera mano la imagen, pero nunca nos impedirá aprender sobre ella. Cada día aprendemos así un poquito más, hasta derrotar a cualquier bicho.
La joya de la corona en el periodo Edo
No podemos entender La gran ola de Kanagawa si no repasamos antes nuestros apuntes sobre el periodo Edo japonés. No podríamos comprender la violencia que arroja con sal y espuma. Comenzó en el año 1603, al instaurarse el Shogunato Tokugawa, y no terminó hasta 1868, al declararse la conocida Guerra del Año del Dragón entre los partidarios del shogunato y los fieles al emperador japonés. Hasta aquí llega lo más aburrido que son las fechas odiosas, y prometo que ya no diré una más; pero preste atención el lector porque este periodo de tiempo en apariencia vacío, por el momento nada más que dos números aburridos, será rellenado con lentitud a lo largo de este artículo, se insuflará con datos de sangre y ambiciones, estrictas normas sociales y acontecimientos inquietantes.
Se susurra una frase hermosa y terrible. “Las peleas y los incendios son las flores de Edo”. Hablamos de una época donde un Japón básicamente rural transmutó lentamente hacia una sociedad urbana, regida por poderosos señores feudales. Nos referimos a los últimos años del dominio samurái, cuando los famosos guerreros de leyenda fueron obligados a vivir en las nuevas ciudades de los nuevos señores, y la población japonesa fue dividida en cuatro clases (samuráis, campesinos, artesanos y comerciantes) de una forma semejante a las castas indias. Entonces resultaba prácticamente imposible desposar con nadie de otra clase ni ejercer un oficio que no estuviera especificado en la misma. Ocurrieron dos siglos donde el control de los gobernantes sobre el pueblo resultaba casi asfixiante, parecidos a los que vivimos ahora. La religión cristiana se erradicó del país con una brutalidad que llevó a España a romper relaciones con los nipones - esta es una historia que puede apreciarse con detalle en la película Silencio de Martin Scorsese, y recomiendo verla esta tarde de domingo para complementar el tema - y los jesuitas y todas las órdenes cristianas fueron expulsadas para abrir paso a una nueva etapa, marcada por una clara inclinación hacia el confucionismo de orden social.
Las peleas y los incendios.... Las flores de Edo estallaban bajo esta presión injusta. La violencia se multiplicó, como suele ocurrir en las naciones cuya opresión se ha prolongado más de la cuenta, y el aislamiento internacional de Japón no mejoró la situación, desde que ninguna potencia extranjera parecía dispuesta a comerciar con ellos. Sí es cierto que el famosísimo orden social japonés recibió un gran empuje hacia delante durante el periodo Edo, pero el precio fue brusco y desproporcionado. De relativo valor.
¿Es necesaria la guerra para mantener la moral?
Un genial general alemán de nombre Helmuth von Moltke aseguraba que la guerra es necesaria para mantener la moral del hombre. Sustentaba sus ideas en largos periodos de paz, como pudo ser la pax romana, donde la decadencia y la inmoralidad alcanzaron su apogeo en la sociedad romana. Estoy seguro de que habría encontrado nuevos argumentos en la sociedad relativista del siglo XXI. En cualquier caso, tuviese o no razón con sus belicosas teorías, sí es cierto que el periodo Edo supuso en Japón una explosión cultural e intelectual sin precedentes.
Gracias a los libros que recibían de comerciantes holandeses (fueron los únicos europeos que mantuvieron el contacto con Japón), los científicos nipones fueron capaces de catapultar sus estudios, desde las ciencias naturales hasta la geografía, pasando por la astronomía y el arte. La mayoría de las imágenes japonesas más reconocidas de forma internacional, como por ejemplo La hora del jabalí, y por supuesto La gran ola de Kanagawa, provienen de estos años convulsos. Y en este pelotazo de arte innovador, destacó por encima de todas las escuelas de arte esa que hoy llamamos Ukiyo-e, cuya traducción literal sería “pinturas del mundo flotante”. De una forma parecida al existencialismo de Camus, esta corriente artística basaba su pensamiento en la felicidad que otorga aceptar el mundo como un concepto fugaz y transitorio, evidentemente influenciado por la precaria calidad de vida que sufría una mayoría de la población japonesa durante el periodo Edo.
Las imágenes se creaban haciendo uso de una técnica donde el artista realizaba con tinta el dibujo original, para luego entregarlo a los artesanos que lo colocaban boca abajo en una plancha de papel, cortando los pedazos en blanco y destruyendo el original en el proceso. La plancha se entintaba e imprimía, obteniéndose así - si se deseaba - un número de copias indeterminadas y casi exactas al original.
Treinta y seis vistas del monte Fuji
Por fin llegamos a nuestra obra de hoy, ahora aspiramos las algas arremolinándose furiosas a través de la tinta seca. Aquí viene un nombre que el lector haría bien en memorizar, si desea conocer en profundidad a uno de los artistas más influyentes de japón: Katsushika Hokusai. El dibujante de La gran ola de Kanagawa cuya obra El sueño de la esposa del pescador fue una de las bases para el hentai (manga erótico) que tanto impulso tiene ahora en el mundo. Además de estos grabados de arte erótico y su impresionante cuaderno de Lecciones rápidas al dibujo simplificado, durante los últimos años de su vida dibujó treinta y seis vistas del monte Fuji, treinta y seis grabaciones donde se representa de la forma más variopinta la imagen del archiconocido monte japonés.
Entre ellas se encuentra nuestra ola famosa, representada en el momento exacto en que se dispone a engullir tres barcos oshiokuri-bune en la bahía de Tokio. Casi parece tan ansiosa, dispuesta a devorar también el monte Fuji. En la imagen pueden apreciarse un total de 20 hombres; ocho remeros por cada embarcación y dos pasajeros añadidos al frente de cada barco. Si utilizamos los barcos como referencia (los oshiokuri-bune se utilizaban para transportar pescado vivo y medían entre 12 y 15 metros de longitud), y consideramos que Hokusai redujo la escala vertical en un 30%, podemos sacar la conclusión de que la ola tiene cerca de 13 metros de altura.
Se trata de una imagen aterradora, una representación cruda del temor religioso con que Hokusai miraba al mar sediento que rodea las islas de Japón. Se alimenta de los hombres, tiene fuerzas incluso para devorar a su montaña más sagrada. Esta es la sensación principal al mirar a los ojos a la furia virulenta del mar nipón. De una forma u otra sopla fuerte el viento en el Museo Metropolitano y nos empuja de cabeza a zambullirnos en esta imagen, y ahora lo vemos, nos transformamos en uno de los pasajeros atrapados en esas barcas delicadas. Descubrimos estupefactos que el grabado, de apariencia frágil y quebradiza en un principio, sostiene en realidad texturas parecidas al hierro, representadas en una ola mortífera que inevitablemente caerá para arrollarnos. Esta es la maravillosa experiencia que hace del arte una percepción subjetiva. Embarcarse en los oshiokuri-bune deKatsushika Hokusai. Solo entonces conseguiremos entender la violencia que arranca el arte Edo en nuestros corazones, cuando estalla una flor con todo el estruendo posible. Nosotros nos ahogamos con ella.
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