Pintura
Cuadro de la semana: Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos
Una de las obras más críticas de Frida Kahlo contra el capitalismo supone el ejemplo ideal para descubrir a una mujer cuya libertad de expresión fue utilizada con excelente maestría
Debo reconocer que después de leer los diferentes tweets y frasecitas rapeadas por Pablo Hasél en los últimos años, antes de escandalizarme por el rencor farragoso que pulula cada sílaba que lanza entre sus dientecillos, casi hasta darnos lástima, me sentí en extremo violentado por lo ordinario de sus críticas. Para cualquier espíritu apacible, como lo soy yo, como somos tantos todavía, un maromo graznando brutalidades sobre piolets y bombas y tiros en la nuca supone una desagradable ruptura con cualquier estética que sobreviva en el panorama del arte contemporáneo. Sin necesidad de entrar en asuntos tan complicados como la libertad de expresión y los delitos de odio e injurias a la corona que escapan a mi conocimiento, puedo aportar mi granito de arena a este huracán que se ha formado y decir que Pablo Hasél es un artista malucho. Ordinario, barato. Ni siquiera los adjetivos que le señalen precisan de ser originales. Se ha mostrado incapaz de utilizar la deliciosa sutileza hablada que caracteriza a los mejores entre los suyos.
Ahora que va a tener tiempo para leer y formar su mente entumecida, quizá caiga la breva y llegue este artículo a sus manos. En cuyo caso estaré encantado de ayudarle a discernir entre un comunista ordinario, o lo que sea que quiera ser nuestro amigo esta semana, y un comunista único, magnífico, brillante, locuaz, capaz de causar impacto. Su nombre es Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón.
El artista
Cuando hablamos de Frida Kahlo nos referimos a una mujer de bandera, que decía el grupo de David Summers, una de aquellas que conoce de primera mano el repaso de bofetones que la vida puede regalarle a una mujer. A ella nadie se lo contó. Hija de un alemán asentado en México y su esposa mexicana, ya desde pequeñita sufrió sus primeras complicaciones de salud que terminarían por moldear su mente, sus sueños, cada movimiento que hiciera su cuerpo. En 1913, a la edad de seis años, contrajo poliomielitis (comúnmente conocida como la polio), una enfermedad que afecta principalmente al sistema nervioso de los niños y que puede acarrear graves secuelas para quien la sufra con síntomas, como fue el caso de Frida. Obligó a la niña a aguantar nueve meses postrada en la cama y derivó a su vez en numerosas enfermedades e infecciones. Como secuela permanente quedó su pierna derecha mucho más delgada que la izquierda.
Lejos de desanimarse con motivo de su desafortunada salud, la pequeña Frida, animada por su padre, se interesó por practicar cualquier tipo de deporte que desarrollara su maltrecha musculatura y que en aquella época eran poco comunes entre las mujeres, tales como el fútbol y el boxeo. Sin embargo esta valerosa energía a la hora de superar sus adversidades no fue suficiente para regalarle a Frida una infancia corriente. Impedida por las continuas recaídas en su enfermedad y las operaciones quirúrgicas, siempre fue una chiquilla que no pudo jugar con el resto de niños y malvivió una infancia solitaria, tristona.
A ella nunca le interesó la pintura. Le gustaban los deportes, a ser posible lo más físicos posibles, o cualquier ejercicio que fortaleciese su musculatura. Tendría que pasar el 17 de septiembre de 1925 entre un amasijo de estruendo y hierros para comenzar el complejo camino de acuarelas y óleos que la lanzaría al estrellato. 17 de septiembre de 1925: una jovencísima Frida Kahlo sufre un accidente cuando el autobús en el que viaja es arrollado por un tranvía. La columna vertebral se le fracturó por tres lugares diferentes, su pie derecho se dislocó, su pierna derecha se fracturó en once partes y un pasamanos atravesó su cadera izquierda hasta salir por la vagina. Provocando, además de un puñado de las 32 operaciones quirúrgicas que recibió a lo largo de su vida, que nuestra querida y única Frida no pudiera engendrar hijos. Y fue durante su convalecencia por este accidente horrible que comenzó a interesarse por dar salida a sus sentimientos a través de la pintura.
Contexto
Llegado el año 1927 Frida ya frecuentaba los círculos intelectuales de México, hasta que conoció al que fue su marido entre 1929 y 1939, el también colosal artista de índole comunista y marxista Diego Rivera. Se bromeaba sobre su enlace tildándolos del elefante y la paloma, debido a las enormes proporciones de Rivera en comparación con la constitución menuda y endeble de Frida. El matrimonio fue tormentoso y plagado de infidelidades, especialmente por parte del varón. Hasta que Frida se agotó de ser una cornuda y comenzó a tener sus aventuras amorosas por cuenta propia, tanto heterosexuales como lésbicas, un tipo de relaciones que curiosamente traían de cabeza a su marido. Su marido que llegó incluso a acostarse con Cristina, la hermana menor de Frida.
Al llegar Plutarco Elías al poder en México, la pareja decidió trasladarse a Estados Unidos debido al complicado panorama que se presentó para los afines a las políticas de izquierdas. Dado que la popularidad de Rivera había llegado hasta allí, y numerosos murales le fueron encargados por los estadounidenses, la pareja se trasladó a Detroit entre los años 1931 y 1934.
A Frida Kahlo nunca le gustó Estados Unidos, por entonces ya regido por un estilo de vida consumista y evidentemente capitalista. Llegó a escribir en sus cartas a amigos y familiares que “es espantoso ver a estos ricos que celebran fiestas de día y de noche, mientras miles y más miles de personas mueren de hambre” y otras lindezas como “el gruinguerío no me cae del todo bien. Son gente muy sosa y todos tienen caras de bizcochos crudos (sobre todo las viejas)”. Note el lector que en ningún momento sintió la necesidad animal de disparar en la nuca a estos capitalistas insoportables con cara de bizcochos. Insistió a su marido para regresar a México pero este se negó, hasta que el Rockefeller Center rompió el contrato que tenían porque Rivera dibujó a un obrero en un mural con el rostro de Lenin. Tras esto hicieron las maletas y regresaron a casa.
La obra
No hablaremos de los años de Frida que siguieron a su estancia en Estados Unidos porque el artículo acabaría saliendo demasiado extenso. Ya conocemos suficientes datos acerca de los traumas de su juventud y su odiosa experiencia en Estados Unidos y podemos considerarnos medianamente preparados para comprender la obra de esta semana.
En ella puede observarse a Frida situada en la frontera entre su México natal y Estados Unidos, sujetando con suavidad una bandera de su país. A su derecha, las fábricas de humo de Detroit contaminan el aire y terminan por formar la bandera estadounidense. A la derecha, enfrentándose contra la suciedad en el aire, los dioses del sol y de la luna combaten fiereza, rayos y fuego para mantener limpia la atmósfera mexicana. Este detalle en que aparecen el sol y la luna en la misma imagen se debe a un eclipse lunar que Frida atestiguó durante su estancia en Detroit y que pasó a convertirse en un elemento habitual en sus obras. El resto del cuadro se ve sobrecargado de una simbología más que evidente:
En el lado donde impera el capitalismo no existe nada más que energía, electricidad, productividad, colores grises y apagados, ruidos de sirenas que señalan el triunfo del dinero. En la zona dedicada a su querido México, todavía libre de las cadenas del capitalismo, Frida quiso representar multitud de elementos culturales y únicos en su tierra. Florecillas de todos los colores creciendo hasta alcanzar tamaños desorbitados, las ruinas de la otrora poderosa civilización azteca, figuritas que parecen haber sido talladas a mano - en contraposición con las cadenas de montaje norteamericanas - y una pequeña calavera que simboliza el archiconocido Día de los Muertos. La crítica es evidente. Frida Kahlo ya comenzaba a moldear su entierro con obras de este estilo, y me refiero a que ya dejó claras sus ideas políticas antes de que su féretro fuera cubierto en 1954 con la bandera del partido comunista mexicano.
Sabemos de ella que incluso participó en las marchas de protesta contra la intervención militar de los Estados Unidos en Guatemala, después de que le fuera amputada la pierna para atarla de por vida en una silla de ruedas. Sabemos que aborrecía el capitalismo y el sistema social que pululaba en los estates. Y los artistas surrealistas la quisieron introducir en su selecto grupo de inmortales pero ella se negó afirmando que “yo no pinto mis sueños, pinto lo que veo”. Lo hizo con una originalidad única y desgarradora, capaz de erizar los pelillos de nuestra nuca hasta volverlos rígidos y quebrarlos; hija de un talento capaz de voltear nuestros ideales y hacerlos trizas, sin necesidad de chillidos ni de insultos, en el reducido espacio de sus obras que no solían superar los cuarenta centímetros de lado. Por esta razón ella consiguió crear un mundo de recuerdos y deseos cargados de innovación artística, sin importar su ideología ni qué criticaba, y su rostro hermoso corona multitud de instituciones internacionales. Mientras que Pablo Hasél está en la cárcel y antes de dos semanas le habremos olvidado.
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