Arte

Cuadro de la semana: El jardín de las delicias

No hay día mejor que San Valentín para analizar una de las obras más críticas de El Bosco contra el placer y el materialismo

«El Jardín de las Delicias» de El Bosco es el favorito de los visitantes del Museo del Prado, incluso por delante de «Las Meninas» de Diego de Velázquez
«El Jardín de las Delicias» de El Bosco es el favorito de los visitantes del Museo del Prado, incluso por delante de «Las Meninas» de Diego de VelázquezBallesterosEFE

Hoy es San Valentín. Como ocurre cada pocos meses al año, una festividad cristiana es celebrada con auténtico entusiasmo por los ateos, después de haber sazonado el día del santo romano (que por cierto fue decapitado en el año 273) con trazas de consumismo y tergiversaciones contemporáneas del amor, donde parece ser que amar equivale a regalar, o que el amor se demuestra con pequeños detalles, o que amor y placer van de la mano, o cualquier flautada que hayan querido engancharnos los supermercados desde que Esther Howland comenzó a vender tarjetas románticas en la librería de su padre en Massachusetts, en la década de 1840.

Reuniendo a un lado las decenas o cientos o miles de artículos que se publicarán hoy sobre este día tan especial, quizá podríamos aprovechar la celebración del día mundial del amor, este amor tergiversado, estudiando una de las obras de arte que mejor representa la malinterpretación del sentimiento. Una obra cargada de simbología y psicodelia, prácticamente inexplicable por la amplia variedad de imágenes de fantasía que contiene. Es el tríptico de El jardín de las delicias, pintado por Jheronimus van Aken - también conocido como el Bosco - entre 1500 y 1505 y que hoy puede visitarse en la exposición permanente de el Museo Nacional del Prado.

El artista

Es poco lo que sabemos sobre Jheronimus van Aken. La documentación sobre su vida es escasa. No firmaba ninguna de sus obras por lo que, aunque se le han llegado a atribuir un total de treinta o treinta y cinco lienzos y trípticos, ninguno de ellos puede señalarse como obra del Bosco con absoluta seguridad. ¿Quiere eso decir que El jardín de las delicias pudo no ser obra suya? En efecto. La fama de este artista único, el cual apenas salió de su ciudad natal y vivió felizmente casado junto al mercado de las telas de Bolduque, únicamente cobró forma en los Países Bajos, Italia y España tras su muerte, y no sería hasta después de su fallecimiento que numerosos expertos reunirían sus obras guiándose por su estilo, prácticamente inconfundible, cargado de elementos religiosos y amplias trazas de absurdismo si la ocasión lo requería.

Tabla izquierda de "El jardín de las delicias" del Bosco, que representa el Jardín del Edén cuando Dios entrega a Eva a Adán.
Tabla izquierda de "El jardín de las delicias" del Bosco, que representa el Jardín del Edén cuando Dios entrega a Eva a Adán.El BoscoMuseo Nacional del Prado

Si la ocasión lo requería. No hace falta ser absurdo siempre. Pese a la opinión popular que considera las obras del Bosco como puro ejercicio de imaginación y figuras extravagantes, el monje jerónimo fray José de Sigüenza clasificó con acierto sus pinturas en tres grupos: un primer grupo de las pinturas devotas y con motivos tomados de los Evangelios, como podría ser Adoración de los Magos (donde queda remarcada la sabiduría de oriente) y Cristo con la cruz a cuestas (donde contrasta la cólera de los fariseos con la inocencia del rostro de Cristo), en las cuales no se aprecia ningún tipo de figura absurda o monstruosa; un segundo grupo de pinturas que pretendían empatizar con los cristianos, cuando representaba las Tentaciones de san Antonio o la Mesa de los pecados capitales, para así mostrar al espectador los posibles pecados y tentaciones a los que cualquiera se enfrenta en su día a día; y un tercer grupo de apariencia más extravagante, enigmática, desordenada, entre los cuales entraría El jardín de las delicias. Que eran una muestra de su asombroso ingenio y que por lo habitual también se basaban en ideas cristianas.

Sería posible hablar más del Bosco pero sospecho que él no habría querido. Nuestro querido amigo jugaba con el misterio, la ocultación y la incógnita, como si hubiese comprendido de una forma íntima y excitante que la belleza oculta, aquella que debemos observar con minuciosidad hasta rascar nada más que unos milímetros de su gloria, es la belleza más exquisita de todas.

El contexto

A lo largo de la vida del Bosco todavía no habían comenzado las reformas eclesiásticas en Europa que derivarían en las sucesivas corrientes protestantes, por lo que no debería extrañarnos que sus cuadros aparezcan cargados de simbología católica. Se piensa incluso que una de sus primeras obras fue propiedad de Isabel la Católica, después de que Juana la Loca se la regalara.

Tabla central de "El jardín de las Delicias" del Bosco, que representa el mundo terrenal.
Tabla central de "El jardín de las Delicias" del Bosco, que representa el mundo terrenal.El BoscoMuseo Nacional del Prado

Su obra supuso una ruptura con el estilo pictórico que se había dado hasta la época. Donde pintores de altísima categoría y coetáneos a él se centraban en representar los aspectos más sublimes de la vida y la religión, tomando la realidad para amasarla hasta darle una forma de belleza clásica - recordemos que estamos hablando de los primeros años del Renacimiento - en torno a la figura del hombre, el Bosco ha llegado a ser categorizado como “un creador de demonios”. Ridiculizaba y caricaturizaba el mal hasta provocar no terror, como hacían otros pintores todavía influidos por la mentalidad medieval, sino burla, ridículo, divertimento en definitiva. Los demonios del Bosco y sus escenas tortuosas no provocan esta sensación de malestar y horror (que pueden derivar en cobarde sumisión) en relación con el mal, sino que desprecian el mal, le restan cualquier poder posible gracias a esta caricaturización de los demonios.

La obra

Poco sabemos sobre la vida del Bosco pero menos sabemos aún a la hora de descifrar la copiosa simbología que aparece representada en El jardín de las delicias. Tan poco sabemos sobre esta obra, que ni siquiera conocemos su nombre original. Tuvo que ser después de que Vicente Poleró la llamase De los deleites carnales, en 1857, que el título de la obra transmutó y terminó por conocerse bajo su nombre actual. Tan poco sabemos de la obra que apenas podemos hablar de ella. Haría falta mirarla una vez, y otra y otra más, conversar con nuestro compañero, conversar con el Bosco, volver a mirar, olfatear las pinturas, chapuzarnos en el cuadro y desnudarnos para experimentar la demencia de su tabla central, la miseria de su tabla derecha. La pérdida de las ideas que pululaban las cabezas de aquellos holandeses temerosos del pecado y que se desarrollaban con fuerza durante los comienzos de la Edad Moderna, ese tipo de ideas tan sencillas y evidentes para la época que nadie se molestó en escribirlas para el futuro, pero que aun así desaparecieron, han terminado por amputar nuestra capacidad para comprender la obra.

Ya dijo Reindert Falkenburg que a la hora de hablar de El jardín de las delicias nos referimos a “una pintura de conversación”. Apenas podemos descifrar que la primera tabla - a la izquierda - representa una escena del Paraíso, donde Adán y Eva disfrutan de su amor veraz y puro por primera vez, exento de los pecados carnales; en la tabla central nos sumergimos en el mundo terrenal que todos conocemos, donde el amor primitivo del ser humano ha sido descatalogado para ceder su lugar al sexo y el placer, se ha apuñalado al sentido inocente y maravilloso del amor hasta cumplirse su tergiversación, en un tipo de orgía colorida y animal. La tabla izquierda representa el infierno donde terminan - según el Bosco - estas almas marchitas por los placeres de la carne, y los castigos que reciben por orden de Satanás vienen íntimamente ligados con el tipo de divertimento pecaminoso que ejercieron en vida.

Tabla derecha de "El jardín de las Delicias" del Bosco, que representa el infierno.
Tabla derecha de "El jardín de las Delicias" del Bosco, que representa el infierno.El BoscoMuseo Nacional del Prado

Los madroños y fresas que destacan en la orgía de la tabla central simbolizan la idea del placer efímero. En numerosas culturas desde la Antigüedad se asoció a los pájaros con la escisión del cuerpo y el alma de los hombres, y la turbamulta de pajaritos que aparecen en la tabla central podrían significar esta ruptura a partir de los pecados. El búho que parece asociarse con el mal aparece encerrado en la tabla del Paraíso, mientras se posa libre sobre dos personas sin cabeza en la tabla central. Los edificios de formas estrafalarias y desordenadas de la tabla central contrastan bruscamente con la estética del único edificio del Paraíso, quizá con la intención de provocar aversión por parte del espectador hacia los edificios construidos durante el delirio del placer. Donde la primera tabla muestra un amor entre dos individuos, en la segunda no existe el amor entre individuos, es un amor colectivo, sucio, compartido, motivado por los impulsos del momento: ahora mordisqueo esta mora gigante, luego me zambullo en aquella orgía, después cabalgo en cueros un pájaro gigante... no existe constancia en el amor cuando el placer lo domina.

El infierno tampoco es fácil de descifrar. Se piensa que el rostro gigante y blanquecino que mira al espectador podría ser un autorretrato de el Bosco, y que la cerda vestida de monja en el extremo inferior derecho es una crítica al clero que tanto poder mantenía durante los años en que fue pintada la obra. Y no debe escapársenos el detalle de los pájaros, que en la tierra jugueteaban con los hombres y mujeres desnudos mientras que, en el infierno, los devoran y torturan con deleite. Los infiernos bosquianos fueron recibidos con gran impresión en su época, y numerosos artistas e imitadores posteriores partieron de sus ideas para representar sus propios infiernos, sobrecargados con cuerpos humanos, angustia y absurdo.

En definitiva no podríamos asegurar ninguno de los significados de la obra, nada más que nos limitaríamos a divagar. Pero sí podemos encontrar una idea que no se nos escapa. Es que según el Bosco existe el amor y existe el placer; ambos pueden complementarse siempre que se haga de una manera única entre individuos. Pero (exista o no este infierno bosquiano) el romance nunca acabará bien si insistimos en situar el placer material o sexual o carnal por encima del amor, hasta borrarlo y transformarlo en un juguete.