Egipto

¿Y quién creó a Dios? Esto pensaban los egipcios

A la pregunta que todos nos formulamos en algún momento de la vida, los egipcios consiguieron darle una respuesta de lo más ingeniosa

Sacerdotes de Amón ofrecen esencias a su dios, en un grabado del Templo de Luxor.
Sacerdotes de Amón ofrecen esencias a su dios, en un grabado del Templo de Luxor.rottonarapixabay

Es la pregunta del millón, la pregunta del billón. Nuestra mente humana procura descifrarla al menos una vez en nuestras vidas, y retuerce las neuronas, estruja los pensamientos, estira al límite su entendimiento, procurando comprender cómo es posible que Dios exista sin haber sido previamente creado. Estiramos, casi hasta estallar. Pero nunca conseguimos una respuesta lógica y razonada que nos satisfaga. Son las ventajas del ser humano, supongo, esto de complicarnos con preguntas sin respuestas y respuestas sin preguntas. Y mientras algunas religiones se han limitado a señalar que Dios es una figura infinita sin principio ni fin, dejando la puerta abierta a la confusión del pensamiento y la sed por comprender de alguna manera ese concepto ilimitado, otras religiones escarbaron en la duda hasta conseguir una respuesta que aparentemente pudo satisfacerles.

Nun

Según la mitología egipcia, el dios Nun (también conocido como Nuu) se trataba al inicio de los tiempos de un concepto. Un océano compuesto por una extraña oscuridad que no podría considerarse semejante a la que hoy conocemos, ya que no era una oscuridad provocada por la ausencia de la luz (la luz no había sido creada todavía), sino una oscuridad que albergaba todo el potencial de la existencia. Simplificando: si dibujásemos una línea en un papel para separar lo que existe y lo que no, en aquél primer momento indeterminado del universo solo podríamos colorear el lado de la no existencia. Mientras que la existencia, simplemente, no cabía. Esa no existencia que todo lo ocupaba era Nun. Un concepto. Un cúmulo de caos abierto a infinitas probabilidades de existencia. A ojos de los egipcios, en aquél momento existía todo lo que no existía. Es curioso, ¿verdad? Quizá un tanto complicado. Pero tremendamente interesante.

Templo de Debod en Madrid. Que los templos egipcios se inundaran durante las crecidas del Nilo no sucedía por accidente. Más bien pretendían escenificar la existencia de aquél océano primigenio que, inevitablemente, antes o después inundaba toda probabilidad de vida.
Templo de Debod en Madrid. Que los templos egipcios se inundaran durante las crecidas del Nilo no sucedía por accidente. Más bien pretendían escenificar la existencia de aquél océano primigenio que, inevitablemente, antes o después inundaba toda probabilidad de vida.larazon

En el océano de Nun se cruzaban las posibilidades de la existencia sin cesar, una detrás de otras, como si el propio Nun estuviera soñando y cada uno de esos sueños tuviera el potencial para escapar de la no existencia y cobrar forma y vida. Y resultó que, según narraban los antiguos egipcios, en un momento determinado (el primer momento concreto en la historia del universo), una de estas posibles existencias consiguió romper la barrera de los sueños, de la no existencia, y del océano oscuro surgió, casi por casualidad, la figura de Atum. Atum el demiurgo, “el que existe por sí mismo”, el primer dios, producto del azar ilimitado que, a base de probar una y otra vez diferentes ecuaciones en el océano de Nun, dio con aquella cuyo resultado significaba la primera vida.

Atum

Atum despertó en el océano oscuro. A su alrededor no se veía nada, no se podía tocar nada; no existían los colores ni los aromas. Nada, niente, cero patatero. Entonces ocurrió la magia, de una forma tan fina y elocuente que todavía hoy nos maravilla la sagacidad de los egipcios, el apunte exquisito que dio pie al comienzo de la creación por mediación de Atum: sorprendido al encontrarse en el océano primigenio, el dios recién nacido se dispuso a contarle a Nun (todavía un concepto) lo que ocurría, o mejor, lo que no ocurría. Entonces Nun despertó de su sueño y reaccionó a las palabras de Atum, dando lugar al primer diálogo del universo, y el océano transmutó para pasar de ser un concepto a un nuevo dios.

Ese primer diálogo entre Atum y Nun fue la clave, según los egipcios. Con la primera palabra se especificó lo que entraba en el plano de la existencia y de la no existencia, y esta primera diferenciación de conceptos (la formulación de conceptos opuestos) dio lugar a los primeros pasos de la creación. Nun cobró conciencia de su existencia y se materializó como un dios, Atum creó a los siguientes dioses y el resto de objetos incluidos en la lista de la existencia.

El resto es historia, es mito. Páginas posteriores de la creación del mundo según la ideología de los antiguos egipcios. Leyendas sobre luchas fratricidas, inundaciones cósmicas y cuentos encajados en las dunas cambiantes del desierto. Pero a la hora de responderse a la pregunta: ¿y quién creó a Dios, o al primer dios, en todo caso? Para ellos la respuesta era sencilla. Surgió del potencial aleatorio de la no existencia, de una forma parecida a las ecuaciones que hoy generan de forma automática los grandes ordenadores, mezclando números y probabilidades sin cesar hasta conseguir un número real. Así de simple. Complicado pero simple. Como tantas ideas que concibieron aquellos egipcios maravillosos.