HISTORIA
¿Por qué dejaron de construirse pirámides en Egipto?
Durante mil años se construyeron pirámides para albergar las tumbas de los faraones egipcios: cuatro milenios después, desconocemos cómo las levantaron
Hablamos de una escena tan trillada como los chistes de Gila. Frente a una espesa capa de desierto, rodeadas por una bruma empalagosa, las tres pirámides de Guiza hacen de fondo de pantalla para miles de ordenadores, ocupan cientos de metros cuadrados en forma de pósteres contra las pared, cualquier pared, sirven como poderosos imanes espirituales para los forofos de las energías cósmicas. Son la imagen cliché de Egipto y, por descontado, de su remoto pasado. Plagado de misterios. Moldeado con rumores. Un breve cuestionario a pie de calle conseguiría sacar a los transeúntes todo tipo de estrafalarias respuestas sobre su construcción: fueron obra de alienígenas, estaban allí antes incluso que los primeros seres humanos, las levantaron utilizando esclavos hebreos….
Este devaneo de teorías suele ocurrir cuando hablamos de edificios con 46 siglos de antigüedad. Quiero que el lector se haga una idea de los tiempos que tratamos en esta pieza, cuando descubra que estamos más cerca en términos históricos de Cleopatra, que la propia faraona de las pirámides. No hace falta decir que Cleopatra tenía la misma idea que nosotros, o menos todavía, sobre cómo se hicieron estos monumentos.
Un aprendizaje que duró siglos
El proceso de construcción de las pirámides fue uno fatigoso. Al contrario de lo que se piensa, no ocurrió que un genio de la arquitectura – o los extraterrestres – se levantaron una mañana de sábado y erigieron con un chasquido de dedos estas asombrosas necrópolis. Tuvieron que transcurrir doscientos años de pruebas y errores desde que se construyó la primera pirámide hasta finalizar la Gran Pirámide de Guiza, la más alta y conocida.
Rodeada de bruma del Nilo, humo del Cairo y arena sahariana, como rodeada por un fantástico halo de incógnitas multicolores, la pirámide escalonada de Saqqara marcó el pistoletazo de salida en la construcción de las pirámides. Levantada en torno al 2650 a. C por el arquitecto, médico, ingeniero y escriba Imhotep (el primer ingeniero de la Historia, que le dicen) consistió en una superposición de cinco niveles de ladrillo colocados por encima de la tumba original del faraón Zoser. Esto quiere decir que la tumba debía seguir los cánones habituales de la I, II y III Dinastía, tratándose de nada más que un enorme edificio cuadrado de una planta. Luego el ingenio de Imhotep, su audacia a la hora de construir la que sería la primera pirámide de la Historia, le valió al ingeniero para ganarse la categoría de dios tras su muerte. Fue adorado hasta el establecimiento del cristianismo en el Imperio romano.
Se entiende que las 120 pirámides que siguieron a la de Zoser fueron nada más que el perfeccionamiento de la técnica de Imhotep. Por supuesto que la imagen de la Gran Pirámide de Guiza despierta a la imaginación y la zarandea, empujándola a fantasear. Pero existen teorías coherentes sobre cómo fue construida. Se piensa que inicialmente se colocaba un círculo de piedras como base, para rellenarlo más tarde hasta darle una forma cuadrada, y lento pero constante se iban añadiendo, gracias al prodigioso dominio que los antiguos egipcios tenían sobre las matemáticas, más y más bloques de piedras (algunas de 70 toneladas) hasta alcanzar su pico. El pico que era de oro macizo y podía pesar 7 toneladas. Los faraones dedicaban sus reinados a construir estas necrópolis, obsesionados por la idea de la muerte, mientras habitaban en vida humildes hogares de adobe que poco se asemejan a los palacios que nos enseñan las películas.
Los ladrones de tumbas
Siempre pensé que los primeros antisistema del mundo fueron los saqueadores de tumbas en el Antiguo Egipto. Hacía falta un valor especial para entrar en las tumbas de los faraones, considerados dioses en la época, sortear las trampas y maleficios ocultos en ellas y robar el oro con que habían sido enterrados. Quiero decir que los ladrones de tumbas robaban a los mismos dioses, literalmente, de una forma parecida a quien entra hoy en una catedral y se hace con sus reliquias.
Los arquitectos de las pirámides y demás monumentos funerarios en Egipto rozaron el histerismo para evitar los posibles saqueos. Casi parecería que una tumba egipcia se trata más de un intrincado laberinto hecho para entretener a los ladrones, antes que un lugar de sepultura. Se colocaron puertas falsas en numerosos puntos clave para confundir a los saqueadores. Pagaron a centinelas para guardarlas, crearon pasillos ciegos en su interior, escondieron las entradas de las pirámides, en ocasiones a 100 metros de su base. Rociaron algunos sarcófagos con veneno. Incluso vendaban los ojos de los obreros que trabajaban en sus construcciones, para evitar que conocieran la localización exacta de las pirámides y pudieran informar a los malhechores.
Los obreros de las pirámides, por norma general hombres libres asalariados y que eran enterrados junto a las pirámides si morían honorablemente durante su construcción, gustaban de señalar los secretos de las tumbas a sus saqueadores, a cambio de una porción del jugoso botín. Si no eran ellos mismos quienes las robaban. Eran la mayor fuga de seguridad en la construcción semilegendaria de estos colosos de piedra caliza. Y la llamativa imagen de las pirámides sobre el terreno, tan fáciles de encontrar para cualquier par de ojos, completaba la tarea.
Quien mucho quiere, poco abarca
La construcción de las pirámides seguía un esquema espiritual muy concreto. Su entrada se colocaba mirando al norte, hacia la estrella polar, que era desde donde se suponía que llegaba el alma del difunto (ka) para unirse al cuerpo y caminar juntos, transformados en un espíritu justificado, al reino de Osiris. Es más, a lo largo del Reino Antiguo - que fue cuando se levantaron las pirámides - se pensaba que únicamente el faraón podía alcanzar el más allá, y esto solo era posible gracias a las pirámides. Las joyas, su ostentosidad fatídica, servían para gastar en tranquilos placeres durante su estancia eterna. Pero, ¿qué joyas podría gastar un faraón en este mundo de difuntos, si los saqueadores las robaban todas? Se llegó a una situación dramática que rozaba la blasfemia. Resultaba en una odiosa paradoja que los hombres más poderosos del mundo de los vivos fueran pordioseros en el mundo de los muertos.
Llegó el momento que todos esperaban cuando los faraones del Reino Medio (2055-1650 a. C), temieron que sus tumbas fueran saqueadas como las anteriores, y pusieron un punto final a la construcción de las pirámides. Igual que habían hecho ya otros faraones cautelosos, tomaron la decisión de ser enterrados en zonas más alejadas de las ciudades, a ser posible bajo tierra, ocultos de miradas peligrosas y algo separados de los templos que les rendían culto. Uno de estos lugares ideales para cumplir sus propósitos es de sobra conocido: el Valle de los Reyes. Allí donde fueron enterrados la impresionante suma de 63 faraones. Las pirámides se hundieron en el fango del olvido y los dioses terrenales comenzaron a sepultarse en el desierto. Todo quedó bien recogido bajo tierra.
Todavía se cuidaron de rodearse con todo tipo de trampas y conjuros para acabar con los saqueadores (me viene la imagen de mi madre con el spray de las cucarachas), aunque, lamentablemente, estas tumbas también fueron robadas pocos años después (y a continuación observo a la alegre cucaracha correteando hacia su escondite, definitivamente inmune al spray endeble de mi madre). En la costosa batalla que se desarrolló durante 3 milenios entre faraones y ladrones, estos últimos resultaron victoriosos.
A esta súbita muestra de sentido común de los faraones, al cejar en su empeño con las pirámides, debe añadírsele un condicionante en exclusiva político. En el periodo que transcurrió entre el Reino Viejo y el Reino Medio, conocido como el Primer Periodo Intermedio, se dio una profunda crisis política, social y económica en todo el país del Nilo.Y, durante cien largos años, los faraones fueron perdiendo su poder a manos de nobles locales, hasta que su papel se redujo al de meros representantes religiosos. Tendría que llegar el reinado de Mentuhotep I para que los faraones recuperasen el control y se iniciara el Reino Medio. Entre las reformas religiosas que se efectuaron durante esta nueva etapa, se decidió que no era necesaria una pirámide para llegar al reino de Osiris - una idea reconfortante para todos aquellos que no eran faraones -. Volviendo definitivamente, del todo inútil, el desorbitado coste de construir una pirámide.
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