Salvar la selva
Financia una guerra: cómo contribuir en la protección de los gorilas de montaña
En las montañas de Virunga se lleva dando un conflicto sin cuartel por proteger no solo a los gorilas, sino también a la segunda selva más extensa del planeta, indispensable para nuestra propia supervivencia
Desde que Sigourney Weaver protagonizó en 1988 la apoteósica historia de Dian Fossey a la hora de salvar a los gorilas en las montañas de África central, el mundo entero se enamoró de los gorilas. Esas criaturas que son temibles y tiernas a la vez, musculosas y juguetonas, capaces de establecer una empatía que roza lo humano a la vez que arrancan árboles de cuajo cuando tienen un mal día, grimosamente semejantes a nosotros. Antes de que nadie lanzara una película los gorilas existían (aunque en ocasiones parecería que para existir, se debe aparecer en una pantalla), por sorprendente que parezca, y siguen existiendo todavía hoy, aunque pueda extrañar a algunos. El enamoramiento del mundo hacia los gorilas fue algo así, un enamoramiento, temporal y caprichoso como lo son todos, y treinta años después los temas de conversación en las terrazas de Europa han derivado hacia otros derroteros que están más de moda.
Pero los gorilas siguen allí, no se han ido, todavía no les han arrancado de sus selvas. Algunos de los que nacieron cuando se estrenó Gorilas en la niebla incluso deben seguir vivos, desde que la esperanza de vida de estas magníficas criaturas puede alcanzar los cuarenta años.
¿Qué ocurre exactamente con los gorilas?
Antes de entrar en materia sería conveniente hacer un repaso a la situación de estos primates. En torno a 1.000 gorilas de montaña viven actualmente en libertad, en las regiones escarpadas del Congo, Ruanda y Uganda, en un reducido territorio con una riqueza natural apabullante y cercado por todo tipo de intereses humanos. Intereses humanos: extracción de petróleo y minerales, tala de bosques para aprovechar su preciada madera, intereses políticos y guerras que parecen no acabar, zoológicos donde parece divertido acertar con los cacahuetes en los ojos de las fieras. Trofeos de caza, supersticiones y carne para devorar con los amigos. Basta un paseo por cualquiera de estos tres países para comprender cómo los gorilas se interponen con una tozudez insoportable frente a este abanico de intereses.
Si una compañía maderera, petrolera o minera encuentra un espacio de bosque congoleño donde pueden extraerse cualquiera de sus intereses, los gorilas que están protegidos por una batería de organismos internacionales se interponen en su camino. Entonces cazarlos, matarlos, borrarlos del territorio, se transforma en un excelente método para retirar de la mesa la excusa de los gorilas y ponerse a talar y agujerear y taladrar la tierra como maníacos, para que luego nuestros coches corran raudos por las autopistas y podamos comprarnos un bonito mueble de palo rosa, o mejor, regalarle una joyita a nuestra querida. Si ocurre una guerra y los humanos corretean de arriba abajo con sus explosiones y sus causas, una bomba que caiga en una colonia gorila no importa demasiado, porque únicamente importa la causa. Si un jeque árabe pide un gorila, pues se le consigue un gorila y a otra cosa. Cuando un tipo siente la imperiosa necesidad de descerrajarle un tiro a un gorila, pues se paga a quien se tenga que pagar, se descerraja el tiro y se lleva la cabeza a casa para colgarla en el recibidor y hacer el pavo con sus amigos.
Y basta con un paseo por cualquier mercado animista de África para encontrar pies y manos de mono en venta, ya sean de gorila, babuino o chimpancé. Para entendernos: los enemigos a los que se enfrenta el gorila son los mismos que en 1988 (los humanos), y puede que ahora existan mejores métodos para defenderlos y un mayor interés general, pero que los gorilas cuenten ahora con un puñado de amigos no quita que sigan teniendo enemigos. Es solo que ahora sufren acompañados, y los conocidos rangers de las reservas africanas no temen morir con ellos. O matar por ellos, si la ocasión lo requiere.
¿Por qué merece la pena ahorrar y visitar a los gorilas?
Este artículo se dirige a cualquiera que busque hacer algún tipo de turismo responsable con la naturaleza y tenga plata para pagarlo. Si eres de los que monta elefantes encadenados en Tailandia sin preguntar por sus condiciones de vida, o prefieres sentirte aventurero comiendo gorila por cien euros el plato, este artículo no es para ti.
Aquí va un dato: hasta 900 guardabosques africanos y asiáticos han fallecido desde 2009 protegiendo las reservas naturales de ambos continentes. Otro dato: en la reserva de Virunga (Congo) 200 rangers han sido asesinados en dos décadas, los seis últimos a manos de la guerrilla Mai-Mai en enero de este mismo año. Estos rangers no protegen únicamente a los gorilas, sin embargo. Protegen a los pueblos de Virunga y sus alrededores; te protegen a ti, lector, al mantener a salvo la mayor masa vegetal del planeta por detrás del Amazonas. Aunque su campo de acción parece reducirse a Virunga, y a ojos de muchas cámaras sus funciones se limitan a defender a los gorilas y demás criaturas de la selva, las consecuencias de su sacrificio llegan hasta Nueva York, Calcuta y Londres. Recomiendo el documental Virunga que puede verse en Netflix para más información sobre estos héroes anónimos. Se trata de un documental crudo, en ocasiones doloroso, pero indispensable para ponernos al día con la realidad de los guardabosques congoleños.
Entonces merece la pena visitar a los gorilas porque el dinero que nos gastemos en este tipo de viaje - o parte de ese dinero - irá destinado directamente a salvar a los gorilas y mucho más, a salvar al segundo pulmón de nuestro planeta, traducido en salarios para los rangers y los recursos necesarios para la protección de sus reservas. Aunque suene cruento, ese dinero servirá, en parte, para pagar las balas y las armas de los rangers. Financiaremos un ejército con ese dinero. Un ejército sin patria que lucha una guerra defensiva y sin cuartel por todos nosotros.
¿Dónde pueden verse gorilas de montaña en libertad?
Ya lo sabemos. Ruanda, Uganda y el Congo son los tres destinos señalados para, calzados con las botas adecuadas, esquivando los mosquitos y sufriendo la humedad, conocer estas magníficas criaturas. Las mejores fechas para avistarlos se dan durante las estaciones secas, que son enero-febrero y junio-septiembre; el viajero debe estar preparado para realizar largas horas de trekking hasta que se encuentre con los gorilas.
Uganda: Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwindi y el Parque Nacional del Gorila de Mgahinga.
Ruanda: Parque Nacional Los Volcanes (famoso por ser la región donde actuó la doctora Diane Fossey).
Congo: Parque Nacional Virunga.
Si eres de los que lleva un año esperando a que acabe la pandemia del coronavirus para lanzarte a un viaje único en la vida, y todavía estás tanteando posibles opciones, aquí tienes una alternativa muy difícil de superar. Los precios para entrar en estos parques oscilan entre los 600 dólares en temporada alta y los 450 dólares en temporada baja. Los alojamientos, billetes de avión y demás gastos, dependerán del nivel de comodidad que busque cada uno. Aunque si quieres ayudar a los gorilas, y por una razón u otra no puedes visitarlos tan pronto como querrías, siempre puedes efectuar una donación para la reserva de Virunga (link aquí), a la fundación de Diane Fossey (link aquí) o comprando los granos de café ugandés que se venden en colaboración con Gorilla Conservation Coffee.
✕
Accede a tu cuenta para comentar