Viajes
A las orillas del Somme florecen 500.000 tumbas adornadas con hierba verde
El que fue uno de los campos de batalla más desoladores de la Primera Guerra Mundial es ahora un homenaje a la memoria los fallecidos y al futuro por el que sacrificaron la vida
Ahora estamos en la campiña francesa y no cuesta respirar porque aquí no hay humo. Nos rodea un mundo primaveral. Generosos brotes de hierba crecen en una pradera bajo el sol espléndido, casi mediterráneo, no hay fango, todo es rabiosamente pulido, los colores conjugándose con la materia y la luz nos provocan un espasmo reconfortante que, qué remedio, nos sube el ánimo mientras nos introduce mucha vitamina D entre los poros minúsculos de la piel. Todo aquí es pulido, esto parece muy importante. Graciosas colinas glaucas suben y bajan vuelven irregular la pradera pero a la vez, por la pulcritud de sus curvas, la presentan hipnótica y deseada. Casi queremos apoyar aquí el culo y resbalarnos por uno de esos toboganes verdes.
Estamos en la campiña francesa de Auchonvillers y hace un día precioso. Vamos de visita con la parienta (y quizá, si no hay remedio, con los mocosos) y paseamos cogidos de la mano por esa pradera fabulosa y todo parece un anuncio pero casi sentimos que nos tendrían que pagar por estar aquí, sonriendo, cogidos de la mano, cumpliendo a rajatabla el guion de un anuncio ruinoso de Campofrío. Pero hace un día demasiado bueno para contaminarlo. Se retuercen las hojas, cantan los pajaritos. El niño la pasa dándonos la vara hasta que apoya la mano en una valla electrificada para las vacas, se lleva un calambrazo del copón, llora pero aprende una buena lección y no vuelve a tocar una valla electrificada lo que le toca de vida, el chaval llora, tu mujer se preocupa, tú miras aliviado. El chico sigue creciendo fuerte.
Julio de 1916
Se apagan las luces. El estrépito de la ciudad se apaga en el campo. El silencio del campo revienta en la guerra. Se hace trizas, como si el silencio fueran bloques sólidos, palpables, que al resquebrajarse lo hacen con tanto ímpetu que son capaces de hacer agujeros en el suelo. Una explosión suena así, como quebrándose, como un crujido sobrado de decibelios, y la guerra suena exactamente igual cuando se lucha a ras del suelo duro.
Ahora mismo estamos en la misma pradera, indudablemente, pero es el verano de 1916 y te ha tocado sobrevivir la batalla del Somme. Gracias por jugar, no se olvide de pasar por el cajero. Y un hombre nuevo sujeta el cargador. Tú eres un jugador, una moneda en la caja de un supermercado francés expuesto a atracos. Hay ratas, pulgas, hombres muertos, el sol parece tímido, llueve. Llueve tan fuerte que las gotas chocan con el suelo y salpican barro hacia los lados, entonces las nubes hacen el amanecer oscuro, llueve con fuerza y salpica barro al caer, como si lloviese barro de verdad, hace muchísimo frío pero lo que es peor que este frío del invierno francés: hace humedad. De la que se te cuela entre los nervios de dentro de los huesos. De la posesiva. Que se desliza hasta el núcleo de los camaradas y comienza a sacudirlos. Una humedad gris y densa, caprichosa y concienzuda. Notas como te coge del cuello, toses y en ese momento sabes si sobrevivirás a este catarro o no.
La familia desaparece del dibujo, puede que no los volvamos a ver. Es que ahora eres un soldado francés (¿para eso viajamos también, no?), uno de los pocos que luchan junto a los británicos en la batalla del Somme. Resulta que tu país está probando una nueva contraofensiva por el lado Verdún y allí también caerán por cientos de miles, eres un soldado francés prácticamente solo rodeado de aliados ingleses, escoceses, egipcios e indios a las orillas del río Somme. Todavía no te lo han dicho pero casi un millón y medio de tus compatriotas morirán dentro o fuera del campo de batalla. Tampoco sabes que te llevarás con tu ola de fuego a dos millones de alemanes.
No quiero seguir escarbando en ese mundo tan oscuro, tan real que mata, porque no hay una realidad mayor que la muerte aunque luego exista un revivir, dicen del morir que es más verídico que el revivir según todas las pruebas científicas (¿Entonces Satán es más real que Dios?). Un hombre solo necesita una primera vez para enloquecer. Pero ya nos imaginamos qué son las curvas de esta pradera. No son graciosas minucias de la naturaleza sino colinas hechas por el hombre, a nuestra medida; a la medida de los hombres, me refiero, lo justo para cubrir la cabeza.
Más allá de la imaginación
Dato curioso número 288 sobre las cerillas: en la Primera Guerra Mundial nunca se encendían tres pitillos con la misma cerilla en las trincheras. Porque el primer cigarro llamaba la atención del tirador enemigo, con el segundo le decían dónde estaban y el tercero…
Fumar mata. Y morirse siempre acaba igual pero preferimos, creo, que sea más tranquilo, menos lujurioso. Yo cuando voy a uno de los 90 cementerios de las tropas aliadas diseminados por las orillas del Somme, veo las lápidas blancas impolutas y los recortes macabros de las trincheras, los agujeros de las bombas, todo esto me produce náuseas y alucinaciones. Me inyecto estas imágenes macabras para volver a casa, ¿sintiéndome un poquito más valiente?, y regreso intacto de la guerra en diferido, hago turismo, juzgo cuadros, fotografío catedrales desde inteligentes perspectivas, las subo a Instagram, pruebo comida rara, no me gusta, vuelvo a casa un poquitín más transformado.
¡Pero imagínate que en vez de volver transformado te quedas atrapado en uno de estos cementerios, o peor, vuelves amputado, o vuelves transformado radicalmente para toda la vida! ¡Imagínate eso! ¡Ten huevos, ten ovarios! ¡Atrévete a ponerte en el lugar de estos hombres! Últimamente me comentan algunos amigos que la Historia tiene que verse desde diferentes perspectivas porque hasta ahora se vio siempre desde un punto de vista occidental, que hay que valorar todas las culturas y al colectivo homosexual, etc. Ellos lo comentan pero saben que eso es ridículo, imposible. ¿Cómo vamos a poder comprender el séptimo círculo del infierno en el Somme, todo sucio, menos aún el caos de pólvora que envolvió a un guerrero transexual ghanés? Viajo y me imagino que puedo imaginarlo.
Un ejemplo de valentía incomprensible: la Compañía 179 de Túneles Británica cavó un túnel de 41 metros, colocaron 27 toneladas de explosivo amonal a 16 metros de profundidad y los detonaron en La Boisselle para atraer la atención de los alemanes y ya de paso hacerse un mega refugio desde donde iniciar la ofensiva del Somme, treinta metros de profundo que tenía refugio, un refugio ideal para organizar la ofensiva que empujaría a los hunos a llorar con los otomanos. En el tremendo cráter (que todavía se puede ver) hay varias placas con testimonios de soldados que escucharon el petardazo de las 27 toneladas de tralla, o que vieron la columna de tierra elevándose 1.300 metros sobre sus cabezas. Viajo hasta comprender que no puedo imaginarlo.
Mariposas
En las tumbas del cementerio de Y Ravine encontramos lápidas de soldados canadienses, de egipcios y de soldados desconocidos. Allí no hay etnias ni razas ni ideologías, todo se vuelve más solidario durante los años posteriores a una guerra, allí todas las tumbas son blancas y están igual de limpias. Parece que tienen un jardinero muy meticuloso porque han plantado flores, aquí los colores de antes se multiplican con la luz y nos animan tonos dorados, morados, rojos empalagosos, naranjas, el ambiente es mucho más apacible. Incluso vuelan unas mariposillas muy traviesas posándose en las lápidas impolutas, vuelan, mejor revolotean, se posan, meditan, revolotean otra vez. Es así de verdad, más abajo adjunto una foto de esas mariposas, casi queremos pensar que las mariposas son las almas de aquellos santos jovencísimos de las trincheras que murieron matando. Resulta bastante significativo que las cruces que uno encuentra en cualquier cementerio muestran que muchos eran cristianos, si no prácticamente todos (y me refiero tanto a alemanes como aliados).
Caray, parece que fue una retorcida lucha del bien visto desde dos perspectivas, es casi chocante, apoteósico. Mira el cementerio. Hace unos años, en este mismo sitio donde tenemos los pies plantados, enfrente de la tumba del héroe W.C. Millward que brilla con amapolas, habría estado W.C. Millward llamando a gritos a su mamá sujetándose sin fuerza la femoral agujereada en el muslo. Sin cortarse un pelo, hablando en egipcio, llorando hasta que esté demasiado débil para llorar, hasta que, pum, pasan cien años y revolotean las mariposas con un olorcillo casi convincente de pura espiritualidad. Ojalá revoloteen porque son ellos.
Viene bien visitar el campo de batalla de Somme. También el Memorial de la Gran Guerra y el Museo de Thiepval que nunca vienen de más para imaginarlo con todavía más intensidad, ya saben, más profundo en las causas y en el cómo del conflicto. Casi parece que en esta pradera somos los sirios que ahora pululan por el este del Mediterráneo y gran parte de Turquía, o qué. O los somalís, o un fugado del cartel mejicano, cualquiera que venga de las trincheras en definitiva. Que luego seguirá lloviendo y vendrán hombres nuevos que dejarán praderas o bosques o ciudades, todo a su tiempo, dependiendo de lo que tardemos en olvidar.
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