Destinos
Así es la ruta por los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz que no hay que perderse
Pequeños pueblos teñidos del blanco de la cal arropados por el verde de la Sierra de Grazalema invitan al viajero a disfrutar de una escapada única
Dispuestos a disfrutar de una escapada de lo más completa durante este otoño que acabamos de estrenar, merece la pena mirar al sur y no perder de vista Cádiz. Porque si la provincia se convierte en el blanco perfecto de los viajeros durante el verano gracias a sus infinitas playas y a sus inolvidables atardeceres, durante esta nueva estación tampoco defrauda gracias a otro blanco, el de la cal que va enlazando un pueblo con otro en la ruta que atraviesa la Sierra de Cádiz, un recorrido abrupto, sabroso, verde y emocionante: la ruta de la los pueblos blancos.
Los recuerdos de la historia pueden palparse a día de hoy cuando el viajero recorre esta comarca, pues en en ella perviven historias de lo que fue la vida cotidiana de Al-Andalus: el trazado urbanístico de sus calles, la economía ligada al cultivo del aceite, la producción artesana de los artículos de piel y el dulce recetario andalusí. Sin olvidar que la herencia berebere se mezcla en este territorio con las calzadas romanas, las invasiones cristinas, los conquistadores de América, la llegada de las tropas francesas, las leyendas de bandoleros y las traviesas de un tren que nunca llegó y que hoy es la Vía Verde de la Sierra de Cádiz.
Y tanta historia tiene lugar en un paisaje declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco, ya que estamos en plena Sierra de Grazalema, un rincón que tiene la curiosidad de registrar la mayor pluviosidad de la península ibérica, poblado de numerosas grutas y con cañones tan sorprendentes como el de la Garganta Verde.
La ruta podría comenzar por Arcos de la Frontera, encaramado en una peña de 96 metros de altura y declarado conjunto monumental-artístico. Tras Arcos nos encontramos con Bornos al norte y con Algar al sur, aunque no hay que pasar por alto Espera, con un museo increíble y un aceite de primera calidad. Seguimos el viaje hasta Algodonales, emblemático para los viajeros que quieran cruzar el cielo, ya que se trata de uno de los lugares más apetecibles en el que los aventureros pueden practicar deportes aéreos como el parapente, el ala delta y el vuelo de ultraligeros.
Pero antes de llegar a Algodonales es de gran interés conocer uno de los monumentos megalíticos más antiguos de la península ibérica: el Dolmen de Alberite, que atestigua la presencia humana en Villamartín desde hace 6.000 años. Cerca está Puerto Serrano, donde se encuentra la antigua Estación de la vía férrea por la que el tren nunca llegó a circular pero que hoy ha recobrado el pulso con el turismo y la afición por el senderismo, los paseos a caballo o el cicloturismo, por lo que se convierte en un lugar ideal para hacer actividades al aire libre en familia.
Vecina de Algodonales es Zahara de la Sierra, que configura una de las estampas más bellas de la ruta de los pueblos blancos desde la torre en lo más alto hasta el pantano. Aquí conviene hacer una pausa en el Molino del Vínculo, una antigua almazara de Zahara de la Sierra donde se produce aceite de forma artesanal. De hecho, el aceite de oliva de la Sierra de Cádiz tiene denominación de origen desde el 2002 y es un ingrediente indispensable de todas las elaboraciones.
En el extremo noreste de la provincia se encuentran Olvera, Torre Alháquime, El Gastor, Setenil y Alcalá del Valle, mientras que en el extremo más verde de esta ruta nos topamos con El Bosque, Benaocaz y Ubrique (unidos por una calzada romana también), Villaluenga del Rosario y Grazalema, que da nombre al parque natural y que es una de las visitas ineludibles, aunque lo cierto es que todos y cada uno de ellos tienen su encanto, tal y como muestran los reconocimientos acumulados como pueblos más bonitos de España, los más fotografiados o el destino rural más emblemático de España, como Olvera en 2021.
Gastronomía
El buen yantar está asegurado por la Sierra de Cádiz con platos de venado, perdiz y conejo, así como guisos, cocidos y potajes elaborados con productos de la tierra y con hierbas silvestres. No hay que dejar de probar las tagarninas –las cita Cervantes en «El Quijote»– los espárragos, los alcauciles y los caracoles, mientras que resulta obligado degustar el queso de Villaluenga del Rosario, el pueblo más pequeño de Cádiz donde hay un centro de interpretación sobre la producción quesera y su paisaje. Entre las sorpresas gastronómicas: Alcalá del Valle, un pueblo pequeño abriéndose paso en la alta cocina. Y para endulzar, la miel de Prado del Rey.
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