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El archipiélago de Santorini

Santorini
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Santorini es, en esencia, el resultado de una enorme explosión volcánica producida hace unos 3.500 años.

Santorini es, en esencia, el resultado de una enorme explosión volcánica producida hace unos 3.500 años. Este pequeño archipiélago, del cual su homónima isla es la segunda más visitada del mundo, forma parte a su vez del archipiélago griego de las Cícladas, compuesto por unas doscientas veinte islas en el centro del mar Egeo.

El conjunto de islas e islotes que conforman Santorini se considera como uno de los lugares más míticos y seductores de Grecia: “Su tierra fue del fuego, y hoy lo es del mar y del viento”. Su origen está ligado por algunas creencias al mito de la Atlántida que narraba Platón en sus Diálogos, en los que describe una avanzada cultura protegida por Poseidón que fue tragada por las aguas tras un apocalíptico cataclismo. Mitología o realidad, lo que es cierto, es que todo Santorini es un volcán activo, que, aunque dormido, aún posee actividad de fumarolas, las cuales contribuyen a la atracción misteriosa que ejerce este destino de viaje.

Su mayor y principal ínsula, Santorini, está sembrada de singulares pueblitos que se desparraman por las paredes de sus acantilados volcánicos. En ellos se encuentran encaladas casitas al filo de bellísimos abismos, iglesias de cúpulas azules, antiguos molinos... Todo conectado por un laberinto de calles empedradas y escaleras interminables.

La orografía de esta isla en forma de media luna no permite que existan grandes ciudades, gracias a ello, sus asentamientos han mantenido un tamaño coherente con la naturaleza que los rodea.

En la altura, asomada a una tranquila bahía, Fira, la capital de Santorini, es el paradigma de la arquitectura ciclática. Parece colgar sobre la ladera que desciende hasta la laguna cuyo fondo es en realidad parte de la caldera volcánica que presta su nombre por el que la isla también es conocida: La Caldera.

Toda su superficie se caracteriza por imponentes acantilados de más de trescientos metros de altura, así como por suelos que por la acidez debida a la gruesa capa de cenizas solo permiten cultivos de una variedad muy específica de vid –el Assyrtiko–, y azules cielos en los que el horizonte ofrece un ocaso único y distinto cada día. Un paraíso de paz y calma, en el que el tiempo se mide de manera distinta: por los momentos que tocan el alma, por los segundos que nos llenan de vida, por los minutos en los que la belleza nos abruma, por las horas que se esfuman..., por los días en los que no existe la ansiedad ni la prisa.

Para conocer Santorini, nada mejor que “perderse” por sus poblaciones, que, aunque pequeñitas, ofrecen rincones inolvidables, algunos mirando al mar y otros al interior de la isla.

Fira, por ser su capital, es sede de todos los servicios principales como bancos, correos y grandes tiendas. En Athinios, se encuentra el principal puerto del archipiélago. En él hallaremos cruceros, veleros y ferrys de pasajeros. Oia, por su situación dando al oeste, es la más conocida por sus espectaculares atardeceres. Pero no hay que olvidar que es Imerovigli, junto con Fira –solo tres kilómetros las separan–, el Balcón de Santorini: un mirador hacia la parte de la caldera sumergida desde el que se puede ver Néa Kaméni, islote deshabitado en el que se encuentra el cráter destino de excursión de la mayoría de turistas.

Firostefani, a dos kilómetros del norte de Fira, puede visitarse a pie para callejear por sus encaladas casas y tiendecitas de souvenirs. El principal pueblo de playa es Kamari, el cual alberga múltiples hoteles. Destaca, por su aire medieval, Emborio y su castillo.

Messa Gonia se encuentra en el centro de la isla y sus iglesias bizantinas y grandes viñedos son sus atractivos principales. Otro lugar muy singular por su extensa playa de arena negra es Perissa.

Como visita obligada, podría indicarse Akrotiri. El yacimiento de Akrotiri es muy interesante, ya que sus ruinas fueron liberadas recientemente de la lava que las cubría. Por otro lado, descendiendo hacia el sur, a un paso de este pueblo, las playas blanca y roja, tan distintas, a la vez que tan igualmente bellas, parecen competir por fascinar al que las contempla con sus paredes rocosas que encarnadas y blancas se elevan hasta fundirse con el azul del cielo, como si no existiera tierra que culminara la piedra.

Así es Santorini, un paraíso en el centro del mar Egeo, un volcán dormido, una tierra que se negó a ser en su totalidad sumergida. Un lugar donde los atardeceres dibujan con sus tonalidades la grandeza de la naturaleza, la belleza de la vida, la emoción de sentir que se termina el día. Santorini no es que sea un lugar romántico, es algo más, pues en él, un sentimiento de amor que no se explica, inunda y envuelve al recorrer la isla.

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