
Restaurantes
La Palma de Bellafila: cocina barcelonesa en el Gòtic
En una ciudad donde lo turístico muchas veces eclipsa lo local, La Palma de Bellafila ha conseguido abrirse paso con una propuesta sólida, bien pensada y muy bien ejecutada

Este restaurante, ubicado en pleno Barri Gòtic, es el nuevo proyecto de Judith Giménez y Albert Rial, conocidos por su trabajo al frente de la histórica Bodega La Palma, un referente del tapeo informal en Barcelona. Esta vez, sin embargo, han querido dar un paso más allá: crear un espacio que mantenga el espíritu de la cocina tradicional catalana, pero llevado a un nivel más gastronómico, con atención al detalle y sin perder accesibilidad.
Desde que abrió sus puertas, La Palma de Bellafila ha llamado la atención por su enfoque claro: ofrecer una cocina reconocible para el paladar local, pero con una vuelta de tuerca que aporta frescura y personalidad. En el comedor se respira un ambiente tranquilo y cuidado. El espacio, luminoso y sereno, mezcla lo contemporáneo con guiños a la historia del barrio, sin caer en el tópico decorativo. Aquí, nada pretende ser otra cosa de lo que es, y eso se nota tanto en el ambiente como en el plato.
El chef Jordi Parramon, con una trayectoria consolidada, ha diseñado una carta que parte de lo local para explorar nuevas posibilidades sin desvirtuar los sabores de siempre. Su cocina no busca deslumbrar con artificios, sino convencer desde la honestidad del producto y una ejecución precisa. Hay recetas que apelan directamente a la memoria gustativa —como el fricandó o las albóndigas con almejas—, y otras más audaces que demuestran que se puede innovar sin romper con lo esencial.

Una carta con raíces profundas y mirada actual
Entre las propuestas más destacadas se encuentran la oreja de cerdo frita, que sorprende por su textura crujiente y sabor profundo, o los sesitos de cordero en tempura, delicados y sabrosos, sin perder su identidad. También llaman la atención los «mar i muntanya» como el pollo con cigalas, o la anguila ahumada con manzana escalibada y col, platos que muestran el carácter del chef y su dominio de los contrastes.

Los entrantes juegan entre lo ligero y lo gustoso, mientras que los principales apuestan por fondos bien trabajados, verduras de temporada y cocciones cuidadas. Hay un equilibrio constante entre tradición e intuición culinaria, y eso se agradece. Mención especial merecen también los platos de cuchara, que varían con las estaciones, y los productos de lonja, preparados siempre con sobriedad y respeto.
La parte dulce sigue la misma línea. Martina Pérez, al frente de la repostería, elabora postres que tienen sentido dentro del menú. El pijama —reinterpretado con acierto— ha ganado muchos adeptos, y también triunfan opciones como los higos confitados con chocolate amargo y aceite de menta, o el siempre reconfortante flan de huevo, que aquí se sirve con un acabado sedoso y elegante.

Por otro lado, para quienes prefieren cerrar con algo menos dulce, el restaurante ofrece una selección de quesos cuidadosamente escogida, ideal para compartir o maridar con un último vino.
En el centro histórico
El equipo de sala, encabezado por Albert Rial, suma mucho a la experiencia. El servicio es cercano, profesional y conocedor, pero sin pretensiones. La carta de vinos, centrada en proyectos catalanes pero abierta a otras regiones, invita a explorar sin complicaciones. Hay buenas opciones por copas, y el personal sabe recomendar según el gusto y el plato elegido, algo que se agradece y no siempre se encuentra.
Aunque se encuentra en pleno centro histórico, La Palma de Bellafila no ha sido concebido como un restaurante para turistas, sino como un espacio donde el público local se sienta cómodo y bien tratado.

Este enfoque —que no renuncia a la calidad, pero busca ser accesible— demuestra que es posible ofrecer cocina elaborada sin caer en el elitismo. La Palma de Bellafila es, en definitiva, un proyecto coherente, bien planteado y mejor ejecutado. No pretende ser vanguardia, ni necesita serlo. Lo suyo es hacer bien lo que hace, desde el respeto por la tradición hasta una interpretación actualizada que no desdibuja el origen de cada receta. En un contexto donde la cocina de proximidad y la autenticidad a menudo se usan como reclamo vacío, este restaurante encarna esos valores con naturalidad, configurando un pequeño tesoro dentro del Gòtic.
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