José María Marco

La promesa regeneradora

En nuestro país, asistimos a un empeño consistente en presentar la actual situación política como un «revival» de lo ocurrido hace un siglo, cuando el régimen liberal español intentaba democratizarse, como todos los demás europeos. Es una fantasía característica de las elites de nuestro país. Les lleva a poner el foco no en lo que el sistema (la Monarquía constitucional de hace un siglo; la Monarquía democrática y parlamentaria de hoy) tiene de provechoso, sino en lo que tiene de corrupto y de viejo. Hoy como hace un siglo se escuchan invocaciones tremendistas en pro de una ruptura urgente, un corte, una amputación sin contemplaciones de lo enfermo y lo caduco.

Aparte de su intrínseca fealdad, su dudosa ética y su carácter de plato bastantes veces ya recalentado, esta propuesta, por así llamarla, tiene un inconveniente puramente político. Y es que si las elecciones no dan la victoria a los regeneradores, es probable que los regeneradores caigan en la tentación de decir que el sistema es irregenerable porque la patología, la esclerosis y los años han llegado demasiado lejos en sus estragos.

Comprobaremos hasta dónde alcanza esta tentación después de las elecciones, cuando las nuevas organizaciones partidistas regeneradoras tengan la ocasión –según indican las encuestas– de intentar poner en marcha su programa. Habrá llegado el momento de gobernar y llevar a la política práctica las propuestas de partido. Habrá llegado el momento de elegir, de comprometerse, de tomar partido por unos o por otros. Y como los regeneradores, por naturaleza, son minoritarios, habrán de apoyar a los grandes partidos, que, por su parte, habrán abusado de la retórica regeneracionista... para verse a su tiempo atados por quienes pueden enarbolar, con mucha más verosimilitud, la consigna regeneradora. Entonces se verá si prevalece la voluntad de conservar inmaculada la propia marca, o si se piensa que una democracia liberal como la nuestra admite cualquier cambio, siempre que cumpla los requisitos constitucionales y democráticos, como se supone que es natural.

Se dirá que es una hipótesis injusta porque predice circunstancias que no tienen por qué ocurrir. No es así. La regeneración, como propuesta política, siempre va más allá de la reforma. Más que en hechos, se basa en una actitud y, si se me apura, en una promesa. Regeneración quiere decir podar lo viejo para implantar lo nuevo. En política, eso sólo se hace a la fuerza. Por desgracia, los españoles tenemos una larga experiencia en esto de las regeneraciones.