Caso ERE

Griñán: El mentor abandonado

Acorralado por los ERE, dimitió en 2013 y se parapetó tras el aforamiento del Senado

El expresidente de la Junta de Andalucía José Antonio Griñán
El expresidente de la Junta de Andalucía José Antonio GriñánManuel OlmedoLa Razón

Aunque el calvario judicial del último lustro le ha agriado el carácter, nadie que lo conozca ha dejado de ponderar jamás la bonhomía y honradez de José Antonio Griñán (Madrid, 1946), de quien da la impresión de que era un señor que pasó por ahí en el momento menos adecuado. Su llegada a la Consejería de Economía, en 2004, fue contemplada como el epílogo de la ristra de cargos que comenzó a encadenar en 1982 y que lo llevó a ser ministro, primero de Sanidad y luego de Trabajo, en los dos últimos gabinetes de Felipe González. Pero ese nombramiento fue solamente el comienzo del descenso a los infiernos del hijo de Octaviano, el militar acuartelado en El Pardo que le puso a su hijo el nombre del fundador de Falange.

La condena de este inspector de Trabajo en excedencia, cuyo mayor empeño en su etapa como presidente fue que lo llamasen Pepe, es la prueba palmaria de que el latrocinio de los ERE no fue, como sostuvieron el PSOE y su periodismo afín al comienzo de la causa, el pecado privado de “cuatro gatos”, sino una trama de corrupción sistémica montada para perpetuarse en el poder. Porque, frente a la voraz venalidad de muchos de sus compañeros, la economía de la familia Griñán siempre ha sido austera, fronteriza con lo espartano, y sólo participaba en el distraimiento masivo de dinero en tanto que eslabón –eso sí, altamente cualificado– de la cadena que unía a la Junta con el partido gobernante y a éste, con la red clientelar que volcaba las elecciones a su favor.

Cuando sucedió a Chaves en la presidencia de la Junta y al frente de la federación socialista andaluza, quiso renovar unas estructuras contaminadas hasta el tuétano con la promoción de unos jóvenes triunviros –los “Griñán Boys”– gracias a los cuales evitó el vuelvo anunciado en las autonómicas de 2012, tras las que enterró a un Javier Arenas que ya cabalgaba sobre una mayoría absoluta virtual. Con Rafa Velasco, Mario Jiménez y, sobre todo, con Susana Díaz, el veterano político ejerció de Pigmalión, aunque fracasó en su loable empeño para que la nueva generación de dirigentes adquiriese cierta altura de miras y se impregnase de algo parecido a la cultura. Acorralado por el “Caso ERE”, dimitió cuando agonizaba el verano de 2013.

Durante los dos años siguientes, Griñán se parapetó tras el aforamiento del Senado para retrasar su inevitable imputación, que llegó cuando aún conservaba un escaño que hubo de abandonar como imposición de Juan Marín, el líder andaluz de Ciudadanos, para que Susana Díaz formase gobierno en 2015. Este abandono por parte de su antigua protegida, de un partido que había sido su vida, lo sumió en una profunda amargura de la que quiso escapar escribiendo unas memorias todavía inéditas en las que, se supone, rinde cuentas con antiguos compañeros que jamás le toleraron su solidez intelectual. “Mea colonia”, es lo más suave que se oía en los cenáculos del viejo socialismo rural, donde los conseguidores amasaban tantos billetes “como para asar una vaca”.