Autonomías
Sin café
Entre los gajes menos apetecibles de este oficio se cuenta la aridez de ciertos asuntos y su nulo don de la oportunidad. Se escribe esta columna, con esa molicie del festivo por la mañanita que suele impregnarse en la pluma, el domingo previo al Día de los Enamorados y hete aquí que toca hablar de la financiación del Estado de las Autonomías, periclitado el sistema vigente durante casi cuarenta años por el primer síntoma del cambio de régimen: los nuevos mandamases quieren más pasta. Muy romántico. El catedrático sevillano Clavero Arévalo enunció su famoso adagio rector del ordenamiento territorial español, «café para todos», pensando en la transferencia competencial y en la pedrea simbólica e identitaria; hubiese debido añadirle un «casi» de haberse referido a los dineros, ya que existía la excepción vasca, justificada por los fueros y apuntalada por la amenaza terrorista. Así, Cataluña se irguió durante todo este tiempo en la región más reivindicativa ante los gobiernos centrales, casi siempre rehenes de los diputados convergentes aquejados del síndrome de Estocolmo: dos presidentes tan jacobinos como Felipe González y José María Aznar se hincaron de hinojos antes Jordi Pujol. Con ERC se ha superado este marco y los catalanes ya no aspiran a ser un «primus inter pares», sino que exigen un sistema aparte. Así de solidaria es la nueva izquierda. Se lo darán, porque nada les niega Pedro Sánchez, a costa de comunidades como Andalucía, a las que ya se ha advertido que serán las paganas de estas concesiones. Vía (no) devolución del IVA, en primer lugar, y a través después de unos Presupuestos Generales del Estado que ya se negocian de manera apresurada. Lo curioso, por no decir tragicómico, es que la ejecutora de este sindiós sea la misma María Jesús Montero que anteayer se desgañitaba reclamándole a Mariano Rajoy lo que hoy niega a sus paisanos. Con razón la han descabalgado de la carrera para suceder a Susana Díaz.
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