Sindicatos
El deshonor y la huelga
El secretario general de la Unión General de Trabajadores, una de las principales terminales de la corrupción socialista en Andalucía, se llama José María Álvarez Suárez, aunque para su aceptación en el sanctasanctórum de la corrupción pujolista, ese sindicalismo vertical que practicó la organización UGT-Catalunya que él lideró, se rebautizó como Pep. Las dos centrales denominadas «de clase», dependiente la suya del PSOE-PSC y Comisiones Obreras de los diversos partidos comunistas, han sido en el último lustro una fuerza de choque del soberanismo catalán, al que han proporcionado obediencia ciega y su capacidad para la algarada callejera a cambio de permanecer dentro del rango de alcance de los aspersores de dinero público. No se concibe manifiesto ni movida «indepe» sin la firma al pie de estos funcionarios del trinque a quien los afiliados abandonan en manada y cuyos feudos electorales están hoy en manos de populismos de toda laya. Juanma Moreno debe guardar cierta nostalgia de su infancia barcelonesa, tal fue la pasión con la que antier se abrazó a este charnego acomplejado. El presidente de la Junta escenificó un acercamiento a los sindicatos, que se escribe así en la jerga eufemística y pringosa de los escribas de gabinete pero que se pronuncia libramiento de pasta gansa para vuestras cositas y no me arméis demasiado follón. ¡Qué error! Todo gobernante de la derecha, incluso uno tan poco derechoso como éste, sueña con hacerse perdonar su pecado original con carantoñas de mimosa progresía que jamás le agradecen. En la hégira de Chaves, se acuñó la expresión «diálogo social» cuando la conversación se reducía a acordar cuántos millones de llevaba cada uno. «Aceptasteis el deshonor para evitar la guerra. Venís con el deshonor y dentro de poco tendréis guerra», le espetaron al apaciguador Neville Chamberlain a su vuelta de Múnich. La misma frase con «huelga», que tiene casi las mismas letras, deja hecho el artículo.
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