Historia

Juan Luis Arsuaga

Arsuaga y Millás, el don de la conversación infinita

El paleontólogo y el escritor abordan la evolución humana en «La vida contada por un sapiens a un neandertal» mientras permiten asistir al inicio de su particular relación

Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga
Juan José Millás y Juan Luis ArsuagaKiko HurtadoKiko Hurtado

Sentar en una mesa a Juan Luis Arsuaga y a Juan José Millás es exponerse a una conversación inacabable que una abandona, obligada por las circunstancias, con la sensación de que se perderá algo importante. El paleontólogo y el escritor solo se conocían de oídas cuando el primero aceptó la propuesta de asociarse para levantar un relato de la existencia humana a través de sus encuentros: el trato era que Arsuaga contaría y Millás escucharía para después poner por escrito lo hablado. Así se construyó «La vida contada por un sapiens a un neandertal» (Alfaguara), un texto que permite asomarse a las disertaciones de dos mentes privilegiadas mientras construyen una relación a la que todavía no han sabido poner nombre. «Cuando nos preguntan si somos amigos, yo suelo decir que no. Somos otra cosa que no tiene nombre. Tenemos una relación complicada, como se percibe en la lectura del libro, pero es muy potente», aclara Millás, mientras Arsuaga inicia uno de sus cuestionamientos en voz alta, a propósito de los geranios plantados alrededor y la necesidad humana de llenar los espacios habitados con plantas. En ese punto, reconoce que antes los resolvía hablando consigo mismo y ahora ha desarrollado la necesidad de compartirlos con su recién estrenado compañero de páginas.

En su periplo viajan a la cueva prehistórica de La Covaciella, en Asturias, donde se conservan intactas pinturas de hace catorce mil años, pero también a lugares cotidianos, como un parque infantil, un mercado de abastos o un «sex shop» y todos ellos constituyen una base para adentrarse en la historia de la evolución de una manera sutil pero profunda. Esa es la clave de una obra que se engulle rápido en una primera lectura, pero requiere tiempo para su posterior digestión y más aún para un aprovechamiento completo de todos los nutrientes intelectuales que contiene. Dicen que huían del «relato obvio» lineal para contar la historia de la humanidad y han logrado un libro sencillo en apariencia, empapado del fino humor de Millás, donde relatan la «evolución en mosaico» del ser humano a lo largo del tiempo, descomponiendo sus distintas piezas.

El paleontólogo asumió el peso de organizar las «excursiones» mientras el novelista se dejaba arrastrar a ciegas, deparando divertidas situaciones relacionadas especialmente con sus dificultades para adaptar su atuendo a las circunstancias. Después de transitar por una cueva con traje, sombrero y zapatos de vestir, confiesan tener pendiente una visita a Decahtlon para surtir al neandertal confeso de material adecuado. Sus constantes bromas evidencian que efectivamente han construido una relación especial de la que no solo se beneficiarán ellos si continúan, como todo apunta, dejando huellas por escrito de ella.

Sus reflexiones se encadenan de forma natural, abarcando aspectos como el origen de las pinturas rupestres o la revolución neolítica, que mantienen que protagonizaron las mujeres al inventar la agricultura. «El Neolítico es una mala noticia para las mujeres porque se convierten en un bien», explica Arsuaga, que sitúa en esa etapa histórica el inicio de la propiedad, con el reparto desigual y las consecuencias que hoy conocemos. «Hasta ese momento la naturaleza no tenía dueño –señala–. Se solía decir que las mujeres eran el animal perfecto porque servían para tener hijos y además cargan». Millás interviene: «Aquí hay una cosa terrible: la mujer, que es la que se queda en casa, inventa la sociedad agrícola y ganadera, que es donde se jode Perú, por decirlo en términos de Vargas Llosa». Y continúa su argumento: «El cazador-recolector era un ser feliz y sano. El agricultor ya es un tío que tiene artritis porque se agacha para sembrar y aparecen enfermedades que no tenían los anteriores. El cambio fundamental del paso del cazador-recolector a agricultor y ganadero es un paso que inventa la mujer. ¿Y quién es la mayor víctima de ese paso? La mujer», concluye. «¿Esto es así, Arsuaga?», inquiere. «Literal», confirma el paleontólogo, que conviene en que hay que corregir el déficit de emplear términos genéricos y hablar de «cazador» y «recolectora» porque ellas se encargaban de la caza menor y la búsqueda de frutos, una labor que recaía también en los niños. «Eran mano de obra barata. En la prehistoria el niño solo juega, no tiene obligaciones», destaca el experto, para cuestionar la idoneidad de mantener a los pequeños en aulas durante horas cada día «sumando quebrados». «No puedes tratar a un niño como un adulto, ese es uno de los grandes fallos de la enseñanza: obligar a leer a un niño de once años el poema del Mio Cid es tratarlo como Ortega y Gasset», en opinión del escritor.

Formular un simple ¿por qué? puede desencadenar la siguiente publicación de la singular pareja, que confiesa que su mayor preocupación actual son los misterios de la vejez y la muerte, «los dos grandes enigmas de la ciencia». «Estamos obsesionados con este tema –admiten–. Ayer la cena fue muy intensa porque estuvimos hablando de esto y con hallazgos muy buenos. Es posible que metamos el dedo ahí», adelanta el también periodista. «Es que con Millás cualquier reflexión da gusto», asegura su compañero, que encuentra pie para otra de sus divagaciones en el hecho «antinatural» de estar sentados en una silla. «Lo de sentarse es modernísimo. Lo natural es estar en cuclillas», un hecho que, recalcan, condiciona incluso el desarrollo de nuestro sistema digestivo. «¿Sabe que en la India no tienen divertículos, ni hemorroides? No tienen problemas de suelo pélvico. Eso es resultado de hacer caca en el retrete», arguyen completándose el uno al otro. Según el paleontólogo, «el ser humano no está hecho para sentarse en una silla, otra cosa es que decidamos que es práctico. Podemos hacer un libro sobre el hecho de estar sentados aquí», defiende mientras se levanta para demostrar cómo sería esa postura ideal fisiológicamente. «La silla da para hablar mucho», insiste sin dejar de hilar ideas, confirmando que dos mentes inquietas como las suyas son capaces de hablar de «cualquier cosa» y convertirla en un buen libro.