Sociedad
A Cristina, una madre de tres hijas de Sevilla, estas Navidades las restricciones de movilidad impuestas para controlar la propagación de la Covid-19 no es lo que más le preocupa. El coronavirus ha tambaleado su vida pero no por las consecuencias sobre su salud, sino por las secuelas económicas que ha tenido la pandemia para su familia. Cuando se decretó el confinamiento en marzo, ella y sus tres hijas menores compartían vivienda con otra persona, pero la convivencia se complicó hasta el punto de tener que hacer vida las cuatro en una sola habitación: allí comían, dormían y las niñas estudiaban.
El aislamiento desbarató su principal medio de vida, ya que trabajaba limpiando casas, cobrando cinco euros por hora. Desde entonces, sus únicos ingresos son los doscientos euros mensuales que cobra por limpiar dos horas a la semana en una gasolinera. En junio, decidieron mudarse a un piso del barrio de Los Carteros ante la situación insostenible en su anterior vivienda. El 24 de agosto solicitó la Renta Mínima de Inserción, el salario social para quienes no tienen ningún ingreso, y cuatro meses después continúa esperando una respuesta. «¿Qué voy a poner de comer hoy?» es la pregunta que se hace a diario y demasiadas veces la respuesta es un vaso de leche y pan. «Mientras hay colegio las niñas comen gratis en el comedor escolar y durante el confinamiento la recogíamos en el colegio y gracias a eso comían», explica. Su pareja también tiene un sueldo precario, de 500 euros, y trata de ayudarla, pero los gastos superan con mucho su capacidad económica. Su caso no es excepcional porque el 80% de las familias andaluzas en situación de pobreza que tienen hijos menores han visto reducidos sus ingresos como consecuencia del coronavirus y casi la mitad –el 48%– han perdido su empleo. Así lo refleja la encuesta «El impacto de la covid en las condiciones de vida de los andaluces», realizada por la ONG Save the Children, en la que destaca que «el 60% de estas familias tendrá dificultades para comprar regalos estas Navidades y más de la mitad no podrá celebrar una comida especial». Cristina es la voz de todas ellas. «Este año no habrá ni Papá Noel ni Reyes. Si tengo cinco euros es para comer», dice resignada.
Esta madre sevillana insiste en que «el Estado o la Junta tendrá que darme alguna solución. No quiero ayudas, quiero que me ofrezcan un trabajo que me permita vivir», algo que en estos momentos le resulta imposible porque ni siquiera puede cubrir sus necesidades básicas. Sus hijas solo tienen 12 y 10 años –dos son mellizas-– y son conscientes de las dificultades. Durante el curso, asisten a actividades con Save the children, que les proporcionó la tecnología necesaria para poder seguir las clases virtuales el curso pasado. «Cuando se cerraron las escuelas, la primera semana hicimos una encuesta a las familias para ver la situación en la que estaban en cuanto a disponibilidad de dispositivos tecnológicos», relata Javier Cuenca, responsable de la ONG en Andalucía.
De las cinco mil familias con las que trabajan en Andalucía, se dotó de internet y dispositivos en torno al 15%. «A lo mejor solo disponían de un teléfono móvil en casa y hacer las tareas así era complicado». A través del programa «A tu lado», realizaron también un seguimiento educativo, coordinados con los centros, y acompañamiento psicológico y emocional a los niños. Para Cuenca, la trascendencia social de esta pandemia aún está por determinar. Las heridas psicológicas en las familias, y especialmente en los pequeños, todavía permanecen en un segundo plano. «El impacto psicológico está todavía por calcular porque no hay informes aún sobre eso. Estamos hablando de familias que ya vivían en condiciones de infravivienda y con el confinamiento las dificultades aumentaron». Lo peor para muchas está por llegar, o eso siente Cristina, que vive literalmente al día y sin saber a dónde acudir. Cuenca destaca el tremendo impacto para familias como ella, que ni siquiera pueden atender sus necesidades básicas porque cobran menos de 800 euros, por debajo del salario mínimo. «Las familias que ya estaban en situación de pobreza antes del confinamiento han visto empeorar su situación, pero es que han entrado nuevas familias. Cuando salgan datos de 2020 nos enteraremos realmente de cómo ha empeorado», vaticina. «Algunas medio sobrevivían con trabajos precarios, en mercadillos o limpiando casas, y han pasado a tener ingresos cero», analiza.
El estudio, realizado en noviembre por GAD3, evidencia el desastre social que se avecina porque de las familias con hijos que estaban en situación de pobreza casi la mitad perdieron su trabajo con la llegada de la pandemia, frente al 8% de quienes tiene hijos pero una mejor situación económica. Save the Children hizo una proyección del incremento de la pobreza infantil severa apuntando a una subida de diez puntos entre 2020 y 2021, respecto a la cifra actual del 13% de los niños andaluces en riesgo de exclusión, según el Observatorio Infantil. Cifras a las que ponen cara Cristina y otras miles de familias a las que se ha inoculado el virus de la pobreza para el que, al contrario que la Covid-19, no hay tanto empeño económico y social por encontrar una vacuna.