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Entrevista

«Si escribes sobre una familia es imposible que la tuya no sirva como modelo»

El escritor Jesús Carrasco retrata en «Llévame a casa» la historia de un hijo adulto obligado a volver al hogar familiar

El escritor Jesús Carrasco en una imagen tomada en Sevilla, donde reside
El escritor Jesús Carrasco en una imagen tomada en Sevilla, donde resideIván Giménez

Han pasado ocho años desde que Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1971) irrumpiera con «Intemperie» en el panorama literario. Tras «La tierra que pisamos», el escritor afincado en Sevilla realiza un viaje por sus paisajes interiores en «Llévame a casa» (Seix Barral).

Su escritura ha cambiado mucho en esta tercera novela.

Sí, desde luego que sí. Este es un libro mucho más natural que los otros, en el sentido de que nunca me había sucedido que me pusiera a escribir y surgiera torrencialmente. Es como suele pasar en las películas de escritores, que parece que se sientan en una casa en la Toscana y ya a escribir hasta que se acaba. Las dos novelas anteriores y otras dos que no se han publicado han sido más trabajosas, como si tuviera más dificultades en el camino.

La historia no tiene grandes incógnitas, más allá de ver la vida pasar.

Sí, es como asomarse a la vida de una familia. No es una familia de emigrantes judíos que pasaron por toda Europa y acabaron en Estados Unidos fundando un imperio. Es una familia normal y corriente y eso la hace muy española. Es reconocible en esta latitud y probablemente en Italia o Portugal, no tanto en el norte de Europa. Pero aunque tenga un carácter mediterráneo las relaciones familiares son las mismas en todas partes.

En el norte de Europa no existe esa sensación del cuidado de los mayores que plantea. Aquí ha ocurrido un choque cultural en ese sentido, al dejar de constituir una «obligación».

Probablemente fue ese salto entre la España de la dictadura y la de la plena democracia, cuando el país se modernizó radicalmente y cambió su forma de comportarse. Y es cierto que en las familias había una tradición: que la hija pequeña se quedaba para cuidar a los padres. Esto venía con el libro de instrucciones. Por suerte, ya no es así, pero sí creo que la familia española como institución conserva ciertos rasgos: sigue siendo muy compacta, muy adherente, y a veces para los hijos es difícil salir de la casa. Eso ha hecho que la familia siga siendo esa entidad que parece que no se acaba nunca. En el norte, los hijos se van todos fuera muy pronto y la sociedad se lo pone fácil.

Tiene dos novelas terminadas y sin publicar. ¿En qué momento se dio cuenta de que esta era su historia?

Fue en diciembre de 2019. Un viernes, me acuerdo, subiendo de tomar algo con amigos y repasando documentos me encontré con un arranque de novela de esos intentos previos de cuando vivía en Edimburgo. Había 15 o 20 páginas, me puse a juguetear con el texto y cuando me di cuenta llevaba un mes sin levantarme de la silla. Y ya no paré. De alguna forma esta novela estaba esperando su turno y no había sabido verlo porque estaba mirando muy lejos, en territorios que me eran ajenos.

Como algo casi irreal, Juan, su protagonista, consigue salir del rol que la familia le otorga desde siempre. ¿Por qué quería que le ocurriera así?

Porque si no, no hay transformación del personaje. Es un «clic» mínimo, ese día en que te das cuenta de que algo no estabas haciendo bien o de que alguien te necesita. Es un aprendizaje que yo también he tenido, cada día me hace una cosita «clic».

Lo que se llama madurar...

Sí, pero es una maduración muy pequeña, esas cosas que pasan dentro de la psicología de uno que parecen anodinas pero te pueden cambiar la forma de ver el mundo. Hay momentos en que ese «clic» o lo haces tú o te lo hacen.

La novela transcurre en lugares en los que creció. ¿En qué se reconoce dentro de ella?

Hubiera preferido escabullirme y decir que no hay nada autobiográfico, pero me parecía absurdo. Si escribes sobre una familia, es imposible que tu propia familia no sirva como modelo. No quiero decir que este sea el retrato de la mía, pero hay mucho de mí. No sé si la novela es una catarsis, pero esa mirada tan próxima a mí hace que el material literario de multiplique por mil. Solo tienes que observar para que haya literatura. Me dije: «voy a escribir sobre lo que me rodea» y hay muchas cosas que basta con mirarlas con atención para que haya brillo en lo más sencillo.

Analiza la responsabilidad de ser hijo. ¿Solo se es buen hijo si se queda uno cuidando de sus padres?

No lo sé, creo que forma parte del pacto entre familias. En el Reino Unido ese pacto es diferente, no hay esa atadura. Aquí el pacto cultural y familiar es más apretado, pero depende de cada familia. En mi caso, sí siento un deber filial, siento la necesidad de cuidar a mi madre en esta etapa de su vida.

Usa los objetos como referencia de lo que fue este país, como el cuatro latas de la familia protagonista. ¿Busca que el lector se encuentre en esos objetos comunes?

Claro. Cada familia y cada casa puede ser un pequeño estado con sus normas y su propia simbología. Y esa identidad se encarna en objetos muy chiquititos y muy reconocibles por todos. En mi casa, era el vaso de Nocilla, que ha recorrido las generaciones, pero en cada casa hay un objeto que tiene un significado concreto... El papel pintado de las paredes, el gotelé... Ese gotelé refleja una forma de España. En los objetos se encarnan la familia y su trayectoria y también el país.

¿Las dos novelas que tiene escritas se quedan de momento en el cajón?

Se quedan de momento en el cajón. Yo cuando acabo una novela, aunque sea una que no va a ninguna parte, me vacío tanto que se me quitan las ganas en mucho tiempo de retocarlas. Acabo cansadísimo. Pero una de ellas no está tan mal como yo pienso y tarde o temprano la retomaré porque hay una buena historia ahí.