Semana Santa / Domingo de Resurrección

¡Aleluya!

"Resuenan tambores y cornetas, anunciando la venida de Cristo Resucitado"

Cristo Resucitado de Sevilla
Cristo Resucitado de SevillaKiko HurtadoLa Razón

Siempre se ha dicho que Sevilla es una ciudad de contrastes. Y nunca mejor aplicado ese principio que a este colofón glorioso. Los cofrades, felices y ahora se diría que nostálgicos, han recorrido una y mil veces las calles de la Ciudad en los días precedentes, admirando, participando y disfrutando en suma de unas vivencias tan intensamente experimentadas en su corazón, pese a ser fechas conmemorativas de la Pasión y Muerte del Redentor. Y sí, esperan y sobre todo confían en la Resurrección, pero cuando Ésta llega, no pueden reprimir un sentimiento de añoranza y cierta tristeza al comprobar cómo todo es ya la mera evocación de unos recuerdos.

Este día por demás luminoso, lo dedican a rememorar vivencias de fechas precedentes, normalmente en la quietud del hogar, tal vez mirando el reloj e imaginando dónde estaban a esa misma hora, el Domingo anterior o el Jueves o cualquiera otro de los días santos. Perciben aún sobre el rostro la caricia del antifaz y sienten vivas las ardientes gotas de cera en sus manos. Pero todo es reminiscencia de un pasado cercano.

Otros en cambio, llegados de lejanos barrios, se arraciman a lo largo de la que fuera hasta ayer Carrera Oficial. Es temprano y la suave brisa mañanera dota al día de un preludio luminoso y especial. Resuenan tambores y cornetas, anunciando la venida de Cristo Resucitado, que camina triunfante hacia la Catedral Hispalense. Las albas túnicas rememoran las que apenas una semana antes dejaban al viento sus airosas capas, bajo el manto esmeralda del vergel de María Luisa. Pero todo es diametralmente distinto pese a parecer igual. Allí, el Nazareno tomaba la Cruz donde iba a expiar las culpas de toda la Humanidad, ahora, surge gloriosamente triunfante, mientras el ángel termina de retirar la losa del sepulcro. ¡Cuánta belleza en su sencillez! ¡Y qué mensaje para los que creemos en Él!

Muchos son los llamados y pocos los elegidos. Y verdaderamente esta aseveración se cumple, pues las interminables filas de túnicas de negro ruán se sucedían sin pausa, como las de los verdes antifaces que les replicaban en número. Son, sin embargo, muchos menos los que han decidido ir con el Salvador en ese feliz "aleluya de la Pascua de Resurrección".

A su alrededor, cuántas gentes venidas de lejos, se han aprestado a acudir desde los pueblos limítrofes de la Capital en estos días, pasando casi desapercibidos. Hoy, no obstante, como en ese irrepetible quince de agosto, el pueblo llano y creyente hace acto de presencia y contempla esa Bendita Imagen, surgida de las manos de un escultor inolvidable llamado Francisco Buiza Fernández, al igual que hiciera Antonio Dubé de Luque al regalarnos la posibilidad de admirar el profundo y trascendental testimonio de una Madre que, como Eterna Aurora, camina tras su Hijo Resucitado. Ninguno de los dos señalados por el secreto designio divino, podrían haber imaginado cuánto iban a representar sus obras para esa multitud que contempla con admiración estas singulares devociones.

En la Catedral el recibimiento de la Cofradía por el Señor Arzobispo, quién, sin duda, mejor que nadie, es consciente de lo que representa esta Hermandad, contrapunto de riqueza en lo espiritual, muy por encima de lo material.

La vuelta, siempre acompañados por el calor de cuantos siguen su recorrido, desborda esa calle estrecha y larga, otrora eje y continuidad del cardo máximo romano.

Y la entrada con el Señor mirando a sus hijos que le han seguido desde el Gólgota del Triduo Sacro, cuando era el Árbol de la Cruz e íbamos a adorarlo, hasta ahora, que se ha despojado de las ataduras humanas para volver a tomar su condición de ser eterno Dios Vivo.

A lo lejos, tras el reguero níveo de capirotes, los sones de marchas que envuelven a la Madre hasta su llegada al templo. En la puerta, lenta y solemnemente, sus costaleros la acunan hasta ofrecerla coram pópulo. Despacio, como si se resistiera a decir que todo está culminado, la Aurora va traspasando el dintel, sin perder la mirada de sus hijos. Y en ese momento, los sones de una marcha única, inundan los oídos de cuantos la contemplan. Es Amarguras, pero Gloriosamente interpretada en honor de Ella. Sus últimas notas coincidirán con su llegada al altar mayor y cuando el martillo suene, se apagará el eco de sus notas postreras.

Podríamos repetir que todo está consumado, pero no es así. Nos queda la enseñanza que nos ha dejado la Semana más Santa. Ahora nos toca a nosotros perpetuar con nuestro testimonio el esfuerzo y la entrega de tantas anónimas personas que nos hicieron posible admirar este milagro y demostrar que su entrega no ha sido en balde.