Opinión

¡A los toros, a los toros!

"La infantilización socio-tecnológica ha llegado incluso a las esencias más sagradas"

CÓRDOBA, 24/05/2025.- El diestro Borja Jiménez, este sábado, en el segundo festejo del abono de la Feria de Nuestra Señora de la Salud de Córdoba en una tarde condicionada por el juego de las reses de El Pilar. EFE/ Salas
Dos orejas para Perera en la segunda de abono en Los Califas (Córdoba)SalasAgencia EFE

La (escasa) afición cordobesa se acercaba ayer al coso de Ciudad Jardín con la ilusión de un niño de 1941 con zapatos nuevos. ¡A los toros, a los toros! Habría que considerar el próximo premio de tauromaquia de la Junta para ellos. Ni el sol ni el mercurio a borbotones -aunque ayer no tanto, ¡ya no se puede uno fiar ni de los trenes de la calor de Córdoba!- impide que los conspicuos aficionados cordobeses se sienten en los, por otra parte, asientos más sucios del mundo. Es raro lo de los asientos de plástico de los Califas: ni la ingente cantidad de lluvia caída este invierno-primavera les ha borrado la pátina de Chernobyl que los lustra desde no sabemos cuándo. Sabedores de ello, los aficionados cordobeses compran periódicos para guardar sus posaderas de las radiaciones mugrientas del plástico, ese invento maligno para según qué, e infernal para la tauromaquia. Los periódicos, por cierto, son unos papeles impresos en los que no es posible ampliar la noticia con un gesto de dos dedos. Cosas del pasado. Como no se explica que otras plazas del país estén con el nohaybilletes y con una afición renovada, con mucho público joven, tal vez las causas de que la plaza de Córdoba esté semivacía se debe a la poca afición a llenarse de mugre de los y las cordobesas, cosa comprensible entre gentes que fueron capital de un califato en el que se servían los líquidos en copas de cristal y había concursos poéticos en los que destacaba la princesa Wallada, tan revolucionaria con su pelo corto y sus diatribas contra el amante que la engañó con una esclava.

Una vez que los aficionados están en su localidad, llega el paseíllo y el pseudo (por brevísimo) himno de España, una moda controvertida y que parece indicar que va a jugar Rafanadal. In ilo tempore, los sábados de feria la plaza se llenaba con lo que se llamaba con desprecio por parte de los públicos «público de feria». También eso, como los trenes puntuales, pasó de moda. Los que van el sábado a la feria a mediodía se quedan allí porque no parece interesarles ver vestidos de luces y colorines venecianos a Pereda, De Justo y Borja Jiménez, si el pago, se entiende, es sentarse donde ya sabemos. De toros, como animal, ni hablamos, aunque la plaza cordobesa tiene la particularidad de que el día anterior, en una novillada con Zulueta, Fuentes Bocanegra y Quintana saliesen novillos con mayor presencia que los toros de 4 del Pilar que ayer se vieron en el ruedo. Claro que, un toro es un toro, y su misión es introducir el caos en el ruedo, como hizo el primero de De Justo, derribando al caballo y, en un magnánimo gesto de solidaridad mamífera, arrojarse él mismo al suelo hasta que el caballo pudo ser levantado por los monosabios. El bicho, por cierto, carecía de espíritu y no aspiraba a otra cosa que a ser fileteado y vendido por unas cuantas roñosas pesetas.

Pero a veces, esa afición tiene su inesperada recompensa, y en el tercer toro, cuando terminaba su faena un Borja Jiménez muy por encima de la birria de su toro, una voz quebrada se arrancó en tonada flamenca, con la suerte de que la banda de música, que tiene a un señor que toca unos atronadores cocos, acababa de cesar en su incesante pasodoble. Lo de la corrida flamenca lo inventó en su época de apoderado y empresario Diego Bardón, torero amigo de Arrabal y Jodorowsky, torero pánico. Da igual que el cantaor no fuese precisamente Rancapino, lo importante es que en los toros, siempre hay espacio para lo inesperado y esa es la mayor grandeza de un acontecimiento reglamentado al milímetro. Pero hasta en lo espontáneo hay ya truco o birlibirloque, porque el desgarro flamenco, que se arrancó también el el quinto toro, procedía de un señor en pantalón corto y con gorra, vestido, en esencia, como un niño chico, y tras terminar su cante cogió su móvil, que tenía apoyado en el asiento de enfrente, y le dio al stop, porque para eso cantó, para grabarse con el móvil. En otras palabras, que la infantilización socio-tecnológica ha llegado incluso a las esencias más sagradas, a los toros. Menos mal que que la mayoría aún viste de domingo, propio de un ritual como son los toros. Es ese público al que uno ve antes de comenzar la corrida encaminarse hacia la plaza gritando con entusiasmo para sus adentros, en silencio, un silencio tan cordobés: ¡A los toros, a los toros!