Semana Santa / Martes Santo

Lágrimas en San Esteban

"Aquel cofrade nunca podrá olvidar aquellos rostros infantiles apiñados ante el altar mayor"

Nazareno de la hermandad de San Esteban de Sevilla
Nazareno de la hermandad de San Esteban de SevillaEPEP

En esta mañana, había que aprestarse a asistir al Cabildo de Toma de Horas. Eran otros tiempos, en los que las Cofradías –pocas– se concentraban en tres jornadas de la Semana Mayor: Jueves Santo, Madrugada y Viernes Santo. Nada más, pero suficientes para albergar a las Hermandades que penitenciaban al Templo Metropolitano, tras cumplir el requisito de la venia horaria y el paso por la Plaza de San Francisco.

Con el transcurso de los años, comenzaron a hacer Estación determinadas Corporaciones en principio el Domingo de Ramos, la primera, con la Entrada en Jerusalén, a la que siguiera la de Ntro. P. Jesús del Silencio y Madre de Dios de la Amargura. Estas circunstancias obligaron a cambiar la fecha del Cabildo donde se daban tanto por parte del provisor como por el deán de turno, recomendaciones a los responsables de cada Cofradía: la compostura, evitar desórdenes y cumplir los horarios de llegada a la Plaza. Peticiones que, en general, no siempre resultaban del todo atendidas.

Así de forma paulatina, se fueron ampliando las jornadas, al Miércoles Santo, posteriormente al Martes y finalmente al Lunes, ya de una forma estable y no puntual. Hecho curioso era que en esas nóminas, en la segunda mitad del Siglo XIX, incluso, se contemplaba la posibilidad que, en caso de lluvia u otra circunstancia, las cofradías podrían salir, no media hora o una hora más tarde, como ahora es habitual, sino en otro día distinto, que quedaba prestablecido y aprobado. Como ejemplo baste señalar el caso de la Amargura, la cual, en 1883, debía salir el Domingo de Ramos y si se presentaba la lluvia, lo haría el Martes Santo. Años más tarde, 1887, ampliaba esa posibilidad a salir bien el Lunes o el Martes. Una flexibilidad impensable en estos tiempos.

Sería en el año 1904 en el que se ofrece la primera nómina donde consta la salida de una Cofradía en la tarde del Martes Santo: la señalada a continuación, según el siguiente tenor literal de la Nómina: “Santísimo Cristo de las Misericordias y Nuestra Señora de los Dolores, de la parroquia de santa Cruz, a las siete. - Si llueve saldrá el Viernes de doce a cuatro.”

A partir de entonces y de manera progresiva, la jornada fue creciendo en el pasado Siglo, siendo tal vez la jornada en la que, proporcionalmente, más ha aumentado el número de nazarenos.

Pero de este día cabe resaltar ese trienio luctuoso que supusieron los años 2011, 2012 y 2013, en los que prácticamente ninguna Cofradía pudo cumplir su salida penitencial, debido a la lluvia. Esa triste experiencia se vivió de modo especial en una querida Hermandad como la de San Esteban, donde, además, pesaban otras circunstancias que hacían difícil y compleja su normal vida corporativa. En el primero de ellos, el Comisionado, reunido con miembros de su equipo de trabajo, determinaron que dada la precariedad meteorológica era prudente no realizar la Estación Penitencial, medida por demás acertada, dado que la tarde padeció chubascos que dieron la razón para justificar aquella dura medida. Al año siguiente, no hubo duda alguna, pues el fortísimo aguacero, puso a prueba al sufrido cuerpo de nazarenos que estoicamente lo padecía en los aledaños del templo, al que finalmente pasaron, dejando un reguero de túnicas empapadas. Pero sería el tercer año de esa fatídica etapa en la que el veredicto fuera más difícil y aparentemente contradictorio. Las palabras del Comisionado en el presbiterio de templo vaticinaron el negro presagio, al anunciar que por tercer año consecutivo la Hermandad no podría efectuar su Estación por las calles de Sevilla. Y ello sonó de modo aún más incomprensible, dado que, en ese momento, un rayo de sol rasgó con su luz la penumbra del templo. ¿Cómo era posible plantear esa idea cuando aparentemente la tarde parecía demostrar lo contrario?

Aquel cofrade nunca podrá olvidar aquellos rostros infantiles apiñados ante el altar mayor, con sus miradas de profunda incomprensión. ¿Una vez más y por tercera vez se rompería la ilusión tanto tiempo contenida? Para ese enviado del Arzobispado, nunca existió mayor dolor en su corazón al tener que reafirmarse en sus palabras, pues pese a la aparente mejoría, las predicciones meteorológicas auguraban lo contrario. Unas furtivas lágrimas fueron borradas de sus ojos para no delatar su cercanía con el llanto de aquellos pequeños nazarenos. Y la tarde, desgraciadamente, dio la razón a la durísima decisión planteada. La lluvia se desató como pocas veces se había visto, acompañada de un fuerte vendaval que empapaba la entrada de la iglesia. Qué tristeza y qué dolor nunca olvidados. Unos Martes Santo que difícilmente podrán ser borrados de la mente de ese Delegado, porque las miradas de aquellos niños, en su Desamparo, envueltos en azules capas, como retazos de cielo, eran la muestra viva de una legión de ángeles que pugnaban por consolar al Señor de la Salud en su eterno Buen Viaje.