Semana Santa / Lunes Santo

El Museo y sus milagros

"Esta Hermandad, afortunadamente al igual que muchas otras, ha dado grandes cofrades para esta nuestra casi olvidada historia"

Capilla de la hermandad del Museo de Sevilla
Capilla de la hermandad del Museo de SevillaEPEP

Sin duda podríamos decir que es el benjamín de los días, excepción hecha del Sábado Santo, éste nacido por razones litúrgicas hace unas décadas. El Lunes Santo cumple su primer centenario y no porque sus Cofradías en general sean relativamente recientes en el tiempo, pues se da la paradoja que una de ellas, tal vez ostente desde su creación, el ser una de las primeras fundaciones, si no la pionera, verdadera Madre, de esas Corporaciones a las que según el diccionario y el mismo pueblo denominó “Hermandades” por la cualidad de hermanos de sus componentes y porque así viene reconocido desde siglos.

Pero el día en sí ostenta ese apelativo cariñoso y diríamos que tierno en el conjunto de jornadas de la Semana Santa. Y merece lucir con orgullo el nombre de Benjamín en recuerdo de ese Santo, mártir y diácono persa, por cuya denominación igualmente se conoce al más pequeño de los hijos de Jacob y Raquel. Este término hebreo viene a significar “hijo de la diestra”, pero en el común de nuestras acepciones se refiere al más pequeño de la familia. Y no porque cuantos lo integran así se consideren, en absoluto, sino referido a la más reciente en el tiempo incorporación cofradiera en nuestra Semana Mayor.

Alguna hermandad que posteriormente cambiara de fecha, sí salió antaño en esta jornada, pero tal y como hoy se conoce el orden de nuestras Corporaciones, es la del Museo la que ostenta la mayor antigüedad de salida en la tarde de esta particular jornada, en concreto como ha quedado dicho, rebasados los cien años, en 1923.

Ofrece un auténtico deleite admirarla, no solo en su tránsito penitencial, sino, incluso, en esas mañanas luminosas en el singular y devocional templo aledaño al Museo de Bellas Artes. Es un verdadero goce para los sentidos, superada la cola de entrada, vislumbrar ese grandioso paso, donde Cristo exhala su último aliento, en esa línea que algunos identificaron como la serpentinatta, mientras la bellísima efigie de María Santísima de las Aguas, lo contempla con sus manos unidas o separadas, qué más da, si es su virginal rostro el que refleja todo el inmenso dolor que solo una Madre es capaz de sufrir.

¡Cuantos años de asidua y repetida contemplación! Durante muchos de ellos contaron con la presencia de un particular ángel en la tierra, al que muchos conocíamos como Ramón. Él, cada Lunes Santo, aparecía siempre fiel, a los pies de su venerada Imagen, junto al primer varal del palio y de sus labios brotaba la misma tierna pregunta a quienes se acercaban a admirarla.

¿Qué te parece? ¿A que está más bonita que nunca?

Cuán gratos e inolvidables recuerdos, de esa extensa familia, unida bajo una misma devoción, si bien uno de sus hermanos de sangre, alternara esta vocación museística con la mayor y más alta responsabilidad allá en el Calvario de la Magdalena. Y qué no decir de ese otro, a quien cariñosamente conocíamos como Paco, cofrade singular, no del todo reconocido artista del dibujo y de múltiples proyectos en aquel pequeño habitáculo situado en el taller de Guzmán Bejarano, conjugando su arte con la colocación magistral de esa singular candelería ante su amada Virgen de las Aguas.

Esta Hermandad, afortunadamente al igual que muchas otras, ha dado grandes cofrades para esta nuestra casi olvidada historia. Baste recordar entre ellos a unos muy conocidos como quien fuera Presidente del Consejo, José Carlos Campos Camacho o José Angelino Ferrer quien portara al Señor hasta su último aliento. Y otros anónimos, tan sólo de número, pero que derrochaban un inmenso cariño hacia sus Titulares, como Manuel o Juan, que ya están en el Cielo a los pies de su queridísima Madre. Respeto y reconocimiento a cuantos participaron, a lo largo de toda una centuria, vistiendo esa negra túnica sea o no rematada por alba capa, rememorativa de la lucida por esa pléyade de caballeros que hace un milenio, juraron defender los Santos Lugares a costa de sus vidas, identificada con la Cruz de Jerusalén.

Quede en la memoria de cuantos la contemplaran, la inolvidable estampa de su tránsito por el andén municipal con una sola marcha: Amarguras, desde el arquillo hasta la entrada de Tetuán. Esos ocho inolvidables minutos en los que los sevillanos creemos gozar del mismo Cielo. Y tras el Crucificado, la entrañable anécdota de esos dos niños pequeños, cogidos de la mano, quienes, al verlos extraviados, el fiscal de paso les preguntó donde vivían, y su rotunda respuesta fue: “El de la espina doblada nos llevará hasta nuestra casa.” Bien sabían a dónde caminaba el Señor y que su hogar estaba cerca.